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x. ORGULLOSA DESPUÉS DE TODO
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🎆 Habitación de Layla, Palacio Dorado, Asgard, Reino de los Æsir ⏳ Semanas después
LAS PALABRAS PASAN FRENTE A MIS OJOS sin que me esfuerce mucho por comprenderlas. Se ven vacías y sin sentido, hasta pasar las páginas del libro me parece un arduo trabajo. Debo controlarme para no arrojarlo por el balcón, ni estrellarlo contra mi espejo para que los trozos de cristal transformen mi habitación en un campo minado. De la misma manera en que todo mi cuerpo se convirtió en uno desde que mi temperamento se descontroló por completo. Sé que mis reacciones violentas y mis gritos no están bien, pero controlarlos no es una tarea fácil. Como Diosa del Amor siento el doble de lo que cualquier persona normal (o dios normal) sentiría en mi caso. Doble tristeza. Doble pesar. Doble dolor.
Ya he pedido perdón por mis exabruptos, aunque tampoco es como si pudiera decir algo más. ¿Cómo excusarme de acciones sobre las que no tengo control? Volverme un violento e iracundo monstruo es más fácil que ser una frágil princesa llorando en su cama todo el día. He decidido ser una combinación de esas dos alternativas y creo que lo estoy manejando a la perfección. Soy como una bestia encerrada en su cueva, sin atacar, pero dispuesta a hacerlo en caso de un ataque previo. Adopté esa postura hace unos días y en ese transcurso de tiempo, mi única visita ha sido Agatha, quien suele traerme comida y los libros que le encargo. Como el que leo en estos momentos.
La situación en Asgard desde lo sucedido es desconocida para mí. Hubo días en los que salí, para tomar un poco de aire y demostrar que no soy tan ermitaña como la mayoría piensa. Recuerdo haber querido entrenar un poco con Thor y fallé estrepitosamente debido a un ataque de vómitos que me enviaron directo a la enfermería. Andromeda, una de las sanadoras que me atendió, explicó que podía deberse al estrés. No lo dudo. Estaba con Thor en el lugar donde tuve que gastar los poderes de mi collar para desterrar a un asesino enviado por una Diosa loca que me quiere muerta. Creo tener derecho a estresarme por los recuerdos que los campos de entrenamiento me generan. Claro que no pude decirle nada de eso a Andromeda, ni a Thor, ni a nadie que no fuera mi madre, porque ella me hizo prometer que no lo divulgara. ¿Las razones? Prometió contarme todo hace tiempo y no me urge ir a buscarla para pedirle explicaciones. Una parte de mí prefiere que esa serie de misterios se mantengan sin resolver, porque tengo el presentimiento de que no me hará bien conocer la verdad detrás de ellos.
