☆ Capítulo XIV ☆

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BÚSQUEDA Y RESCATE

Al siguiente día, pasado el atardecer, recibieron al equipo de búsqueda con ansias. Y como cada noche, regresaron con las manos vacías.

Era desesperante.

El Hijo de Adán y las Hijas de Eva se reunieron en una de las tiendas de campaña, dándose un poco de apoyo y compañía.

Sin embargo, Roselyn no podía quedarse quieta. Caminaba un lado al otro, maldiciendo por lo bajo, murmurando incoherencias y dejándose llevar por el mal hábito de morderse las uñas en un vago intento de apaciguar la frustración y el nerviosismo.

Tanta era la pesadumbre que los demás solo pudieron mirarla; o al menos fue así hasta que Susan se levantó y la obligó a sacarse la mano de la boca cuando vio sangre brotando de sus dedos.

Habían notado que estaba más alerta de lo normal, pero sobre todo más... preocupada.

Todos iban por el mismo camino. Estaban hundidos en la incertidumbre. Edmund... era un traidor, pero solo era un niño. No sabían si lo habían alimentado, golpeado, torturado..., asesinado o Dios sabe qué cosa. La duda los carcomía por dentro.

Y Roselyn ya no podía seguir de brazos cruzados.

—Me cansé —soltó de repente y frenó su compulsivo andar.

Los Pevensie la miraron con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—Me cansé —repitió, y luego resolló—. Me harté y me cansé de esto. Tengo... tengo que poder hacer algo.

Y sabiendo perfectamente lo que quería hacer, Peter se adelantó a negarse.

—Te pedí que te quedaras aquí —dijo con un poco de cansancio.

—¿Y para qué estoy aquí, en Narnia, en primer lugar? —cuestionó, alzando la voz—. Se supone que de este lado del ropero soy... soy su Guardiana. Debería protegerlos, y uno de los futuros monarcas se me escapó de las manos.

—No es culpa tuya, Roselyn —aclaró Peter—. Lo sabes bien.

La joven notó su aflicción.

Tal vez ella arrastraba el peso de una leyenda, del aprecio que sentía por ellos...

Pero él traía la carga de ser el hermano mayor de Edmund.

Peter se sentía culpable. Ya lo sabía. Él mismo tuvo las agallas para contárselo.

Aun así, dentro de Narnia, ellos cuatro estaban bajo su cuidado. Era lo que una Guardiana debía hacer.

Y suspiró, bajando un poco los humos.

—Lo siento, pero es la verdad que a mí me concierne. Y ya tomé una decisión —confesó, llamando la atención de sus altezas—. Partiré mañana con el equipo de búsqueda.

—Pero...

—Y no lo discutiré contigo —señaló a Peter, consciente de que pelearía para no dejarla ir.

Rose | peter pevensie | (EN PROC. DE EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora