El Omega

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Kaire Igave aguardó con paciencia que su mujer e hijos se durmieran, se colocó el abrigo encaminándose hacia el bosque que limitaba con las tierras de los Upiros, si todo salía como esperaba, tendría el tiempo preciso para regresar y dormir al menos una hora.

No contaba con que la persona a la que citó, se adelantara a su encuentro aguardándolo en el camino, al lobo no le gustó la intromisión, el olor a sangre que despedía la criatura demostró que acaba de comer.

—No te preocupes, cubrí el aroma con magia, pero tú y yo somos diferentes, por eso puedes percibir lo que otros no.

—¿Aceptarás mi propuesta? —Kaire no quería exponerse a un problema mayor, suficiente con la posibilidad de perder a su hijo.

—¿Pagarás el precio? —el nigromante era una de las figuras más respetadas entre los Upiros, sin embargo, desde que conoció a Igave supo del lazo que existía entre ellos.

Con los años y los pocos momentos compartidos, el lobo sabía que no importaba el lugar o el tiempo, Sarata siempre lo encontraría con sólo invocarlo. Por eso aceptó la propuesta del Upiro, su vida por el futuro del menor era un mínimo precio.

—¿Lo entregarás a los Deum cómo te lo solicité?

—Nunca me negaré a tus deseos —dijo Sarata quitando la capucha de su cabeza, Kaire sonrió porque seguía igual que la primera vez que se vieron—. Te advierto, los tiempos que vienen no serán fáciles, y el cachorro tendrá que elegir entre la manada y su destinado, ¿Deseas continuar con el trato?

El lobo se aproximó al vampiro deslizando su mano por el perlado cabello, bajando por el blanco cuello para detenerse a acariciar la marca en la base de la nuca que le hizo cuando compartieron el primer celo.

Igave conocía la verdadera historia del origen de las razas, corrió con la suerte de encontrar a su destinado en el vampiro que le miraba con los labios entreabiertos y mostrando ligeramente sus colmillos mientras sus ojos grises brillaban, darse un regalo como ese antes de morir era también la despedida del lazo que sostenía con Sarata.

Pasó de nuevo los dedos por la única mordida que hizo cuando podía reconocer que era un Alpha de la categoría de los cazadores y tenía la oportunidad de combatir por el mando de su manada; sin embargo, prefirió ceder el rango a su hermano y unirse a Line, la Beta que tenía como esposa, de igual manera, rechazó la posibilidad de pelear en contra de la raza a la que por años le presentaron como enemiga, y tan sólo por la presencia del hombre que tenía en frente con la mano extendida e invitándolo a perderse en la lujuria propia de las temporadas de "celo" que durante años compartieron.

Kaire avanzó con cuidado, se quitó la prenda y se transformó en el gigante lobo canela que de inmediato fue montado por el nigromante que recogió el abrigo para aferrarse al suave pelaje.

Sarata comprendía que era la despedida, por eso compartieron sin decirse más palabras, como siempre no hubo promesas, sólo la satisfacción de unir sus cuerpos y llenarse del delicioso sabor que el orgasmo oscuro producía junto con el nudo que se formaba una y otra vez entre jadeos y leves aullidos.

Al amanecer Igave se irguió para regresar a su hogar, la próxima vez que se encontraran la situación sería diferente.

—Son quince días, esa noche esperaré hasta una hora antes de que Hap se ponga en el horizonte —anunció el nigromante—, debes convencer a tu hembra que lo traiga para el ceremonial.

—Aquí estaremos —el nigromante negó explicándole que el pacto se cobraría en el instante que el cachorro fuese sacrificado; el lobo sonrió, era de suponer que los Upiros asegurarían el pago.

Pacto de Sangre - Serie Hombres Lobo IWhere stories live. Discover now