Capítulo 27: Algún día.

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- Yo os declaro legalmente casadas. – dijo el juez.

Las dos mujeres se miraron a los ojos, sonriendo, al oír aquello y se lanzaron a los labios de la otra. Una algarabía resonó por todo el hermoso jardín de aquella casa que estaba casi en ruinas.

- ¡Vivan las novias! – gritó Marcelino emocionado.

- ¡Vivan! – corearon todos los demás presentes mientras aplaudían a la feliz pareja.

Había pasado un año desde que el King's ardiera y de que Amelia casi se fuera con él. Tardaron tres meses en inaugurar de nuevo, pero el club estaba mejor que nunca.

Como bien dijo Alonso, la mayoría de los daños, por el fuego y el agua que usaron los bomberos para extinguirlo, los cubrió el seguro. Amelia pensó que aquello podría ser una gran oportunidad para cambiar el aspecto del local y quizás algo más que le llevaba rondado la cabeza desde el día en el que volvió a entrar a él, después del hospital.

María y ella trabajaron muy duro para la reapertura y Luisita volvió, temporalmente y cuando el trabajo en el periódico se lo permitía, a ayudar con las redes y para anunciar como era debido el evento que querían hacer para la nueva inauguración.

Recuperar y mejorar la relación con Luisita, fue otra de las cosas que mantuvieron a Amelia ocupada durante aquellos meses. Quería demostrarle, de todas las maneras posibles, que no tenía dudas de que quería estar con ella. Lo quería todo con ella.

- Pasa, Luisita. – dijo Natalia al abrirle la puerta.

- Buenas tardes, cuñá. – le contestó dándole dos besos. - ¿Dónde está mi niña?

- Llegas pronto, ¿no? Aún está por vestirse. Pasa a la habitación que yo me voy a por tu hermana antes de la reapertura y, además, no quiero oír las guarrerías que vais a hacer en cuanto os veáis.

- Hija, Natalia, ni que estuviésemos todo el día...pim, pam, pim, pam. – soltó gesticulando con los brazos.

- Es lo que lleváis haciendo tres meses, querida. – contestó cogiendo sus llaves. – No te hagas la inocente ahora que no te pega nada, cuñadita.

- Venga, va...llevas razón. – comenzó a empujarla hasta la puerta. – Ale, a buscar a mi hermanita que yo tengo tarea aquí.

- No tienes vergüenza. – le dijo entre risas saliendo del piso.

- Tú tampoco. – y le cerró la puerta en las narices.

Luisita soltó sus cosas en el sofá del salón mientras caminaba, directa a la habitación de Amelia, con una sonrisa que dejaba ver sus intenciones. Cuando llegó a la puerta, abrió despacio y, lo que vio, hizo que se mordiese la sonrisa que llevaba puesta.

Amelia estaba sentada en la cama, con unos cascos enormes puestos, guitarra en mano conectada a ellos mientras tarareaba algo y, lo que a Luisita le pareció lo mejor de la imagen: Amelia llevaba puesto el pijama enterizo de unicornio, a juego con el suyo, que le había regalado al poco de reconciliarse. A su lado, en la mesita de noche, enmarcada en un portarretratos de colores, la foto que se hicieron ese día. Las dos con sus pijamas, Luisita enseñando los dientes todo lo humanamente posible y Amelia con los ojos cerrados y riendo a carcajadas, mientras se apretaban la una a la otra para salir bien en el selfie.

- Hola, hermosura. – dijo la rubia en voz alta, apoyada en el marco de la puerta.

- ¡Ay, qué susto! – contestó Amelia cerrando los ojos y llevándose la mano al pecho.

- Perdone usted. – le dijo Luisita mientras se acercaba. – No quería asustarla. – le sacó los cascos con suavidad y le quitó la guitarra del regazo.

MamihlapinatapaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora