Capítulo veintiséis

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Emma

Me prometí a mí misma que no volvería a pisar la casa de Ashton para evitar ver a Aiden, pero aquí estaba otra vez, en su casa, esperando que Ashton buscara algo en su habitación. Según él no había nadie, y por la tranquilidad de la casa y el silencio sepulcral, parecía ser cierto.

Ashton se dio la vuelta, buscando algo en su ropero.

—Diablos, lo siento, no sé dónde la he dejado —dijo con frustración, refiriéndose a su billetera.

Ashton volvió a invitarme a salir, era sábado y pasó una semana desde que caí por las escaleras, por lo que me recuperé del golpe y la gripe y me sentía con energías para seguir en mi cotidianidad. Cuando llegamos al cine y estuvimos a punto de comprar las entradas, Ashton se dio cuenta de que le faltaba su billetera: le dije que no tenía problema en pagar para ambos, pero Ashton se negó y quiso volver a su casa a buscar el dinero, conmigo de acompañante.

—Ashton, de verdad, puedo pagar yo. No es algo malo —sonreí amablemente.

Las cosas con Ashton parecían ir en serio, pues la forma en la que nos mirábamos, hablábamos por horas y nos sonreíamos, lo dejaba claro. Él me hacía feliz, tenía que admitirlo.

—Sabes que no aceptaré —sonrió, mirándome un momento y buscando en su cajón.

—Eres muy terco.

—Lo sé —aceptó.

Esta era la primera vez que entraba al cuarto de Ashton. Siempre pensé que él era algo desordenado, pues cuando abría su mochila en la universidad, sus cuadernos estaban completamente desordenados y los bolígrafos en cualquier parte. Pero su habitación estaba impecable, con todo en su lugar, la cama bien hecha y un rico aroma a vainilla.

—No sé dónde la he dejado, siempre la llevo conmigo a todos lados, pensé que la tenía —continuaba buscando.

—Quizá la has perdido —opiné.

—Espero no, mi tarjeta está dentro —cerró el cajón y volteó a verme. Parecía decepcionado—. Lo siento, Emma —suspiró—. He arruinado nuestra cita.

Me acerqué a él con una sonrisa y lo tomé de las manos.

—No has arruinado nada —aseguré, viendo sus hermosos ojos avellana—. Cambia esa cara de frustración, por favor —presioné sus manos.

El ritmo entre nosotros era tranquilo, no nos besábamos aún, pero nos tomábamos de la mano para caminar, y realmente era algo que me causaba muchas cosquillas en el estómago. Debía admitir que tenía muchas ganas de que él me besara, de dejar de lado un momento este acuerdo de ir despacio, porque cuando sus ojos hacían contacto con los míos, algo lindo se removía dentro mío.

—Es que la he cagado —soltó una de mis manos y la llevó hasta mi mejilla para tomarla con cuidado. Mis mejillas se tornaron de un color rosa que delataba lo que él me provocaba—. Qué linda te ves con tus mejillas rosas —comentó.

Quise sonreír como estúpida, pero me aguanté.

—Tú te ves lindo cuando te frustras.

Hacía calor, estábamos muy cerca y lo único que rondaba por mi mente en este momento era la imagen de nosotros dos besándonos. Ashton tenía una boca muy tentadora.

—¿En qué piensas? —me preguntó, cortando el silencio.

—En nada —mentí.

No respondió hasta después de varios segundos.

—¿Sabes en lo que pienso yo?

—¿En qué piensas?

—En que quiero besarte —admitió. Mis mejillas volvieron a arder—. Si me dejas, por supuesto —aclaró.

La profundidad de su mirada #D4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora