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"... Recuerdo la frustración

de no poder hablar.

Sabía lo que quería decir,

pero no podía hacer

salir las palabras,

así que solo gritaba..."

Una de las especialidades del ser humano es evitar los problemas ocultándolos, evadirlos como si se marcharan por si solos.

Dejándolos apartados en una esquina, cubriéndolos en lo posible con alguna manta para que no se vean y así creer que no están.

Tiene la absurda idea de que el hecho de no hablar de algo va a hacer que desaparezca, fingiendo que nunca estuvo ahí.

A esa premisa fue a la que San y Yuta se aferraron con uñas y dientes.

Creyendo que por el simple hecho de no volver a tocarse, de hablar de temas triviales y cotidianos, aquello que había comenzado a crecer en sus corazones desaparecería.

Apenas podían evitar quedarse mirando fijamente cuando estaban cenando, o hablando los cuatro en la sobremesa.

A duras penas lograban contener aquel enorme deseo de abalanzarse sobre el otro al escucharlo reír.

San se debatía a cada momento entre insistir o respetar la decisión que había tomado Yuta.

Después de pensarlo una y otra vez supo que debía aceptar lo que Yuta quería, si su deseo era que todo aquello quedara en la nada, él lo haría, incluso reconocía que era un bien para la seguridad de ambos.

Pero, al mismo tiempo, no podía evitar preguntarse qué se suponía que debía hacer con las mariposas que volaban sin control en su estómago, nada más oír la voz del japonés al acercarse.

Como se hace para matar un sentimiento que ni siquiera entiendes y más sabiendo que a pesar de las palabras la otra persona desea un beso tanto como tú.

Yuta mientras tanto, se colocó su mejor disfraz de ignorancia y podía pasar horas frente a San, como si ellos dos nunca se hubiesen besado.

Pero por supuesto que nada de toda esta aparentemente calma era sencilla.

Aquello que guardaban dentro buscaba por alguna grieta escapar, y como bien dice el dicho "lo que no dices no se muere, nos mata".

Ambos inconscientemente buscaron refugio en sus trabajos, quedándose hasta altas horas de la noche, Yuta en su oficina de la ciudad y San en su taller o en su estudio de pintura.

Poco a poco la falta de las horas de sueño fueron pasando factura, los dos estaban irritables, cansados, con un humor de perros que misteriosamente solo mejoraba cuando estaban en presencia del otro.

Fue solo cuestión de semanas que las mujeres empezaran a preocuparse por la falta de entusiasmo de sus maridos.

Ambas consideraban que estaban muy metidos en el trabajo, agotados de tantas horas de esfuerzo y que eso los tenía terriblemente agobiados.

Fue una noche de aquellas en las que vino tormenta y se fue la luz, cuando los dos estaban en una de sus habituales partidas de ajedrez.

Cada mujer sentada a un costado de su marido, con la cabeza apoyada en su hombro y ellos simplemente fingiendo estar concentrados en el juego, cuando lo único que hacían era mirar el brillo de los labios húmedos ajenos iluminados por la escasa luz de la vela.

Indecentes    San / YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora