Capítulo 2

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Alessandra

Sus palabras me habían descolocado, me sentía media atrapada.

—¿Vas a obligarme a tener sexo contigo? —pregunté.

—No, solo te recuerdo que no te conviene hablar, nada de lo que te he comentado puede salir de tu boca —amenazó—. Quieres entrar, ¿no?, no tienes que pensarlo mucho, es algo que simplemente haces, y luego te dejas llevar, es como una droga al principio piensas tener el control pero llega el momento en que nada te sacia y necesitas algo más fuerte.

—Está bien, he dicho que quiero entrar, voy hacerlo, solo será una vez —aseguré con una voz rasposa—. ¿Cuándo vamos a ir?

—Esta noche, el club solo está abierto en las noches, a las 19:45 se activan las puertas y a las 20:00 cuando todos están en los aposentos empiezan. —Él se quedó pensativo unos segundos—. Nos encontraremos en el mismo pasillo de ayer a la misma hora, procura que nadie te vea y se puntual.  Yo me encargaré del resto.

Mi corazón latía en mi cabeza, no sabía a dónde iba a meterme. Estaba demasiado asustada como para ser consciente de lo que estaba haciendo. O quizás solo eran nervios.

—Estaré ahí —murmuré antes de perderme entre el marco de la puerta.

Al salir e ir en dirección a la parroquia vi una chica sentada en la fuente, lloraba sin control e iba vestida con una sotana marrón oscuro, como yo. Dentro de la iglesia se escuchaban cantos de alabanzas en coro, me desvié de mi destino y me senté a su lado.

—¿Puedo ayudarte en algo? —me ofrecí, notando que la jovencita que debía de ser de mi edad, tapaba su brazo y negaba repetidas veces con la cabeza.

Yo miraba con insistencia hacia su mano, ahora estaba frustrada y buscaba el sello del club en todo el mundo. Pero ella no tenía nada.

—Debo irme —comentó sin darme tiempo a que dijera palabra, entró a pasos rápidos hacia la parroquia.

Al incorporarme Jayden salió de lo que fue nuestro escondite minutos atrás. Seguí sus movimientos con mis ojos, tampoco podía quejarme, era guapo, la sotana negra que llevaba no me permitía apreciar con exactitud su cuerpo pero sin duda prometía, sus ojos eran llamas ardiente un volcán lujurioso predominaba en ellos, eso revelaba experiencia. Sus rasgos eran fuertes e imponentes una belleza salvaje y a la vez matizada con suaves perfilaciones que le hacían lucir más abrumador, estaba muy lejos de ser feo, eso es un plus para lo que me espera esta noche, ¿no? «Dios mío, no me reconocía», aun no entraba a ese lugar y ya tenía deseos pecaminosos.  Sus ojos se posaron en mí. Él pareció deducir lo que estaba pensando: una sonrisa insinuante dirigida a mí y se adentró a la misa. No me sentía digna de entrar pero si yo no lo era la mayoría tampoco, sin embargo, todos estaban ahí fingiendo.

Me encaminé hasta sentarme al lado de Sofía, aunque trataba de concentrarme en el sacerdote no hacía más que mirar de vez en cuando hacia la parte de atrás, justo en donde estaba Jayden. Él evitaba mirar en mi dirección pero podía notar que sentía cuando yo lo hacía. Suspiré pesado y concentré mi vista al frente.
 

      Terminando la misa, los niños y el grupo de monaguillos se dirigieron a la salida, mientras nosotras permanecíamos a la espera de las palabras de la hermana Dolores.

—Como sabéis, este es un lugar donde todas queremos entregar nuestras vidas al señor, pero sobre todo tenemos reglas, la mayoría adjuntadas a la biblia, y en una de ella está la pereza. Es algo que no se consiente y no está bien visto ante los ojos de Dios, así que se le asignará trabajos diferentes, todos los días después de misa irán a sus trabajos, hasta la hora del almuerzo, después del almuerzo tendrán unas horas libres donde podrán pasear por el jardín central —explicó la hermana Dolores.

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