Capítulo 3

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La rutina había vuelto. La agenda marcaba que no habría un evento importante hasta dentro de un mes, y se trataba de una ceremonia de bodas. Normalmente no aceptaban celebraciones tan grandes, pero cuando se trataba de una familia importante hacían la excepción. Aún así, habría un máximo de personas. Lidiar con los desastres que montarían los niños no sería algo agradable, pero no quedaba otra. Después de todo, no podían rechazar tal cantidad de dinero.

—Michelle—llama a la pelirroja, que estaba ocupada leyendo un recetario.

—Dime—le echa un vistazo sin moverse del sitio.

—Hoy no hay demasiadas reservas, puedes irte si quieres. Solo estaremos abiertos hasta media tarde—informa el ruso, secándose las manos en un trapo seco.

—La mitad de tus cocineros están en su día libre, ¿cómo voy a irme? No estoy cansada, igualmente—se encoge de hombros, dándole una sonrisa genuina.

Viktor suspira.

—Bueno—asiente.

—¿Y tú? —Cuestiona con la vista en las letras.

—¿Y yo qué?

—¿No deberías ir a descansar? Ayer fuiste el último en irse, y hoy has sido el primero en llegar. Apenas has dormido seis horas, Volkov.

Ella le llamaba por su apellido cuando no estaban trabajando. Y, técnicamente, aún no lo hacían. El restaurante no abría hasta el mediodía, y el chef llevaba allí desde las siete de la mañana. El par de cafés que había ingerido le mantenían despiertos. Solo habían ido a trabajar los cocineros más experimentados, y algunos otros novatos que querían guardar su día libre para otra fecha. Y cada uno de ellos trabajaba en algo diferente.

—Estoy bien, no voy a dejar el restaurante solo—atrapa uno de los cuchillos y lo pone junto a la tabla de madera para las frutas.

—¿Solo? ¿Entonces qué hago yo aquí? —Carcajea, dándose la vuelta y mirándole con los brazos en jarra.

Había conocido a Michelle Evans mucho antes de abrir ese restaurante. Al llegar a Estados Unidos, se metió en un programa de chefs, y allí la conoció. Más tarde, a pesar de la buena relación que habían forjado, no volvieron a verse. Hasta que, meses después, Viktor abrió el "Mókosh", y la primera en ir a una entrevista fue ella. Había pasado un tiempo desde eso, y el ruso agradecía que ella fuese la segunda al cargo.

—No puedo dejarte con el restaurante sola—habla serio, comenzando a pelar unas manzanas rojas.

—¡Vamos! —Exclama acercándose—Siempre lo he dirigido contigo, no me irá tan mal. ¿O es que me hiciste encargada por lástima?

Le mira de reojo sin dejar lo que hacía.

—Hay pocos clientes hoy, tú mismo lo has dicho. ¿No conoces la palabra "vacaciones"? —Resopla.

—No voy a tomarme unas vacaciones—contesta al instante, ahora cortando la fruta.

—¡Solo ve a casa y duerme un rato! Es un día puntual, los dos sabemos que no vas a volverlo a hacer—rueda los ojos, insistiéndole.

En parte, le hacía ilusión manejar la cocina.

—¿Por qué tanta insistencia? —Chista.

—Porque un cocinero cansado no es un buen cocinero—sentencia.

Le mira directamente. La crítica de esa revista famosa del anterior día le ataca a los recuerdos.

—En serio, Volkov. No pasa nada—pone la mano en su hombro, sonriéndole con la boca cerrada.

Este suspira. Tal vez tenía razón. Mira a su alrededor, y todos parecían estar atentos a su conversación.

—Povar, no se preocupe. Se merece el día libre—dice uno de ellos.

Finalmente, tras pensarlo durante unos instantes, Viktor deja el cuchillo sobre la tabla de cortar. Limpia sus manos y vuelve a suspirar.

—Estáis deseando que me vaya—habla—. Andy, si no estás haciendo nada ven a terminar esta tarta de manzana—ordena antes de rodear la mesa.

—Sí, sí, venga—la pelirroja da unas palmadas en su espalda—. Procura descansar mucho, ¿de acuerdo?

Le sigue hasta la puerta trasera. El ruso venía con el traje de cocina desde casa, así que no necesitaba ir a cambiarse.

—¿Sabes dónde están las llaves? —Cuestiona.

—Sí, tengo unas de repuesto—salen al callejón.

—Si tienen algún problema llámenme—revisa su teléfono móvil antes de mirarle.

—Claro—asiente—. Vete ya, anda. Tus ojeras me perturban.

—Voy—alarga la vocal, voltearse para comenzar a alejarse con las manos en su bolsillo.

No tarda mucho en llegar hasta su coche y montarse en el lado del piloto. Antes de arrancar, vuelve a revisar su teléfono. Ahora, contesta al último mensaje que le habían enviado. Era el titular de una noticia.

«Crítica gastronómica hacia el famoso restaurante "Mókosh" revoluciona las redes.»

—¿Qué...? —Se cuestiona antes de entrar al enlace.

Se toma el tiempo de leer el artículo, frunciendo cada vez más el ceño. Se fija en el último párrafo, donde recomendaba otra noticia escrita sobre esa revista. Sin pensarlo siquiera, le da. Comienza a leerlo hasta que se detiene en una de las imágenes. Parecía ser las oficinas de la editorial, y sabía exactamente dónde se encontraban. Siguiendo tal impulso, enciende el motor y bloquea el móvil. Sale del aparcamiento, sin saber muy bien lo que estaba apunto de hacer.

Plato de cinco estrellas. |Volkacio AU|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora