Capítulo 8

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"Cualquiera te traicionaría si se dan las condiciones adecuadas" - Berlín❤

- Tranquilo - le dijo Tokio a Palermo en cuanto llegamos a la biblioteca, agarrando la venda que yo le había puesto rodeando sus ojos -. Voy a quitarte esto, ¿vale? Despacio... Despacio, con cuidado. Muy bien. Muy bien. Ahora abre los ojos. Despacio.

Él los abrió con cuidado. Tenía los ojos completamente llenos de cristales. Esa simple visión me hizo retroceder; Denver hizo lo mismo que yo. La diferencia es que él se dio la vuelta. Yo me quedé mirando.

Mi corazón latía con fuerza. Si a Palermo le pasaba algo, solo me quedaba El Profesor. Y como al Profesor le pasara algo... pues... imagino que podría irme con Tokio, pero... no sería lo mismo...

- No puedo mantenerlos abiertos mucho tiempo, no puedo - aseguró Palermo.

- ¿Ves algo? - preguntó Tokio.

- No veo una puta mierda - respondió. Me llevé una mano a la cabeza, desesperada -. ¿Qué está pasando?

- Me cago en mi vida - susurró Tokio, que agarró una lámpara y le puso la luz justo delante de los ojos -. ¿Ves la luz?

- Como si estuviera en el estadio de Maracaná - contestó -. ¿Te dice algo eso? ¿Qué estás, jugando al oculista, Tokio?

- ¡Tokio, necesita un oftalmólogo! - intervino Estocolmo -. Hay que llamar al Profesor.

- Estoy viendo los cristales - indicó Tokio, que miraba muy de cerca con una especie de lupa los ojos de Palermo -. Estocolmo, botiquín número 4. El quirúrgico, ¡ya!

Ella obedeció y se fue de la sala.

- ¿Qué estás pensando hacer, Tokio? - preguntó Palermo.

- Te los voy a sacar.

- ¿Ah, sí? ¿Y cómo lo vas a hacer?

- Con unas pinzas.

- Yo no lo tocaría ni con un palo, Tokio - interrumpió Denver por primera vez en todo ese rato -. Vamos a llamar al Profesor, soltamos tres rehenes y que metan un puto oculista.

- ¡Denver! - gritó ella -. ¡Cállate, vete!

- Vale, vale, vale - aceptó él, que se dio la vuelta de nuevo.

- Escúchame, Palermo - le dijo Tokio -. Tengo mejor pulso que un puñetero relojero suizo, ¿vale? Y te voy a sacar esos cristales.

- ¿Vos sabés por qué se utiliza un láser para operar los ojos? - preguntó -. Por una nimiedad. Se requiere una precisión de micras para intervenir oftalmológicamente. Y fijate vos, che, Denver. Acá la señorita Tokio quiere usar las pinzas con las que se depila el mato groso que tiene ahí abajo. ¡Pero por favor! Es ridículo...

En esto, Estocolmo llegó con el botiquín.

- Palermo, cállate - interrumpí.

- ¿Sidney? ¿Qué mierda hacés aquí? - preguntó.

- No importa eso. Lo primero, cálmate, Tokio solo intenta ayudarte. Lo segundo, di: "Nunca volveré a hablar del coño de mis compañeras".

- Nunca volveré a hablar del coño de mis compañeras.

- De puta madre, Palermo, así me gusta - asentí.

- Bien. De mis ojos nos ocuparemos después - dijo, y se incorporó en la camilla, sentándose -. Denver, a mi derecha - él se acercó -. Dame tu brazo. Vas a ser mi lugarteniente, ¿sí?

- ¿Quieres que sea tu puto lazarillo? - preguntó Denver.

- Silencio - dijo Palermo -. ¡Tokio! Tenemos 14 toneladas de acero debajo nuestro. Decime que Nairobi está con Bogotá.

- Así es - respondió.

Salieron de la biblioteca y yo les seguí.

- Sidney, vete con ellos - me ordenó Palermo -. Estocolmo, acompañala anda, que no se pierda.

Fuimos hasta el recibidor, donde Nairobi y Bogotá "elegían" a los cuatro "voluntarios". En realidad, a los cuatro los había elegido el Profesor para que ayudaran a sacar el oro de la cámara acorazada y a fundirlo para llevárnoslo al final de todo.

