Capítulo 22: Familia.

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Tener una familia. Eso es lo que Amelia siempre quiso. En su caso, la familia de sangre no pudo ser. Su padre y, después, su hermano, no dejaron que así fuera. Tener a Devoción como madre era lo único que la salvó aquellos años. Ahora estaba en "El Asturiano", rodeada de toda esa gente que la había acogido en el barrio y en sus corazones y, aquello que dijo hacía ya dos meses, mientras desayunaba con María, Natalia y Luisita, se hizo más y más fuerte. "Es bonito tener una familia" volvió a pensar mientras veía como Marcelino besaba a Manolita, como si fueran dos novios que acaban de empezar a salir.

Se habían reunido todos en el bar familiar, para celebrar que Luisita había terminado la carrera, a falta de entregar su trabajo de fin de grado, y, gracias al artículo que escribió sobre Amelia, el periódico en el que estaba haciendo sus prácticas, le había ofrecido un puesto de becaria. No era mucho. Casi nada, pero cuando llamaron a Luisita para darle la noticia, estaba tan emocionada, tan nerviosa, que, después de colgar la llamada, se abalanzó a los brazos de la morena y la soltó hasta que sintió que el cuerpo dejaba de temblarle. El sueño de Luisita estaba más cerca de hacerse realidad y Amelia no podía estar más orgullosa de ella.

La relación que estaban construyendo era maravillosa. Amelia aún no se podía creer que aquella mujer que le había removido todo por dentro desde que la vio por primera vez, quisiera estar con ella y, lo más importante, Luisa Gómez quería quedarse. Se lo había demostrado cada día, desde que se dejaron llevar aquella noche, aunque estuviera demasiado ocupada con los exámenes finales o tuviera que ayudar a sus padres en el bar o hubiese demasiado trabajo en el King's. Luisita siempre encontraba un hueco, un minuto, aunque fuera, en el día, para demostrarle a Amelia que para ella, aquello no era un capricho o algo pasajero.

- ¿En qué piensas? – dijo Luisita sentándose en una de las mesas del bar, junto a Amelia, que miraba sonriente a toda aquella gente que la rodeaba.

- En que estoy orgullosa de ti. – contestó mirándole a los ojos con ternura.

- Gracias, mi vida. – susurró sin apartar sus ojos de ella.

- En eso y en que ahora mismo te llevaría al almacén para hacerte cositas. – soltó Amelia mordiéndose el labio inferior.

- No me digas esas cosas, que no respondo y no quiero yo que mi familia se entere de lo nuestro, porque mi abuelo nos pilla chuscando contra unas cajas de cerveza. – respondió mirando a su abuelo Pelayo que en aquellos momentos lucía una tiara de princesa, mientras Catalina, sentada en su regazo, le daba en la cabeza con una varita mágica.

- Bueno...te vas a librar por esta vez, porque el bar parece la estación de Atocha, pero la próxima vez que haya un almacén cerca, no te libras, que aquella vez nos quedamos a medias en el del King's. – le dijo bajito y con la voz ronca.

- Por tu culpa, cariño. – contestó con retintín. – Que yo por mí...

- Lo sé. – dijo riendo. – Qué le vamos a hacer, si soy una estrecha. – Luisita soltó una carcajada.

- De estrecha nada, que no me costó mucho convencerte y ahora lo que me cuesta es pararte. – replicó, poniendo una mano en el muslo de la morena.

- Eso es cierto.

Y se quedaron mirándose, de nuevo, a los ojos, hipnotizadas, como siempre lo hacían. Habían bautizado aquel gesto como miradas mamihlapinatapai. Un trabalenguas que, según Luisita, era la palabra exacta que definía como siempre se habían quedado colgadas mirándose, queriendo hacer algo que ninguna de las dos terminaba por atreverse a hacer. A Amelia aún le costaba mucho decir aquella palabreja extraña, pero le gustaba que existiera un concepto tan específico, que las definía tan bien.

MamihlapinatapaiTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang