Capítulo 4

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Se queda estático delante del edificio. Esa dirección no estaba muy lejos de donde vivía, por lo que sabía dónde se encontraba perfectamente. Baja del coche, aún con el uniforme blanco puesto. Cualquiera que le viera sabría que era un cocinero, pero no tenía ropa de recambio en el auto, y si volvía a casa puede que pensase mejor las cosas y se arrepintiera. Así, dejándose llevar, mete las llaves en el bolsillo del pantalón, bloqueando el vehículo y caminando directo a las puertas de la editorial.

Un intenso aroma a flores le hace arrugar la nariz cuando entra. Todo estaba en silencio. Camina hacia recepción, encontrando allí a una mujer tecleando en su ordenador. Esta levanta la vista y alza una ceja.

—¿En qué puedo ayudarle? —Le da un vistazo de arriba a abajo, dejando a un lado su trabajo principal.

Eso le deja pensativo por un segundo. ¿Cómo diría que lo único que quería era tener unas palabras poco amigables con el crítico gastronómico que escribió el artículo de una revista?

—Quería ver al editor de la revista Annatto.

—¿Tiene cita previa? —Interroga.

Este niega con la cabeza.

—¿Cuál es su nombre? —Vuelve a escribir algo en el ordenador.

—Viktor Volkov.

—¿Viene por algo en particular o solo quiere ver al editor?

—Quisiera hablar con Horacio Pérez—recordaba el nombre a la perfección.

La mujer vuelve a inspeccionarle, ahora recayendo en su aspecto. Suspira. Deja a un lado el teclado y se sube las gafas de leer hasta ponérselas en la cabeza.

—¿Viene a quejarse de una crítica? —Parece que aquello era muy habitual, pues su tono de voz estaba lleno de cansancio.

—Vine a hablar—se cruza de brazos.

Su tono siempre era serio, por lo que podía parecer enfadado. La señora le mira unos segundos más y, volviéndose a colocar las lentes, termina lo que escribía.

—El señor Pérez no vendrá hasta dentro de media hora, puede esperarle en la sala de espera—informa.

¿Tan enfadado estaba y tanto le importaba, como para esperar ese tiempo? Seguro que para entonces ya había recaído en que aquello era una estupidez.

—Da igual, muchas gracias—asiente en despedida y se voltea.

Pero no camina, sino que se detiene para observar a alguien que hay justo delante suya. Un hombre, un poco más bajo que él, con tez bronceada y una cresta despeinada morena con reflejos rojizos, le mira a través de unas gafas de sol. Se las sube, dejando expuestos unos ojos con heterocromía, marrones y verdosos.

—¿Quién me espera? —Interroga a la mujer detrás del mostrador.

—Este señor—indica.

El joven le da un vistazo al atuendo del ruso, para luego recaer en su rostro.

—¿A qué vienes? —Pregunta, pasando por su lado.

—A hablar—responde con voz dura, como si su humor hubiera empeorado al verle en persona.

—¿Te conozco? —Firma unos papeles que le da la mujer, y le mira por encima del hombro.

—Se llama Viktor Volkov—dice ella.

—¿Volkov? —Saborea el apellido en sus labios, girándose para mirarle nuevamente de arriba a abajo.

El de pelo plateado se cruza de brazos, pues no sabía qué hacer con los estos caídos.

Plato de cinco estrellas. |Volkacio AU|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora