Capítulo 1

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La cocina se sumergía en un ambiente intranquilo y lleno de estrés. Las noches entre fogones y cuchillos eran las peores, la demanda de reservas era cada vez mayor.

—Povar, pruebe esto—con una cuchara de madera se aproxima a él.

"Povar" era el término referido a "chef" en ruso. «Повар», él había dejado claro el primer día que esa era la forma por la cual deberían referirse a él dentro de esas cuatro paredes. Viktor Volkov era alguien intimidante, y ni siquiera una mosca se atrevió a rebatir aquello.

—Le falta orégano y azúcar—nombra degustándolo, aún sin apartar su vista de la sartén con verduras salteadas.

—Gracias, Povar—se retira.

El ruso apaga el fuego y coloca con rapidez y agilidad tres platos. Los decora él mismo.

—Mesa 23—anuncia en voz alta, y en seguida llega otro cocinero para llevarlo a la barra de pedidos, y que así un camarero se lo lleve.

—Aún quedan cinco pedidos que hacer—informa un joven cocinero pelirrojo, que se mueve con rapidez por todos lados.

Volkov suspira. No le quedaba otra, por muy tarde que fuera.


[...]


—¿Solo queda esa mesa? —Cuestiona mirando por la pequeña ventana incrustada en la puerta corrediza.

—Sí.

—De acuerdo, pueden irse yendo si quieren, ya me encargo yo de ella—se seca las manos en el delantal blanco, que estaba repleto de manchas de salsa.

—Ya está hecho su pedido, es el Pelmeni. Lo preparó usted hace un rato.

Mira de nuevo al cliente desaliñado, y frunce el ceño. El Pelmeni no era un plato que soliesen pedir, era uno simple, sin mucha dificultad. Sobre todo para Viktor, pues su especialidad era la comida rusa, por ello el menú estaba lleno de nombres de platos típicos de su lugar natal. Aún así, aquel era de los que menos se pedían, pero parecía haberlo preparado sin ser consciente de ello.
Después de unos segundos, se aparta de allí y mira a sus empleados.

—Pues más razón para que se vayan, mañana hay una gran reserva—da una palmada al aire, llamando la atención de todos—. Terminen de hacer lo que están haciendo y váyanse a casa, no quiero ojeras en mi establecimiento—repite.

Finalmente acceden, comenzando a conversar entre ellos en voz baja. A Viktor le molestaba cuando lo hacían a gritos. La primera vez que lo hicieron, más de uno se quedó en casa unos cuantos días. Poco a poco la cocina se va vaciando, todos ellos saliendo por las puertas traseras del restaurante. Ningún trabajo podía salir por la delantera a menos que el local estuviera cerrado y tuvieran la llave. Y el chef era el único dueño de esa misma. Termina su tarea de ordenar un poco el desastre formado, cuando entra un mesero con los últimos platos.

—Ya está, señor—informa.

—¿Se ha ido el último cliente? —Interroga.

—Así es.

—Muy bien, pueden retirarse todos. Descansen para mañana, buen trabajo—dice con voz monótona, metiendo esa vajilla en el fregadero.

—Gracias, Povar. Buenas noches—se despide, saliendo de la cocina.

Todo el espacio se hunde en el silencio. Parecía mentira teniendo en cuenta cómo se encontraba hacía unas horas. Mira a su alrededor, y con los brazos en jarra suspira. Temprano vendría de nuevo los encargados de la limpieza, tendría que despertar temprano. Apenas llegaba a dormir más de cuatro horas seguidas, pero ya se había acostumbrado a eso. Repetía a sus trabajadores que debían descansar para estar con los cinco sentidos puestos en su labor, pero él no lo cumplía. Aún así, no se quejaba. Su trabajo era un sueño vivido para él, no podría haber salido mejor. «Ya tendré tiempo para descansar», se repetía una y otra vez.

No tarda mucho más en salir de la cocina, una vez vestido con ropa informal. Juega con el llavero en sus manos, y revisa su teléfono después de comprobar que todo estaba en orden, tanto las luces como las ganancias del día. Todo el personal ya se habían ido después de una orden por su parte. Realmente la cena que tendría lugar mañana era importante para él, y no podía haber fallo ninguno. Sale del restaurante por la puerta principal después de haber cerrado las restantes. Pocas veces lo hacía, pero esa noche había dejado su coche aparcado en frente por la falta de sitio.

Camina hacia su coche negro, y cuando levanta la vista ve a un hombre hablar por teléfono apoyado en una moto, que justo estaba colocada delante de su vehículo. Frunce el ceño, era el mismo que se había pedido el Pelmeni.

—Je ferai ce que je veux, c'est mon magazine. Si vous avez d'autres problèmes, veuillez contacter mon représentant.

«¿Francés?», se cuestiona. Aquel acento parecía natal, ningún aficionado podría hablar con tanta prisa y enfado en ese idioma sin ser de Francia. Desvía su vista, tampoco le importaba, si era sincero. Abre su auto y no tarda en montarse, dándole un último vistazo a su cliente antes de irse de allí.

Plato de cinco estrellas. |Volkacio AU|Where stories live. Discover now