Capítulo 4 | Ave María

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  Corre. ¡Corre, corre, corre!

Las ramas me rasguñan los brazos huesudos y famélicos sin ningún tipo de piedad. Mientras me tapo el rostro y las manos se me llenan de sangre, tierra y lágrimas, siento el viento zumbante en mis oídos, como si fuesen gritos que se meten en mi interior con la intención de destrozarme desde dentro.

¡Corre, Ymir! Me digo otra vez. La piel me escuece por las heridas y en cada paso que doy, ahogo un grito desgarrador. Las piedras se me incrustan en las plantas de los pies como pequeños clavos y las ramas se enganchan en cada lastimadura, abriendo la carne.

Sigo caminando durante uno, dos, cinco, quince minutos. No lo sé. Corro y corro, y corro sintiendo cómo todo se derrumba a mi alrededor.

Pero cuando finalmente caigo, todo desaparece y solo puedo escuchar un eco de los gritos y voces que llegaban hacia mí con fiereza. Esta vez los gritos son distintos; no me desafían, no me persiguen.

Me llaman. Me envuelven sus lazos, sus rizos dorados como la luz más brillante. Se acoplan a mis pies, a mi torso, a mi nuca, como si todo encajase de pronto, como si el destino hubiese proclamado que debamos ser uno por siempre.

Y esta vez, son ellos los que corren.

Lyanna.

—¿Ya estás lista?

Suelto un bufido.

—Esto es una mierda —digo mientras lucho con la cremallera del vestido.

Eren se coloca detrás y apoya su barbilla en mi cuello con suavidad. Huele a lilas, a césped y a una mezcla extraña de medicamentos.

Me pregunto cuánto tiempo va a seguir visitando a su abuelo en los jardines sin que nadie lo note.

—Lamento que debas ir tú. —Cuando susurra, provoca que un hormigueo se extienda por toda mi piel. Al parecer Eren lo nota, porque siento cómo sonríe y se acerca aún más, rodeándome la cintura con los brazos y atrayéndome hacia él.

Por dentro debate si solo estoy disfrutando de la calma antes de la tormenta solo por el hecho de saber con certeza que lo que vendrá después, arrasará todo a su paso.

—Espero que cuando me arrojen al río seas tú el primero que se tire a buscarme —digo mientras reprimo una sonrisa cuando uno de sus cabellos rebeldes me acaricia los hombros.

—He estado tanto tiempo esperándote y buscándote que arrasaría todo Marley con mis propias manos si solo te tocan un pelo —me responde, frunciendo el ceño como si se estuviese imaginando el caos en su máximo apogeo. Después, su mirada se suaviza por fin. —Igualmente, no se si estás coqueteándome o debo responderte con una de mis típicas insinuaciones. —Eren apoya sus labios en el lóbulo de mi oreja. —No me digas que acaso mi encanto logró cautivarte.

—Solo estaba bromeando —digo, acomodándome el cabello para indicarle que suba la cremallera. De paso, evito que observe el rubor que asoma por mis mejillas y el estremecimiento que me provoca—. Si lo que verdaderamente te preocupa es que esté tan enamorada de ti que pierda el juicio por completo, tendré que decepcionarte. No me interesas tanto, Jaeger.

Eren desliza el cierre con suavidad y luego deja sus dedos apoyados en la parte desnuda de mi espalda, donde el escote en punta se pierde a la altura de mis omóplatos. Siempre me pregunto cómo es posible que su cuerpo esté tan tibio, que por sus venas siga corriendo una sangre así de caliente en una persona que ha cometido tantos pecados.

Tan libres como lobos hambrientos [3] ✔Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon