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xxv. NATURALEZA EGOÍSTA
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LOKI LAUFEYSON
COMO UNA PESADILLA QUE SE NIEGA a abandonar mi subconsciente, las paredes se cierran a mi alrededor al encontrarme una vez más en uno de los pasillos que conduce a los establos del Palacio Dorado. Podría forzarme a despertar si así lo quisiera, pestañear hasta recordarme que esto es un sueño y que si me concentro abriré los ojos en mi celda. Pero toda pesadilla es bella antes de tornarse tenebrosa y es por ese extracto de belleza que todas las noches decido quedarme aquí sin importar que luego no pueda escapar.
—¡Perdón!
Una sombra de color rosa se materializa a mi lado y sonrío pese a saber cómo termina esta historia.
—¿Por qué te disculpas, cariño?
Una versión más joven y feliz de Layla me sonríe sin miramientos, la prueba irrefutable de que esto se trata de un recuerdo de un hermoso pasado distante. Su cabello marrón claro está decorado con algunas trenzas que lo apartan de su rostro, unidas con unos lazos lavandas que hacen juego con su vestido. El color le sienta bien a su piel pálida, aunque la verdad es que cualquier gama del arcoíris se vería como un espectáculo en Layla. Subo hacia su rostro, donde sus ojos son dos urnas de oro fundido que quieren robarle el labor al sol. Sus mejillas con una leve coloración rosada se inflan debido a su sonrisa, sin cargar ninguna cicatriz provocada por mi propia mano. Me gustaría acariciarla, pero no es así como prosigue este sueño.
—Por llegar tarde —se explica, acomodando la ya perfecta falda de su vestido—. Es que mi madre me atrapó cuando salía de mi habitación y empezó a hablarme. No quería interrumpirla, ya sabes cómo se pone. ¿Te dejé esperando por mucho tiempo?
