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vii. REINA DE CORAZONES
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EL LLANTO NO ME PERSIGUIÓ por el resto de la noche como creí que haría. Las palabras de Alyssea me tranquilizaron, raro que no me hayan puesto sensible, aunque por suerte no me quebré frente a ella. De todas maneras, no dormí en ningún momento, confiar en la aevintriana es bastante difícil considerando que admitió que me ha estado vigilando desde que la enigmática Génesis le encargó hacerlo hace unas semanas. Aunque me haya jurado que no puede mentir como precio por sus alas y sus poderes aún desconocidos para mí, no voy a permitirme confiar en ella por completo. Después de todo, se encuentra en una alianza nada ventajosa con quien invadió su planeta, quiera o no va a tener que seguir ciertas obligaciones para no enfurecer a su jefa. Y no voy a arriesgarme a quedar atrapada entre sus alas.
El sol se asoma por la entrada de la cueva y mis ojos continuan abiertos al igual que cuando la conversación con Alyssea acabó horas atrás. Me había acostado en el frío suelo, mirando la salida sin estar dispuesta a apartarla de mi vista, sintiendo las tranquilas respiraciones de la aevintriana a mis espaldas, sin cerciorar si son verdaderas o falsas. Mi mente se mantiene en blanco hasta que escucho el leve crujido de sus alas, como lo hacen las piernas al estirarse luego de estar horas estáticas. Me había dado hasta el amanecer para tomar una decisión con respecto al trato de Génesis, pero el sol ya está brillando y no tengo mi respuesta. No es como si no lo estuviera pensando, es solo que no me convencen ninguna de las opciones. Rechazar la oportunidad de ir a Midgard y ayudar a Thor para traerlo a casa sería egoísta de mi parte. Por otro lado, Loki hará todo lo que esté en sus mano para evitar el retorno del rubio. Y además, aceptar algo de la Diosa de las Profecías me genera un malestar en el estómago que no soy capaz de ignorar. Es irreversible y siento que lo que sea que me obligue a hacer en el futuro va a resultar en catástrofe.
