Capítulo 18 - La mayor apuesta de Erwin

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Lyanna

Cuando Hanji me dijo —o me ordenó— que la acompañara, pensaba que iríamos a un salón vacío del castillo, o como mucho su despacho.

Ubicado aún en Mitras, la entrada es un pórtico formado por cuatro columnas protegidas por verjas que se extienden casi dos manzanas, protegiendo enormes jardines plagados de bóvedas, mausoleos, estatuas y tumbas.

El cementerio, pero no cualquier cementerio, el cementerio oficial de Mitras. Aquí se cobijan las más grandes mentes, los más ricos o los grandes soldados, por lo cual me doy cuenta rápido por qué estamos aquí.

La llovizna se ve casi igual que los granitos de arroz que la gente le arrojaba a Historia y Souda. Sin embargo, el agua se siente fría y triste.

Caminamos en silencio mientras un manto de niebla y lluvia invade el cementerio como una sábana melancólica. Ruego por dentro que nunca nos detengamos, que nuestra caminata se perpetúe hasta el fin de los tiempos, tratando de ignorar el repiqueteo de mi corazón.

Pero llegamos. Y lo veo. Allí, delante de mí. El mausoleo se alza majestuoso en medio de la tormenta, como si desafiara a la misma naturaleza. Sus altas columnas, también de mármol blanco, se alzan como guardianes silenciosos, sosteniendo un techo de cúpula de vidrio con unas alas que parecen extenderse hasta el cielo. Las intrincadas esculturas que adornan las paredes para formar las alas de la Legión de Reconocimiento se encuentran en el centro de las puertas, encima de un centenar de flores marchitas, medallas y cartas húmedas.

Y, en la parte superior, su nombre. Erwin Smith.

Pestañeo varias veces, como si todavía no pudiese creer que lo que tengo en frente es real. Como si esperara que de un momento a otro me despierte de esta maldita pesadilla.

Pero nunca lo hago. Y nunca lo voy a hacer, porque Erwin está muerto. Porque mi tío está muerto.

—Pensaba que debía mostrártelo —murmura Hanji, detrás—. Por si las cosas se van al diablo.

Escucho que ahoga un sollozo y se acerca para colocar una mano sobre el epitafio.

«Hombre, tío y comandante amado. Aquí entrega su corazón el hombre más valiente, el héroe de la Isla Paraíso.»

Las gotas de lluvia acarician las letras doradas, como si el mismo cielo llorase su pérdida.

—Pensé que Erwin se merecía un bonito epitafio —dice, con voz ronca y temblorosa—. Fue muchas cosas, y dentro de ellas, el hombre más increíble que conocí. Nunca te lo conté, pero hubo una época en la que la Legión de Reconocimiento no aceptaba que las mujeres sean líderes de escuadrón. Pero a él no le importó desafiar a Zackly para poner a cargo a una, a pesar de que las teorías de esa loca estuvieran basadas en hipótesis y suposiciones. Él confió en mí. Se convirtió en un amigo, y después en mucho más que eso.

Cierro los ojos cuando siento que los ojos se me llenan de lágrimas. Hago un esfuerzo en no pensar, en controlar todo lo que se me está pasando por la cabeza y el corazón. Sin embargo, suelto la pregunta que se me ha instalado toda mi vida, porque quizás no tenga otra oportunidad para hacerlo.

—¿Por qué no oficializaron las cosas?

—Porque ninguno de los dos quería distracciones o formalidades —responde, con una sonrisa triste—. O quizás solo tuvimos miedo.

Me esfuerzo en controlar mi respiración para calmarme. Nos quedamos en silencio durante tanto tiempo que parece que el tiempo se congela, a pesar de que la lluvia sigue cayendo.

Tan libres como lobos hambrientos [3] ✔Where stories live. Discover now