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Tras llevar a Ryōmen de vuelta al Palacio Honmaru y meterlo en el futón, Yuji se quedó de pie fuera de la habitación con Satoru. Sus emociones se desbordaban tan brillantes y tan fuertes, que el contenerlas requirió toda su fuerza de voluntad.

     —Voy a decirle a Nobara que está bien —susurró.

Satoru asintió, silencioso y algo distraído. Sus dedos se entrelazaron brevemente. Se separaron, y Yuji fue en busca de su prima.

Nobara estaba sobre el futón, tumbada sobre un costado, con los ojos totalmente abiertos.

     —Encontraste a Ryōmen —murmuró, cuando Yuji se acercaba a ella.

     —Si.

     —¿Está...?

     —Está bien. Creo... —Yuji se arrodilló al borde del futón y le sonrió—. Creo que mejorará de ahora en adelante.

     —¿Volverá a ser el viejo Ryōmen?

     —No lo sé.

Nobara bostezó.

     —Yuji... ¿Te molestaría que te preguntara algo?

     —Estoy demasiado cansado como para molestarme. Pregúntame lo que quieras.

     —¿Vas a enlazarte con Gojo-san, serás su familiar?

Esa pregunta llenó a Yuji de un aturdido placer.

     —¿Debería?

     —Oh, si. Se ha tomado muchas molestias, ya sabes. Además, él es una buena influencia para ti. No te comportas como un puerco espín cuando él está alrededor.

     —Que encantadora eres —Yuji estudió la habitación en general, y sonrió a Nobara—. Te lo diré mañana. Ahora duérmete.

Yuji atravesó la sobria quietud del pasillo, sintiéndose tan nervioso como un primerizo mientras iba en busca de Satoru. Era el momento de abrir su corazón, de ser honesto, de tener confianza, como nunca antes la había tenido. El latido del corazón resonaba por todo su cuerpo, incluso en las puntas de los dedos de sus pies. Llegó a la habitación de Satoru, allí la luz de la lámpara se filtraba a través de la hendidura de la puerta que estaba entreabierta.

Satoru estaba sentado sobre el futón, todavía vestido. Tenía la cabeza inclinada, y las manos posadas sobre las rodillas en la postura de un hombre profundamente ensimismado en sus pensamientos. Levantó la mirada cuando Yuji entró en la habitación y cerró la puerta.

     —¿Qué sucede, Yuji?

     —Yo... —Yuji se acercó vacilante—. Temo que no me permitas obtener lo que quiero.

Su lenta sonrisa le robó la respiración.

     —Nunca te he negado nada. Y no es probable que vaya a empezar a hacerlo ahora.

Yuji se detuvo arrodillándose frente a él, la fragancia limpia, salada y refrescante de Satoru flotó hacia sus orificios nasales.

     —He venido hacerte una proposición —dijo, intentando moderar su tono—. Es muy sensato. Verás... —se detuvo para aclararse la garganta—. He estado pensado en tu problema.

     —¿Qué problema? —Satoru jugaba ligeramente con los pliegues de su yukata, observando la cara de Yuji atentamente.

     —Tu maldición de buena suerte. Sé como liberarte de ella. Debes estar a cargo de alguien que pertenezca a una familia que tenga mucha, pero mucha mala suerte. Una familia con muchas deudas. Entonces no tendrás que avergonzarte de tener tanto dinero, porque desaparecerá de tus manos tan pronto como llegue.

Mío al AnochecerWhere stories live. Discover now