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▂▂▂▂▂▂▂ III ▂▂▂▂▂▂▂
El velo nocturno de una noche sin estrellas y sin luna había caído sobre los exhaustos viajeros. El medio de la oscuridad de la noche, allí, en ese bosque cubierto de nieve, las tropas de dos fieros guerreros se detuvieron a acampar.
Un pequeño fuego improvisado consumía poco a poco la leña que a duras penas pudieron obtener.
Tsunade se despojó de su uniforme de samurái, quedando cubierta con pieles de animales que ella misma había cazado. Se había quitado sus guantes, dejando al descubierto sus manos repletas de callos, y pequeñas heridas. La punta de sus dedos estaba helado, a penas eran sensibles al tacto.
Estaba un poco inquieta de que ese acontecimiento limitará su habilidad en combate. Sin embargo, si reflexionaba profundamente, tal vez y solo tal vez no volvería a portar un arma en lo que le quedaba de vida.
En esos momentos, sentía una profunda incomodidad ante una situación que no pudo premeditar.
Esa misma mañana, con la gracia de la aparición de la luz del sol, marchaba junto a sus hombres por el sendero principal, en medio del bosque que conducía directamente Konohagakure del sur. Pudo oír a lo lejos el distinguible sonido del metal al chocar y el relinchar de un caballo; posiblemente se trataba de alguna tropa armada, no perdió el tiempo, y preparó junto a sus hombres una emboscada. El plan era distraer al líder, así, "La princesa Tsunade" lo podría neutralizar y el resto de sus hombres rodearían al enemigo. Si bien la guerra se acabó. Nunca se podía estar seguro de ser atacado por algunos mercenarios, o fanáticos radicales, que aún no podían abandonar sus espadas ante el nuevo horizonte de paz.
Misterioso era el destino. Al final no se encontró con enemigos. Todo lo contrario, un individuo que pertenecía a su pasado estaba justo al margen del filo de su naginata. Se trataba del legendario Samurái, Jiraiya.
Ahora se hallaba preparada para pasar la noche ante la presencia de su amigo del pasado. Sus soldados habían preparado un pequeño campamento a las cercanías de un arroyo, dónde la espesura del bosque y arbustos con resistencia al intenso frío no limitaban el campo visual, por si eran emboscados.