Bogotá se giró y arrugó el entrecejo al verme, como preguntándome que hacía ahí. Negué con la cabeza para que siguiera con lo suyo sin darme importancia, y él le hizo un gesto a Helsinki para que me diera ropa (yo iba vestida normal, todavía no había tenido oportunidad de ponerme uno de los muchos monos rojos) y un arma.

Nos fuimos de allí, me dio mis cosas y eligió una habitación cualquiera para que fuera mi "habitación", un lugar en el que pudiera dormir o quedarme en caso de peligro extremo. Cerró la puerta y pude escuchar sus pasos alejarse por el pasillo.

Me cambié, me senté en el suelo y suspiré. Jugando con la pistola, recordé las muchas veces que mi tío me había prohibido venir a este atraco. Ahora entendía el por qué. Pero ya no había vuelta atrás. Ahora no quedaba más remedio que seguir adelante, y sobrevivir como buenamente fuera posible; cosa que se iba a complicar bastante.

Tras un rato allí sentada, me levanté, salí y volví a donde los rehenes. Nairobi y Bogotá ya se habían ido, Helsinki y Estocolmo vigilaban.

- Te sienta bien el rojo - me dijo Estocolmo.

- Gracias - sonreí.

Lo cierto era que sí. Me había recogido el pelo en un moño, dejando dos mechones sueltos a los lados  adornando el rostro, y, para que mentir, así estaba estupenda.

Me acerqué a los guardias de seguridad. A uno en concreto, más bien.

- Tú - dijo, sorprendido, en cuanto me acerqué.

- Hola Gandía - saludé -. Ha pasado mucho tiempo.

A Gandía lo había conocido años antes, el día en que mi padre y yo nos infiltramos en el Banco buscando dos cosas: conocer al gobernador y a los guardias, así como el lugar, y convencer al gobernador de que se dejara de dinero y apostara por el oro. Para poder robarlo después, claro está.

- Sabía que tendría que haber sospechado de vosotros - dijo entre dientes, enfadado -. ¿Y tu padre?

- Muerto - respondí, acercándome a él hasta que tan solo centímetros separaban nuestras caras -. Pero por eso no te preocupes. Mejor preocúpate de haber sido engañado hace años por un tipo cualquiera y una chavala de 15 años.

- ¿Tratas de provocarme o algo?

- No, no. Si quisiera provocarte ya lo habría hecho. Cuídate, Gandía. Espero verte suelto, de nuevo con tu familia, cuando todo acabe.

- Será antes de lo que piensas, princesa.

Me separé bruscamente y le pegué una bofetada tan fuerte que hasta a mi me dolió la mano. Estocolmo se acercó.

- Vuelve a llamarme así, y te juro que estás muerto.

- Sidney - dijo Estocolmo, poniéndome una mano en el hombro -. Vámonos. Te haré un café.

- Sí, llévatela - dijo Gandía, que escupió al suelo.

- A ti nadie te ha preguntado - le dije.

- Ajá - asintió él, sonriendo -. Nos vemos, princesa.

Me lancé hacia él. Quería partirle la cara, pero Estocolmo me paró sujetándome los brazos, impidiéndome avanzar. Los rehenes miraban la escena boquiabiertos mientras el jefe de seguridad reía con ganas.

- Escúchame, pedazo de mierda - grité, mientras una lágrima salía de mi ojo -. Solo mi padre tiene derecho a llamarme así, ¿oíste? Solo él...

Salí corriendo de allí. Me encerré en la sala más cercana y estallé en llanto. Primeros minutos allí dentro y ya todo era un desastre. Hacía mucho tiempo ya que no lloraba la muerte de mi padre. Estaba cansada, era eso. Necesitaba ese café que Estocolmo me había comentado.

Salí y me la encontré del otro lado. Me abrazó y, sin preguntarme nada, me llevó a mi supuesta habitación. Allí me preparó ese café que tanto necesitaba. Se me quedó mirando un rato, diciéndome con la mirada que me entendía y me apoyaba, y luego se marchó de nuevo a vigilar rehenes.

Desde ese momento supe que Gandía iba a ser un problema muy gordo en aquel atraco.

Holis
Vengo de descargar adrenalina en un escape room. ¿Alguna vez hicisteis uno? Están genial. Los recomiendo:)
Bye!

La Casa De Papel (partes 3 y 4)//¿Y si Berlín hubiera tenido una hija?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora