[Llanto | 23]

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[Veintitrés]

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[Veintitrés]

Namjoon deseó jamás tener que volver a respirar, hundido en su propia miseria, culpándose una y otra vez de lo acontecido en su familia.

A simple vista no tenía razón alguna para anhelar ver un amanecer más, pero su corazón y RM, su lobo, le gritaban desgarradoramente que no hiciera una locura, que debía esperar por una señal del destino; cualquier cosa.

Y así pasó esa mañana Febrero; cuando los primero luceros aparecieron por su ventana, vió a tres pequeñas aves cantando en un árbol.
Estaban llenos de matices, brillo y un precioso olor a libertad.

Su primera reacción fue admirar el paisaje; la segunda, examinar a detalle lo que esos tres piolínes querían hacerle ver, y en la tercera estancia, comenzó a llorar desconsolado.

Dos de esos pajaritos volaron, dejando al que parecía ser el padre ahí, solo, quizá lastimado, pues no hizo por seguirlos, pero si les llamó.

Eran Damon y Mina, encontrándose en lo precioso de la divina vida terrenal, mostrándole que no necesitaba de mucho para saber que estaban bien, a salvo de todo y de todos.

Su llanto fue ligeramente interrumpido por JungKook, ese azabache que tanto tiempo creyó haber perdido, ahora lo miraba como si lo amara de sobre manera.

—Namjoon hyung, vengo a pedir perdón por lo que pasó.—hizo una reverencia de 90° perfectos, ocultando la vergüenza en su rostro.—Por papá y mamá...

»¿Deberíamos llamarles papá y mamá? ¿Después de todo?«

—Por Damon.

La risa del menor fue escuchada a oídos sordos, como un vehemente recuerdo inoportuno.

Un hermoso eco plasmado en la historia.

—Por Mina Noona.

Jamás olvidaría dulzura en los ojos de su esposa al mirarle, y la desilusión cuando se enteró de su engaño.
Son expresiones que creía perseguían sin paz a su pobre corazón.

—Yo... Merezco todo lo que estoy sufriendo.—habló, sonriendo por primera vez en mucho tiempo.—Me gané a pulso sentir éstas desdichadas ganas de morir.

—Hyung, no diga eso...

—¿Quieres saber cómo fue que desaparecí por un año entero? ¿El por qué huí?

No era curiosidad lo que el azabache sentía, pero sabía con claridad que Nam necesitaba sacarlo. Así que asintió.

—Ella pidió que la marcara.–rió.—No me sentía preparado para compartirlo todo con ella; creía que si me unía a su alma después sería imposible experimentar.—calló por unos segundos, tragando el nudo en su garganta.—Así que le abandoné después de tener sexo; estaba dormida; se me hizo completamente fácil implementar en sus recuerdos confusión y neblina, para que no hubiera forma de que creyera que la abandonaba.—un jadeo doloroso poliferó de sus labios temblorosos. Estaba en el borde de un colapso.—¡Joder, abandoné a mi esposa a su suerte solo porque estaba asustado del maldito compromiso!

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