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"... Si dos personas pueden hacerse sonreír,

alegrarse la una a la otra,

hacerse olvidar por un momento de todo el dolor y la oscuridad que hay en el mundo

¿Por qué deberíamos tener vergüenza de ello?..."

Aquella noche Yuta vaciaba el vaso de whisky apoyado en la chimenea.

Escuchando el crepitar de las llamas en plena oscuridad, pensaba y al mismo tiempo se convencía de que todo aquello se le estaba escapando de las manos.

Cuando conoció a San no fue consciente de todo lo que éste producía en él, creyendo solo que era curiosidad o simple aburrimiento de su rutina.

Fue cuando tocó su piel por primera vez y sintió aquella sensación similar a electricidad recorrerle el cuerpo entero que entendió que aquello no era simple curiosidad.

Las yemas de sus dedos, que fueron las que recorrieron despacio las abdominales de San estuvieron durante días cosquilleándole, pidiéndole mucho más de ese contacto que empezaba a necesitar como si de una droga potente se tratara.

Así, con el paso de los días, y la poca fuerza de voluntad para ponerle freno a aquel deseo, se encontraba en la situación en la que estaba hoy.

Con el corazón cansado y la vida repartida entre dos personas.

Un miedo horrible, latente en todo lo profundo de su ser porque la persona que representaba todo para él estaba en una cama de hospital, luchando contra un enemigo del que no podían valorar su agresividad.

Aunque Seonghwa le había asegurado que no corría peligro, él leía mucho, no era tonto, tenia conocimientos suficientes para saber que una persona podía morir por la complicación de una neumonía mal curada o mal tratada.

Mientras sentía el intenso calor de la bebida ambarina bajar por su garganta cerraba los ojos con fuerza, queriendo evitar pensar en todo lo malo que podría pasar, porque tenía miedo, en realidad estaba muerto de miedo.

Sin ser consciente apoyó su frente sobre su mano, reposando ambas en la chimenea, dejando escapar algunas lágrimas de impotencia.

Él tenía que ser quien estuviera ahora mismo cuidando a San, secando el sudor de su frente, dándole mimos hasta que se recupere.

No tenía que ser Sana ni Lisa, tenía que ser él, porqué era quien lo amaba, quien queria cuidarlo por sobre todas las cosas.

Sin embargo, todo su amor no era suficiente cuando no fue capaz siquiera de decírselo, y un nudo horrible se le formó en la garganta.

Si San moría hoy dejaría este mundo sin saber cuanto lo había amado, se iría creyendo que él solo lo tenia para sexo y que no había nada más entre ellos.

Esa sola idea le rompió el corazón, claro que había una razón por la que no podía decirle que lo amaba y estaba seguro que su compañero lo entendía.

Eso sería como reconocer que debía cambiar de vida, San sabría que le corresponde y le exigiría que dejara su familia para estar con él, aun a sabiendas de que podrían matarlos a los dos.

Las cosas parecían muy simples, pero estar en la cabeza de Yuta era complicado, porque no se daba cuenta de que este amor estaba empezando a volverlo loco.

El primer signo de que las cosas se ponían feas fue cuando sacudió violentamente a Lisa, asustándola, y estaba convencido de que si algo más grave le hubiese pasado a San podría incluso haberla agredido.

Indecentes    San / YutaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora