Capítulo 2

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Fragmento de la declaración de Jacobo Baxter, vecino de Eynsham, al agente Ashman, del Servicio Especial de la Corona.

[...] Que sí, que si quiere se lo vuelvo a contar. Pero oiga, que la parienta me está esperando, ¿sabe? La pobre está muy perjudicada. ¿Se lo he dicho ya? Tiene una de esas enfermedades de mujeres. Limpia en la casa del párroco de Cassington y la recojo con la mula para que no tenga que hacer todo el trayecto a pie... ¿Qué? De acuerdo, sí. Lo que pasó en el río. Pues, como ya le he dicho, iba por el margen derecho camino de Swinford. Venía de recoger remolachas en las tierras de Bowen. Un mal bicho ese Bowen pero, ¿qué quiere que le diga? En casa tengo ocho bocas siempre piando por comida, así que no hay más remedio que trabajar cuando se presenta la oportunidad, por muy mala gente que sea... Vale, ya sé, al grano. Yo iba hacia Swinford... ¿Cómo? Oiga, que ya le he dicho que no. No había empinado el codo. Pensaba dejarme caer por la Taberna del Comandante, pero antes de llegar pasó lo que pasó. Eso sí, después de lo que vi me metí entre pecho y espalda unas buenas pintas, que la cosa no era para menos, ¿sabe? Dígame usted si no habría hecho lo mismo. Va uno tan tranquilo pensando en sus cosas, que son muchas esas cosas, ya le digo yo, y a la vuelta de un recodo del río... ¡Toma estruendo! Me acojoné, con perdón... No, no, no sonó como un trueno. Fue como ese ruido que hace la fusta al cortar el aire. Ya sabe... ¡Ziuuu! Pero fortísimo, como si se abriera en dos el cielo. Pensé que había llegado el Día del Juicio Final y me puse a repasar todas las cuentas pendientes que tengo con el Altísimo, que aquí, entre usted y yo, no son pocas y... Bueno, sí... Que de repente, de la nada, aparece eso en medio del cauce, como flotando. Parecía una pompa de las que hacen los críos con jabón. La verdad es que era algo más que parecida, porque aparte de tener el tamaño de un elefante... ¡Claro que sé cómo es de grande un elefante! Vi uno en la feria del año pasado. Se levantaba sobre las patas traseras y... ¿Qué dice? De acuerdo, le trae al fresco el elefante. Tampoco se me cabree usted. Sí, la cosa era igual que una pompa de jabón, pero tan grande como un elefante y con un fulano dentro. Encogido como un bebé. Así. ¿Ve? ¡Jesús! Y va y se prende en llamas. No, el fulano no, la pompa esa. Aunque ahora que lo pienso imagino que el tipo algo se chamuscaría. Y entonces va y revienta. ¡Plof! Y es como si se hubieran abierto las puertas del Infierno de golpe y por ellas hubiera salido una ventolera del diablo. Oiga, ¡que me tiró al suelo! Y qué calor. Caía agua por todos lados, caliente como sopa de cebollas. Y para colmo me quedé sordo y ciego y tonto perdido durante un rato. Y cuando por fin me puedo poner de pie, empapado hasta los calzones, ya no hay pompa, ni fulano, ni nada de nada... ¿Qué? ¡Sí, claro! Tirarme al agua, dice. ¿Pues no le he dicho que me había quedado medio tonto? ¿Cómo me voy a tirar al agua? Además, ¿para qué? Al tipo no se le veía por ningún lado. La corriente debió de llevárselo río abajo. En ese tramo el Támesis es muy traicionero. Lo mismo te hunde en el cieno del fondo que te lleva en volandas hasta Godstow. Mucho es que saqué redaños para acercarme a la orilla y alcanzar a pescar el libro ese que, por cierto, está hecho una pena. Yo no entiendo de letras, pero para mí que esos borrones no los lee ni el párroco. ¡Ah! Lo de pagarme por la información, ¿cuándo va a ser? [...]

A través del tiempoWhere stories live. Discover now