Capítulo 1

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Lele

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Lele

Sábado 3 de septiembre

¿Alguna vez has llegado a un punto tan bajo en tu vida que te preguntas dónde fue que todo comenzó a salirte mal?

Por desgracia, yo sí.

Hace dos años, cuando recibí mi carta de admisión en la Universidad de Westwood, no podía estar más contenta. Si hubiera sabido lo que me esperaba, no me habría emocionado tanto. En definitiva, en este momento no estoy nada feliz ante el hecho de que las vacaciones de verano terminaron y debo volver allí.

—Debiste ir a Juilliard.

Levanto la vista de la maleta abierta que tengo delante de mí, sobre mi cama, y observo a mi hermana. Kelsy no me mira, está echada en el sofá con la vista puesta en su iPad. Lo más seguro es que esté leyendo uno de esos manhwas románticos que tanto le gustan. Manhwa, no manga. Me costó aprender la diferencia.

—¿A qué viene eso? —pregunto con la ceja enarcada mientras tomo una blusa y comienzo a doblarla.

—¿Crees que soy idiota, Lele?

Deposito la blusa doblada en la maleta y vuelvo a mirar a mi hermana.

—Kels, eres la chica que resuelve ecuaciones por placer y estudia la especialidad de matemáticas en la maldita Yale. ¿Quién demonios pensaría que eres idiota?

Kelsy suelta un suspiro antes de oprimir el botón para bloquear su iPad. Entonces se sienta como la gente civilizada en el sofá, se acomoda los anteojos y me mira con mucha seriedad. Hay una pequeña mueca en sus labios.

—Cada vez que llega el final de las vacaciones y tienes que empacar para volver a Westwood Hills, tu rostro se convierte en la descripción gráfica de la palabra sufrimiento.

Abro la boca sin saber muy bien qué decir. No sabía que ella se daba cuenta de estas cosas.

—Yo... no...

Kelsy rueda los ojos.

—Lo he notado desde la vez que volviste a casa para navidad luego del primer semestre. Y, sin embargo, cada que papá pregunta cómo te va allí, mientes. Dices «todo va bien, papá. Me encanta Westwood Hills y la universidad» y él responde «¡estupendo, cariño!», porque supongo que eso es lo que quiere creer. Que no necesita ocuparse de nosotras, que lo estamos haciendo bien allí afuera, así que él puede continuar preocupándose solo por su dolor. Un dolor que todos compartimos, porque no fue solo su esposa la que murió. Tú y yo también perdimos a nuestra mamá.

Se me pone un nudo en la garganta.

—Papá hace lo mejor que puede, Kels —es todo lo que soy capaz de responder.

—Lo sé... —la voz le tiembla y su frente se arruga—. Los tres lo hacemos. Él se ha refugiado en su trabajo y yo en los estudios. Pero ya no planeo estancarme allí, Lele. Desde hace unos meses, cada maldita semana visito a la terapeuta de la universidad. Hablo con ella, hago algo para superar una pérdida de la que ya han pasado dos años, pero que todavía me duele... todavía me impide ser capaz de ponerme detrás de un volante y conducir un auto yo sola. —Se limpia con brusquedad las lágrimas que se le han escapado y suspira—. Perdimos a mamá de un modo muy injusto y repentino.

El plan perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora