[Primer libro de la trilogía "Renacer"]
Mataron a su hermano, ahora buscará venganza.
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La República De Las Américas, lo que antes era Estados Unidos, se ha convertido en la potencia mundial después de someter a varios países y proclamarlos como s...
Elthon y yo vamos a gran velocidad. Su moto deja un haz de luz azul neón en los callejones oscuros por los que pasamos.
El plan es sencillo: él distraerá a los guardianes del almacén y yo entro a buscar. Si lo encuentro, tomo fotografías y una muestra de la sustancia y salgo. Debemos tomar caminos separados al volver. Nos encontraremos en las tres torres de acero, un lugar lejos del alcance del enemigo.
—Ya nos estamos acercando —me habla por el intercomunicador que me dio para mantenernos en contacto.
—Sí —contesto—. Llegando a las vías del tren nos separamos, tal como lo planeamos.
—Hecho. Cambio y fuera.
Suelto una risa.
—¿Cambio y fuera? ¿Qué estamos en una guerra?
—Es solo para que sueltes los nervios y el miedo —dice.
—¿Miedo? Yo no tengo...
Me corta la señal y acelera. Se pierde hacia la derecha. Maldigo en silencio por dejarme con la palabra en la boca. Yo voy hacia el lado contrario y me escondo entre los escombros de autos viejos. Apago mi moto, la oscuridad me envuelve. Hoy la noche tiene una nebulosa de incertidumbre.
Espero y espero. Los minutos son interminables. El tiempo pasa hasta que al fin veo el azul neón de Elthon. Detrás de él las mismas cinco motos que me persiguieron. Él las lleva lejos.
—Tu momento de brillar ha llegado —dice con una sonrisa.
Enciendo mi moto y salgo como un rayo. Paso el vacío en cuestión de segundos hasta llegar a la muralla. Detengo mi moto, la uso de apoyo y trepo el muro. Miro en silencio si no hay nadie y paso al otro lado. Avanzo agachada por las sombras. Mi respiración es agitada, me empiezan a temblar los dientes. No sé si es por el frío o por el miedo de lo que encontraré en ese lugar. En la oscuridad hay una construcción hecha de acero. Busco la puerta hasta que doy con ella, saco el arma que me ha dado Elthon, le coloco el silenciador y apunto. En ese breve instante se me viene un recuerdo de Colin cuando me enseñó a disparar por primera vez.
Tienes que estar segura de disparar, Tarah. El arma debe estar alineada a tu brazo, el dedo pulgar debe estar pegado a la culata y debajo del percutor. Cómo presionar el gatillo es fundamental. Debe estar exactamente en la parte central de la primera yema del dedo índice. Separa un poco los pies y define tu objetivo. Dispara.
Mientras recuerdo lo que mi hermano me dijo, fue reproduciendo sus indicaciones hasta que estoy en posición. Disparo. El seguro de la puerta se rompe. La puerta se abre cuando la pateo. Adentro hay una fábrica gigantesca abandonada. Camino con cuidado apuntando con el arma. No hay nadie, no hay nada más que basura, polvo y maquinaria oxidada. Un grupo de ratas corre por mis pies, cierro los ojos con fuerza y ahogo un grito. Se pierden en la oscuridad. ¿Qué es esto? ¿Por qué cuidan una fábrica abandonada? Tiene que haber alguna puerta que me lleve al almacén. Me lleva diez minutos recorrer la mayor parte y no encuentro nada, ni un cigarro recién usado, ni comida de estos días, ni pasos en la fina capa de polvo en el suelo que delate que alguien viene por aquí.
No hay nada.
Esto es una farsa. Entonces, ¿dónde tienen el Turbo Neón?
Salgo de la fábrica y subo por la pendiente por dónde las motos saltan el muro. Sigo pensando sobre lo que vi, lo extraño que me resulta que solo unos cuantos cuiden el lugar donde supuestamente guardan el Turbo Neón, lo lejos que está este lugar que no tiene nada. O nos equivocamos de lugar o ellos tienen un almacén poco común en el que nadie buscaría.
En ese instante, a lo lejos veo llegar el tren.
Se me congela la sangre.
¡El tren! El tren no solo es un transporte para el Turbo Neón, sino que es el lugar perfecto dónde pueden guardarlo sin que nadie sospeche porque toda la atención está concentrada en esta fábrica que nadie ha visto. ¡Es un almacén dinámico!
Activo mi intercomunicador y subo a mi moto. Persigo el tren.
—¿Dónde estás? —me grita Elthon—. Ya no sé que más hacer para distraerlos. Casi me han volado los sesos.
—¡El tren! —grito—. El tren es el almacén perfecto. Solo usan ese muro y la fábrica como una distracción. El tren en realidad es un almacén dinámico. Está en todos lados y en ninguno a la vez. Es la mejor forma de esconder algo.
Él se queda callado un instante. Al fondo escucho disparos.
—Buen punto. Yo estoy cerca —grita. Alzo la mirada y lo veo a lo lejos como un punto azul—. Ve a investigar y yo los distraigo.
—Hecho. Cambio y fuera.
Él dice algo pero no le doy tiempo de responder y le corto. Suelto una risa.
Sigo de cerca al tren. Siento que esta vez va más veloz, que es más grande. Busco una pendiente más adelante y cuando la encuentro, subo y brinco hacia el techo del tren. Freno en seco y me detengo justo antes de caer por el otro lado. Avanzo por el techo vagón por vagón hasta llegar a uno que tiene una ventanilla. Me detengo, dejo la moto en el techo sin soltarla y abro la ventanilla. Meto mi cabeza por ahí. En ese vagón hay decenas de barriles como los que vi ayer. Todos en fila, tienen etiquetas rojas. En el otro extremo hay un guardia con un arma de largo alcance. Salgo de ahí, el pulso se me acelera.
Otra vez me asomo y veo algo más: hay un hombre en el suelo con esposas en los pies y las manos. Tiene un traje negro pegado al cuerpo y guantes de motocross. ¿Quién es? Es alto, de espalda ancha y cabellos ondeados. Tiene los cabellos en la cara, y no lo reconocería si no fuera por el mechón rojizo que sobresale entre su espesa cabellera y la cicatriz en su dedo que una vez se hizo mientras alzaba pesas. Luego mueve la cabeza y deja al descubierto su rostro. Confirmo lo que pienso.
Es Rafael, el compañero del FBI de mi hermano.
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