Capítulo 34

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"En el amor, siempre hay un reloj que hace tic tac. Siempre hay una cuenta atrás. No vale con querer a alguien. Tienes que llegar a tiempo". - Tokio❤

Bajé con ellas a ver a Helsinki. Dos médicos estaban allí también. Uno de los militares estaba tumbado en otra camilla, y Sagasta sentado en una silla, de espaldas a las escaleras, siendo un rehén más. Cuando me vieron bajando las escaleras, los médicos giraron la cabeza.

- Señores y señoras, me presento - dije -. me llamo Sidney y, tras muchos desacuerdos, para que mentir, soy la atracadora al mando. Por debajo del Profesor, por supuesto. ¡Comandante! - saludé, poniéndome delante de este -. Que alegría vernos por fin. Ya sabe, sin falsas identidades de por medio.

- Una niña está al mando - dijo él -. Cojonudo.

- No soy una niña. Te he engañado. A ti y a todo tu equipo. Y a la policía; dos veces - me aparté de él y me acerqué a Helsinki -. ¿Cómo estás?

- He estado mejor - respondió, a lo que yo le sonreí dulcemente.

- Hay que reconstruir el hueso y sujetarlo a una placa de titanio - dijo la cirujana -. Tengo que administrarle anestesia general.

- ¿Qué? - dijo él -. No, no, no, no, no. Yo no me duermo. Yo, de la cintura para arriba, vigilante. De la cintura para abajo, paciente. Doctora, tú haz tu trabajo, que yo aguanto.

- Mejor epidural - dije yo, para resumir.

Le di unas palmaditas en el hombro a Helsinki y fui a sentarme en las escaleras con las demás.

- Se va a quedar cojo - dijo Lisboa, que ya había hablado con la médico antes.

- Un cojo siempre acojona, y si vamos a ir a la cárcel, lo de acojonar no está tan mal - señaló Manila.

- La verdad es que... ni siquiera puedo imaginarme cómo es la cárcel - aceptó Estocolmo.

- ¿Una celda? Una celda es una experiencia... horrible. Horrible. Sid, ¿a ti te han encerrado alguna vez? - me preguntó Lisboa.

- Nunca. Tengo cuidado.

- ¿Pero tú cuánto llevas haciendo esto?

- Exactamente esto, desde hace unos días. Nunca había participado en algo tan grande. Si te refieres a... huir de la policía, prácticamente desde que nací. Pero, si me encierran, creo que lo peor no es perder la libertad. Es perder los afectos. No sé, el... contacto físico. Querer abrazar a alguien a quien echas mucho de menos y... no poder, porque no están ahí. Y yo no tengo pareja, pero Estocolmo y Lisboa sí. 25 años de cárcel borran todo eso.

- Eso o - empezó Manila -... te puedes pasar 25 años pensando que todo va a ser igual, y de repente, cuando por fin puedes estar con esa persona y besarla, hostia, te das cuenta... de cómo ha pasado el tiempo, ¿no?, y que al final llevas años y años como idealizando una movida que no... que no es, que no existe - se giró hacia Estocolmo y cogió aire -. Quiero que sepas que he besado a Denver. Si te lo estoy diciendo así te juro que es porque es que no ha sido nada.  Sé que no debería haberlo hecho pero es que no lo he podido evitar. Llevo años obsesionada con él y hoy me he dado cuenta de que no hay nada.

Miré a Lisboa con los ojos como platos. Ella me miró a mí de la misma manera, y luego miró a Estocolmo, y yo a Manila.

- Bueno, creo que me voy a ver cómo van allá abajo - dije, para romper la tensión y aprovechar para excusarme y salir corriendo.

Cuando llegué abajo, todos trabajaban fundiendo lo que quedaba de oro y metiendo la granalla en una gigantesca máquina que, supuse, lo enviaba todo al estanque de tormentas. Me acerqué a Palermo, que estaba con Bogotá, Río y Denver. Al ver a este último me acordé de la conversación de las escaleras y por un momento me puse roja al recordar lo incómodo que había sido. 

- Perfecto, Benjamín, acá queda poco ya eh - estaba diciendo Palermo. Al verme sonrió y me guiñó un ojo, como diciendo "lo estamos logrando" -. Vamos, muchachos, por el amor de Dios.

- Oid... - Matías se acercó a nosotros -. ¿Lisboa está soltera?

- ¿Qué? - pregunté. Bogotá, Denver y Río dejaron de trabajar y miraron a Matías extrañado, al igual que Palermo y yo.

- Lisboa, que si tiene algún lío ahí fuera - repitió.

Miré a Palermo con cara de "¿y a este qué coño le decimos?". Bogotá me miró del mismo modo, y Río a él.

- ¿A qué cojones viene eso ahora? - preguntó Bogotá.

- Es que le he visto retorciéndole el brazo a Río y... - empezó.

- ¿Y qué? - le apuró Denver.

- Que a mi estas tías con dos cojones me ponen más caliente que la puta fragua. Sin ofender - terminó, dirigiéndose a mí.

Negué con la cabeza para indicar que no me molestaba. A mí no... pero me imaginaba al Profesor oyendo cómo Matías decía lo mucho que su novia le ponía.

- Bueno, pasó por una... relación muy jodida - dijo Bogotá -. Necesita que alguien le devuelva la fe en los hombres.

Me mordí el labio para evitar reírme.

- Sí, sí - siguió Río -, tú lo que tienes que hacer es entrarle a saco. ¿Eh? Es una mujer con carácter. No le van las medias tintas. No la puedes invitar a dar un paseo por el parque. ¿Entiendes?

- Exacto, sin miramientos eh - continuó Palermo -, sin medias tintas, cuchillo entre los dientes.

- ¿Sidney? - me llamó Matías -. ¿Algún consejo?

Yo, que casi no podía aguantarme con la risa, respiré hondo antes de inventarme algo y contestar para seguir con la broma.

- Sí. Mira, a la primera oportunidad que tengas le comes la boca de una. Donde sea. A las mujeres como ella les gusta eso... que te lances.

- A saco, ¿eh? - le dijo Palermo, dándole una palmadita en el hombro.

Matías se apartó de nosotros, pensativo. Iba a enamorar al nuevo amor de su vida. Me di la vuelta y empecé a reírme en voz baja. Miré a los demás, que se reían también. Todos menos Denver, que enseguida había vuelto al trabajo. Y yo sabía porqué, pero preferí no meterme, así que les hice un gesto de despedida con la cabeza y volví al ascensor. 

Regresé a mi "cuarto", donde, desde que yo estaba al mando, había un comunicador. Lo miré, y lo que menos esperaba en aquel momento fue escuchar su voz salir del otro lado.

- Está... está saliendo el oro - dijo, a lo que Palermo, desde otro lugar le respondió. Yo cogí en walki rápidamente.

- ¿Tío? - exclamé.

- Sidney - saludó él.

- ¡Oh, Dios mío! ¡Estás bien! - exclamé, dejando escapar todas las preocupaciones que había tenido hasta ese momento.

- ¿Estabas preocupada? - preguntó.

- No - mentí -. Siempre supe que fuese lo que fuese lo ibas a conseguir. ¿Está Alicia con vosotros?

- Eh sí. Aquí está - dijo -. ¿Quieres que le diga algo de tu parte?

- No hace falta. Estoy segura de que ahora es cien por ciento de los nuestros y no volverá a irse.

- En eso... creo que tienes razón, peque.

Sonreí.

- No me llamabas así desde que tenía... ¿12 años?

- Hace bastante, sí. Pero es que lo único que quiero ahora es acabar con esto para poder abrazarte de nuevo; y asegurarme de que vas a seguir a salvo para siempre. Como le prometí a tu padre.




Holaaa
¿Cómo estáis?
En fin, gracias por leer. Bye!

La Casa De Papel (partes 3 y 4)//¿Y si Berlín hubiera tenido una hija?Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang