Capítulo 39: Rutina

61 10 2
                                    

Habían pasado cinco semanas desde que Hans y Marco habían regresado a casa.

Piiiiiiipiiiiiiiiiiipiiiiip, GRAAAAAAAACK, pipipipipipipipipipipip, GRAAAAAAACK

El despertador golem estaba sonando de un modo atronador como todas las mañanas y también, como todas las mañanas, estaba siendo ignorado por Marco, que seguía teniendo el sueño extremadamente pesado. Ni tan siquiera el punzón de mithril que hacía las veces de pico y que lo martilleaba incansablemente en los ojos era capaz de lograr la gesta de despertarlo a la hora indicada.

Al principio el despertador-golem tenía la forma de Elsa a escala 2/3, pero dado que siempre acababa abrazado a él, no resultaba muy eficiente como despertador, así que acabó por cambiarlo por uno nuevo que parecía a avestruz gorda.

Marco la echaba mucho de menos (a Elsa, no al pájaro-avestruz-golem-herramienta-infernal-de-mithril-con-sobrepeso, que era el actual nombre oficial del despertador, a espera de un nombre mejor)

Marco había fabricado ese despertador-golem porque Luminaria siempre lo asustaba al despertarlo por las mañanas. Sus movimientos, increíblemente silenciosos, hacían que casi se le saliera el corazón por la boca al abrir los ojos y verla parada junto a su cama por las mañanas, incluso los increíblemente afilados sentidos de Marco eran incapaces de detectarla. Él ahora estaba completamente seguro de que Luminaria era una auténtica y genuina criada-ninja o tal vez una ninja-criada, que es como se llaman en el hemisferio sur. Inicialmente Marco solamente tenía algunas ligeras sospechas, pero esas sospechas se tornaron certezas cuando la vio descendiendo desde un falso techo, que ella misma había excavado en la mansión, para servirle agua por las mañanas de un modo más eficiente más eficientemente, ya que al parecer, usar la puerta era al menos unas tres décimas de segundo más lento. Por si eso fuera insuficiente, tras ser atendido de un modo tan innecesariamente diligente, Luminaria siempre desaparecía tras una cortina de humo que olía a lavanda y hierbabuena. Lo más aterrador es que Marco ni tan siquiera necesitaba llamarla, solo necesitaba pensar en que sus servicios eran necesarios y ella aparecería instantáneamente desde cualquier rincón de la habitación. De ese modo los amagos de infarto eran inevitables.

Tras varios minutos de repiqueteo en los párpados, Marco abrió los ojos lentamente y tras enderezar el pico de mithril, que se había doblado, se incorporó perezosamente en la cama.

-Señor Augusto, ¿me ha llamado?

-¡¡¡YARG!!!

-Aquí tiene sus zapatillas, las he calentado en una estufa.

Marco recogió sus cálidas e impecables pantuflas con forma de conejito, mientras ella desaparecía detrás de un armario.

"La "típica" rutina diaria", pensó Marco.

Después del sobresalto ya no quedaba ni un solo resto de somnolencia, así que se levantó y giró su cabeza como si recordase algo.

"Diablos", dijo consternado.

En algún momento justo en el instante entre que se había levantado de la cama y había girado su cabeza, Luminaria había tenido tiempo suficiente para hacer la cama, que ahora lucía impecable y sin ninguna arruga. También había cambiado la colcha y las sábanas por unas nuevas y limpias y había cambiado las flores del jarrón que había sobre la cómoda por unas nuevas y frescas.

Marco decidió sentarse en su despacho por la fatiga mental que le había provocado tanta eficiencia inexplicable, pero la silla no estaba allí, al parecer la mesa de alquimia se había comido la silla nuevamente, era la tercera vez esta semana. Anna le había pedido muchas veces que se deshiciera de la mesa embrujada, pero dado que de algún modo la mesa ayudaba a Marco con sus experimentos, él decidió que sacrificar una o dos sillas era un precio bajo a pagar por un asistente tan útil.

Guía básica de Supervivencia en un Universo fantástico (de mierda)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora