☆ Capítulo X ☆

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GUARDIANA

Siguieron al Señor Castor por el bosque, tiritando de frío. La nieve se metía en sus zapatos y empapaba sus medias, y el aire helado casi penetraba sus huesos.

Por un lado, Roselyn era una amante del invierno; pero este en particular era intolerable.

El bosque era inmenso y todavía no podían creer que ese lugar estuviera en el fondo de un ropero. Eso hizo que Roselyn se preguntara si lo que le había pasado cuando era una niña fue real o no.

O sea, estaban ahí, en un bosque nevado que descubrió una niña de diez años dentro de un armario, mientras jugaban a una inocente ronda de las escondidas. Ahora, la idea de que una dríade fuera a visitarla no sonaba tan descabellada.

Bajo una empinada colina, se encontraron con una pequeña presa. Se veía iluminada y, al parecer, bastante acogedora.

—¡Qué bien! Mi esposa está preparando algo de comer —dijo el Señor Castor con entusiasmo.

—Qué bonita presa —halagó Lucy.

—Oh, no es para tanto —hizo un gesto con la mano, siendo modesto—. Aún le faltan muchos detalles, pero será un gran negocio cuando esté terminada.

Descendió por la colina hasta llegar a la presa, seguido por los cinco humanos a sus espaldas.

Escucharon la voz de una mujer, y vieron a otro castor saliendo del dique. Aparentemente, era la esposa del Señor Castor, apenas un poco más pequeña que él, pero con los mismos ojos oscuros y brillantes.

—¿Eres tú, Castor? —al verlo suspiró con alivio—. Estaba tan preocupada. Si me entero que estuviste de nuevo con tu amigo el tejón… —dijo con voz amenazante, pero se calló de golpe al ver a los jóvenes tras su marido. Sonrió abiertamente, mostrando sus alargados dientes—. Oh, ¡jamás creí que estaría viva para presenciar este momento! —chilló de emoción y cambió su semblante a uno más molesto, dándole un golpe en el pecho al castor—. Mira mi pelaje, querido. Ni siquiera pudiste darme diez minutos para arreglarme.

—Ni aunque te hubiera dado un mes estarías lista —bromeó él, haciendo que los humanos rieran.

La Señora Castor jadeó, asombrada cuando llevó la cuenta de los niños.

—La tercera Hija de Eva —musitó, pasmada—. Querido, la leyenda —habló bajo solo para que su marido pudiese oírla.

Guardiana... —dijo el castor, observando a la chica de ojos zafiro.

Roselyn enarcó una ceja al percatarse de las miradas sobre ella, disimulando la curiosidad e inquietud que le provocaba aquella atención.

—Vengan, pasen —insistió la Señora Castor, tratando de aligerar el ambiente—. Necesitan algo de comer y compañía civilizada.

Peter, Susan y Lucy la siguieron con gusto, anhelando algo de calor bajo el refugio. Roselyn y el Señor Castor se quedaron afuera, viendo como Edmund estaba muy interesado en aquellos dos picos de montañas más allá del bosque.

—¿Acaso disfrutas de la vista? —preguntó el animal, sintiéndose intrigado.

Algo sobresaltado, el jovencito negó con la cabeza y se metió a la presa.

El castor le cedió el paso a Roselyn amablemente, y ella sintió un golpe de calidez. La pequeña chimenea estaba encendida con un fuego agradable y la Señora Castor había preparado comida para todos. Las chicas se ofrecieron a poner la mesa, Peter y el Señor Castor sirvieron los alimentos y se sentaron finalmente en unos banquillos de madera —hechos por el mismo castor con sus manos, y, posiblemente, sus dientes— para disfrutar del pequeño festín.

Rose | peter pevensie | (EN PROC. DE EDICIÓN)Where stories live. Discover now