Capítulo 49

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Nápoles, Italia.

Alexei.

Abro mis ojos lentamente, el dolor se apodera de mi cuerpo, intento moverme pero aquel dolor se vuelve más insoportable, es un dolor que me recorre de pies a cabeza. 

Maldigo cuando intento mover mis brazos pero no puedo hacerlo, las cadenas que sostienen cada uno de mis brazos no dejan que haga movimiento alguno, mis muñecas arden y el tener tensados cada brazo ha hecho que ya ni los sienta, estoy sobre mis rodillas que comienzan a doler por el piso de piedra debajo de mi.

Mis ojos miran el lugar en donde estoy, me siento cansado y solo intento no cerrar los ojos porque no quiero quedar inconsciente de nuevo. 

-ha despertado- escucho una voz que no logro reconocer, hay un hombre armado en la entrada de donde sea que estoy.

Después, una serie de pasos comienzan a resonar acercándose cada vez más hasta que finalmente puedo ver a un hijo de puta: Evan Astori. 

-buenos días- habla mientras lo veo quitando el saco que adorna su torso- finalmente has despertado. 

Entonces entiendo todo, no me habían disparado para matarme, lo más seguro es que me inyectaran un sedante. 

-¿dónde está mi esposa?- mi voz es débil y somnolienta- ¿Dónde demonios está? 

-muerta- responde sin titubear ni un poco- al igual que los tres bastardos que llevaba en el vientre. 

Esas palabras hacen que mi mirada vaya hasta él, ella no puede estar muerta, sé que ella no está muerta. 

-mientes- respondo con rudeza- estás mintiendo.

Sé que ella no está muerta, me niego a creer que lo está, ellos no pueden dejarme. 

-tienes razón- Evan suelta- no está muerta todavía, pero lo estará. 

De un momento a otro intento moverme y lo único que logro es lastimarme más de lo que ya estoy, las cadenas que sostienen mis brazos hacen ruido en toda la habitación. 

-¡voy a matarte!- grito- ¡en el puto momento que le pongas una puta mano encima voy a matarte!

El italiano suelta una risa irónica, veo como toma una barra de metal y se comienza a acercar mientras le indica algo a unos de sus hombres quienes se acercan a mi y abren mi camisa dejando mi torso descubierto. 

-he tenido ganas de torturarte desde que supe que mataste a mi padre- comienza- quiero que pagues por lo que hiciste.

Se acerca y de un momento a otro comienza a golpearme con aquella barra de metal, no le muestro el dolor que comienza a invadirme a cada golpe, no le muestro que cada golpe duele más que el anterior, solo aprieto mi mandíbula y tenso mis músculos sin dejar de mirarlo.

No sé cuánto tiempo pasa, no sé cuantos golpes me ha dado, ha dejado de doler y no siento nada gracias a todos los golpes que ha dado. 

-esto es solo el inicio de tu fin- suelta cuando finalmente deja de golpearme. 

Mi respiración está agitada y sé que en cualquier momento el dolor comenzará a hacerse presente, lo sé porque aquel cosquilleo previo comienza a aparecer.

Sale de aquí y antes de cerrar la puerta deja cuatro perros que me hacen mirar lentamente en esa dirección, el miedo desaparece al identificarlos. 

Mis cuatro demonios están aquí, traen unas estúpidas vendas en sus ojos. 

-esperemos que les guste el aperitivo- suelta Evan antes de irse por completo. 

Aquellos cuatro perros que he criado desde hace años comienzan a acercarse mientras olfatean el piso, llegan frente a mi, puedo ver sus hocicos manchados de sangre, su mecanismo de defensa está activo y aún así no me atacan, han logrado reconocer mi aroma porque lo único que hacen es sentarse sobre sus patas traseras enfrente de mí.

Herederos: RíndeteWhere stories live. Discover now