☆ Capítulo XI ☆

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ARMAS DE CRISTAL

Casi a media noche, reunidos alrededor de una pequeña fogata y comiendo un poco de pan tostado y trozos de queso, la Señora Castor se dedicó a limpiar las heridas del joven zorro con un pedazo de tela rasgado del mantel y agua caliente.

Nadie hablaba. Tampoco había razones para hacerlo. La tensión se podía sentir hasta en los huesos. La angustia carcomía al Hijo de Adán, y el bienestar de las Hijas de Eva lo obligaba a mantenerse en su eje.

De repente, un quejido llegó a los oídos de los demás. El pobre animal parecía agonizar, pero intentaba disimular su dolor y sus quejas.

—¿Te lastimaron mucho? —musitó la pequeña Lucy, haciendo una mueca al ver la herida abierta.

—Bueno… me gustaría decir que ladran más de lo que muerden —dijo el zorro con burla, y soltó otro alarido por el ardor.

—¡Quédate quieto de una vez! —lo regañó la Señora Castor—. Eres peor que mi esposo cuando se baña.

—El peor día del año —afirmó el aludido, sacándole una risita a las chicas.

—Gracias por su atención —se incorporó como pudo, aún sintiéndose débil—, pero no hay tiempo para curar mis heridas. Prefiero que se ocupe de nuestra Guardiana.

Roselyn todavía no caía en la cuenta de aquel nombramiento. Pero al percatarse de que se refería a ella, negó con sutileza.

—No te preocupes por mí.

—Insisto, por favor —hizo una ligera reverencia—. De todas formas tengo un largo viaje que hacer.

—¿Ya te vas? —preguntó Lucy con un deje de tristeza.

—Ha sido un placer, mi Reina, y un gran honor —se inclinó ante ella, tomándola por sorpresa—. Pero debo retomar mi camino para cumplir con la tarea que el mismísimo Aslan me ha encargado.

—¿Conoces a Aslan? —cuestionó el Señor Castor, rebosante de entusiasmo.

—¿Cómo es él? —lo secundó su mujer, sacudiendo las patas por la emoción y la intriga.

—Igual a todo lo que hemos escuchado, e incluso mejor de lo que alguna vez imaginamos —les aseguró con una sonrisa, y miró a los humanos que no hacían más que escuchar—. Espero que estén preparados para pelear a su lado en contra de la Bruja.

Los tres mayores se miraron, sin saber muy bien qué hacer. No querían ilusionarlos. Después de todo, solo eran adolescentes y niños; no héroes, ni tampoco heroínas.

Hasta hace unas cuantas horas, Narnia no era más que la posible ilusión de una niña. No se creían capaces de gobernarla y protegerla, y menos liberarla de las manos de una bruja tan ruin y despiadada.

—Aún no lo entienden, ¿cierto? —dijo Roselyn con delicadeza y un tono lastimero colándose en su voz.

La pareja de castores y el zorro la miraron con claro desconcierto.

—No pelearemos contra la Bruja Blanca —aclaró Susan con un poco más de firmeza.

—Pero… el Gran Rey Peter, la Guardiana... —dijo el zorro, perdiendo ese brillo de ilusión en sus ojos.

El muchacho la miró, esperando a que ella respondiera.

No la obligaría a quedarse si ella no quería. Roselyn no tenía razones para pasar siquiera un segundo más en ese lugar, pero con lo determinada, o terca, que era sabía que no lo dejaría solo.

Sin embargo, decidió no hablar por ella y se quedó en silencio.

—Escuchen, no vinimos aquí en busca de una nueva batalla —dijo la joven con calma—. Llegamos casi de casualidad.

Rose | peter pevensie | (EN PROC. DE EDICIÓN)Where stories live. Discover now