Epílogo

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Los humanos son la raza más hipócrita y falsa que existe. Siempre peleando, destruyendo, invadiendo, despojando y matando. Fingen estar unidos, ser aliados y dicen ser iguales, pero luego algunos se creen superiores y apuñalan por la espalda a sus "iguales". No les importa el daño que causen a otros con tal de cumplir sus egoístas y frívolas metas.

Y para liberar sus almas y mentes de la culpa que constantemente los carcome, se ayudan entre ellos cuando existe algún evento desafortunado que ellos no causaron: desastres naturales. Eso que era tan ajeno a su control que hasta parecía alegrarlos, el hecho de que existiera algo que destruyera y quitara vidas además de ellos mismos les daba la oportunidad de ser atentos y amables para liberar su conciencia del daño que siempre hacen. 

Oh, pobres e inocentes criaturas que piensan que siendo lo suficientemente buenos se ganarían la gloria eterna al pasar a mejor vida.

Y así ocurrió ese día.

La Tierra estuvo devastada. Se desataron todo tipo de desastres naturales conocidos y desconocidos. Terremotos, huracanes, ciclones, maremotos y demás catástrofes habían arrasado a la Tierra uno tras otro en todas partes del mundo. No hubo muertos, tan sólo heridos y pérdidas materiales afortunadamente; de eso Ella se había hecho cargo. Sin embargo, nadie sabía que había sucedido.

Las tan desarrolladas tecnologías que poseían no fueron capaces de predecir ninguno de estos desafortunados eventos y aquello fue lo peor. Si había algo que los humanos temían era al no tener el control sobre la situación o siquiera tener conocimiento sobre lo que sucede. La incertidumbre, si eso.

Y lo que todos hicieron fue rezar.

Claro, como si fuera a servir de algo. Hipócritas.

Ahora, a casi 10 años de aquel desafortunado evento, todos habían vuelto a la normalidad. Mintiendo y pensando sólo en si mismos para ocasionalmente fingir que se preocupan por el prójimo. Si, esa era su normalidad.

Ah, y también en su nueva normalidad, ese día era de luto. Por todo lo perdido que no se recuperará. Y en otro acto que pretendía ser desinteresado, todos los habitantes de cada ciudad se reunían a orar al cielo y a quien fuera que estuviera allá arriba. Y pedían que los escuchara al pedir que nada como aquello volviera a suceder.

Una mujer de avanzada edad se encontraba arrodillada con un rosario entre sus manos, su cabello ya blanco llegaba a sus hombros y sus ropas estaban desgastadas. A su lado había derecho había un niño y a su lado izquierdo una niña a los cuales parecían interesados en algo que la viejecita les susurraba.

—¿Creen ustedes en el cielo y el infierno, mis niños? —Preguntó la mujer con voz cansada.

—Si, señora —Respondió el niño primero —. Mi madre me dijo que debo ser bueno para ir al cielo.

La anciana sonrió débilmente en dirección al joven para luego voltear a ver la niña, esperando su respuesta.

—No estoy segura —Musitó la joven y miro dudosa a la mujer antes de continuar —. Mamá no cree que exista algún dios ni allá arriba ni en ningún otro sitio.

Los niños parecían grandes, tal vez unos catorce años, quería creer la mujer. Tenían la edad suficiente para escuchar lo que la anciana tenía por decir.

—¿Quieren que les cuente una historia?

—¿Una historia? —Cuestionó intrigado el muchacho sentándose frente a la viejecita —¿Sobre qué?

—Sobre el cielo y el infierno —Respondió con simpleza la mujer viendo a los jóvenes acomodarse frente a ella para estar más cómodos y escuchar la historia —. Una historia de amor imposible.

OH MY GOD [수슈]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora