Capítulo XXII

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Alexander
 
Despierto con un camión sobre mi cabeza, o martillos, o taladros. No lo sé, creo que estoy muriendo muy lentamente.
Me niego a abrir los ojos todavía, tengo el presentimiento de que cuando lo haga, mis córneas se derretirán en sus cuencos.
 
Algo húmedo recorre mi mejilla y oreja, luego lo que parece ser una lengua... ¿Qué diablos? Me obligo a terminar de despertar. Hay un perro a mi lado, estoy en un sofá, con una manta gris encima y...
 
—¿Venus?
 
¿Cómo diablos llegué aquí?
 
Comienzo a pensar, no sé que diablos estoy intentando recordar, pero me detengo cuando una puntada atraviesa mi cerebro. Dios... no volveré a tomar una gota de alcohol en mi vida.
 
A mi lado en una pequeña mesita de luz, hay una pastilla con una nota.
 
"No abras las cortinas o te morirás. Toma esa pastilla, es para la resaca. Tienes agua en el mini refrigerador"
                                   
                                    M :)
 
Le hago caso, busco la bebida y me trago el medicamento bajo la atenta mirada de la perra, pareciera que me está recriminando algo.
 
—No me mires así, tú hubieras hecho lo mismo.
 
—No importa cuánto lo intentes,  no te responderá. —La voz de una mujer me espanta—. Buenos días, cariño.
 
Es la señora Rossi, que vergüenza por Dios.
 
—Señora Rossi, buenos días, yo...
 
—Ay por favor, dime Lorenza. —me interrumpe con una sonrisa—. ¿Quieres un café? Hago unos hotecakes para morirse.
 
—Estoy bien, creo que lo mejor es que me vaya a mi casa.
 
—Pero si despertó el bello durmiente. Buenos días, Alexander. —Madison entra con mi ropa en la mano. Mira a su nana por unos segundos—. Puoi preparargli la colazione?, ha bisogno di qualcosa nello stomaco perché la pillola faccia effetto.
 
—Sicuro. Non essere così duro con lui, Madi. —Me entrega una pequeña sonrisa antes de salir por la puerta.
 
—Aquí tienes tu ropa, puedes usar el baño de invitados si quieres ducharte y mi nana te preparará algo...
 
—Estoy bien, solo me cambiaré y me iré. —Tomo enojado mis prendas—. No pedí tu ayuda, Madison.
 
Ríe irónica. —Claro, era mejor dejarte afuera. Estabas tan tomado que ni siquiera podías caminar sin irte de trompa al piso. Vomitaste toda tu ropa, la mía, y las escaleras. Y hasta me pediste que te contara una historia al dormir. —Asiente haciendo una mueca con los labios—. Creo que tienes razón, la próxima te cierro la puerta en la cara.
 
—Si buscas algo a cambio por ayudar a alguien estás muy equivocada. No sé quién te enseñó modales, pero no funciona así, niña malcriada.
 
—¿Oye, quién diablos te crees que eres? —Me toma del brazo cuando paso por su lado intentando escapar—. Vienes a mi casa a la madrugada con olor a alcohol, te recibo, limpio tus asquerosidades, te baño, te presto mi sofá. ¿Y piensas que tienes el derecho a insultarme? Yo no soy...— se detiene a si misma.
 
Sé que está mal lo que hago, tampoco me crean un hijo de perra sin modales, pero el mal humor se fusionó con la resaca y crearon a este maldito monstruo. La pincho preguntándole si estoy equivocado cuando digo que eres una niña rica mimada, que maltrata personas, que pisotea a todo mundo y se cree el centro del universo... Hasta que la hago estallar.
 
«Mala idea»
 
Muy mala.
 
—¡Yo no soy ella! —casi que me ladra en la cara—, ¡no soy tu exnovia!
 
Cada partícula de mi cuerpo se tensa al escucharla hablar. ¿Cómo es que sabe de Carla? Por favor díganme que no solté la lengua anoche porque estaré perdido.
 
—Déjame decirte que eres un idiota —sigue hablando, esta vez más calmada—, pero lamento mucho lo que pasó. No tendrías que beber así pero... lo entiendo. Aunque eso no te da el derecho de tratarme como el demonio, te recuerdo que soy una persona con sentimientos, y no sabes cómo puede afectarme lo que dices. —Percibo su voz levemente quebrada—. Tú tienes la misma situación económica que yo, y no puedes clasificarme sin conocerme porque estás en igual de condiciones que yo. Tú también tienes un carro caro, usas ropa de marca, y vives en una casa que pocos pueden permitirse tener. Deja de ser tan prejuicioso, Alexander, porque en ningún momento hice algo para que pienses así de mí...
 
—¿Oh de verdad? Pues no es lo que me dijeron, eso no es lo que oí en el estacionamiento hace unos meses. Si me entiendes, deberías saber que con mis hermanas no se juega. Y te lo advierto, si le cuentas algo a alguien...
 
—¡Eres un imbécil, Alexander Baker! Tendrías que conseguirte mejores informantes y un par de audífonos, porque quien atacó a Allison no fui yo. Sabes que amenazarme no te va a funcionar porque tú tienes todas a perder conmigo. Ahora vete de mi casa, no tomes el asqueroso café si no quieres. Y más te vale que no vuelvas a acercarte, vete de mi vida. La próxima consigue a otra idiota que te abra la puerta. —Hace el ademán de irse, pero se regresa—. Lamento muchísimo lo de Dylan. Y... no fue tu culpa, Alex, nunca creas que lo fue.
 
Y así sin más, cierra la puerta del cuarto.
 
Todo es muy confuso; sus palabras, las mías, las de Allison, hasta las de Viviana se juntan en mi cabeza. Nada de esto ayuda con mi resaca.
 
Decido alejar todo por un rato, lo único que quiero hacer es irme a casa. Me cambio rápido en el baño de la sala de juegos y salgo, no sé si traje algo conmigo anoche o no, ni siquiera me importa.
 
—Alto ahí, señorito. —La misma voz de antes vuelve a sorprenderme—. No creas que te escaparás de aquí sin que comas algo.
 
Trato de rechazar con amabilidad la oferta de la señora Rossi diciendo que ya tengo que irme a casa puesto que no dormí allí y mis padres deben de estar muy preocupados, pero me interrumpe sirviéndome café en una taza.
 
—El regaño será el mismo, si vas a morir será mejor que lo hagas con el estómago lleno. Y ya te dije que no me digas señora.
Ahora siéntate. —Abro la boca para refutar, pero me gana—. No saldrás de esta casa sin comer, Alexander.
 
En silencio me acomodo en uno de los taburetes de la cocina. El aroma a café y hotcakes hace que mi estómago gruña del hambre, lo que le saca una sonrisa a quien los prepara.
Me pasa un plato y una taza cargados de comida con la mejor pinta diciéndome que los deje relucientes.
 
Se da media vuelta para servir más café en un vaso térmico de medio litro, y lo que sobra en otra taza para ella.
 
—Cuéntame, Alexander. ¿Tus padres son dueños de varios restaurantes?
 
—Sí, están distribuidos en todo el país, pero la gran mayoría se encuentran en Los Ángeles y New York. Nos mudamos aquí porque mi hermanita fue aceptada en la Academia de Natalie y...
 
La dueña de la casa entra a la cocina con el teléfono en la oreja, y ropa distinta a la que traía antes.
 
—Estoy saliendo de casa, muy bien, adiós. —Cuelga suspirando—. Nana, ya me voy, gracias por el café. Mis padres me esperan en la oficina ya porque los italianos llegarán y me necesitan de traductora humana —Habla a toda velocidad con la vista clavada en su celular—. Nos vemos a eso del mediodía o la tarde, no lo sé. ¿El invitado de lujo sigue aquí?
 
—Levanta los ojos y lo verás, piccola. —Lo hace y al instante sus hombros se tensan—. ¿Qué más tienes planeado para hoy? Porque estaba pensado en preparar un pollo con mostaza al mediodía ¿Crees que llegarás?
 
—Tal vez, luego de la reunión tengo que simular ser importante mientras mis padres trabajan, y después reventar la tarjeta que mi papi me dio para mantenerme contenta. —El tono de ironía se nota en su voz, y sé qué va dirigido hacia mí por la mala mirada que me entrega.
 
La señora Rossi la observa con reproche por unos segundos. —Madison, no seas descortés con Alexander.
 
—Pero si es la verdad. ¿Quieres un bolso Gucci? Porque tengo tanto dinero que puedo regalarle cosas a las personas con menos recursos. —Se gana otra mala mirada de parte de su nana, pero esta vez es más severa—. Puoi mettere il cianuro nel suo caffè?
 
—¡Madison Fox!
 
«¿Qué fue lo que dijo?»
 
Nada bonito hacia mi persona, de eso estoy seguro.
 
Se retira apurada cuando recibe otra llamada que parece estresarla demasiado, no sin antes de despedirse de la señora Rossi  que le da la bendición, y de Venus.
 
—Bien pues... Creo que es verdad cuando me dijo que se llevan como perros y gatos —sonríe negando con la cabeza—. Siempre es mejor que la gente hable cara a cara, con el corazón en la mano. De lo contrario acaban surgiendo malentendidos. Y los malentendidos, son una fuente de infelicidad.
 
La frase del famoso escritor, Haruki Murakami, me deja pensando. ¿Y si fue una equivocación? Pero eso no es posible, Viviana me contó lo que sabe de ella.
 
~
—Oh, ya veo, la perra se hizo la mosquita muerta.
 
¿Mosquita muerta?
 
—Mira, no tendría que hablar de esto pero... Madison no es lo que parece, ella puede aparentar ser un ángel, pero es una perra, es amable contigo hasta que haces algo que no esté en sus planes.
 
¿Cómo lo sabes?
 
—Lo sé de buena fuente.
~
 
Ese día en el estacionamiento... Luke la defendió, dijo algo de protegerla. ¿Pero de qué?
 
—¿Alexander?
 
—Lo siento, ¿qué me decías, Lorenza?
 
Se me hace raro llamarla así ya que los chicos le dicen señora Rossi. Creo que despertar borracho en el sofá de la familia Miller Fox te da cierta confianza.
 
—Te pregunté si te amoldaste a la vida angelina. Tengo entendido que en New York todo es mucho más rápido.
 
—Sí, eso me gustó bastante de mudarme. Aquí puedo poner freno y vivir. En New York todo lo tienes que hacer del mismo modo, te levantas, vas a la escuela, vuelves, y te duermes. Está establecida esa rutina muy monótona que no me agradaba para nada —Sonrío bebiendo el exquisito café—. ¿Y tú? Eres italiana ¿Cuándo te mudaste?
 
—Yo escapé de casa a los veintiún años con el que era mi novio en ese momento, queríamos recorrer todo el mundo con una mochila al hombro. Fui muy tonta al tomar esa decisión, ya que cuando estábamos en Lisboa me dejó por una portuguesa de pechos grandes.
 
»No podía volver a la casa de mis padres con la cola entre las patas, era una joven muy orgullosa y recalcitrante. Por eso elegí vivir en todos lados, no tenía un lugar en específico, solo era yo, y Leone, un perro.
 
»Mi vida se basó en eso durante quince años, solo hacía trabajos rápidos para ganarme la comida y seguía camino.
Conocí todo el mundo, España, Grecia, Irlanda, Perú y todos los lugares que se te puedan ocurrir.
 
»A mis treinta y seis años me dieron ganas de establecerme en un lugar, tal vez casarme y tener hijos. Pero eso nunca pasó, por eso los siguientes diez años fueron grises, ya no tenía esa adrenalina de no saber cuál sería el siguiente destino.
 
»Hasta que llegué a Los Ángeles, por casualidad conocí a Cristina Fox, en realidad estaba buscando un puesto de secretaria, pero comentó que necesitaba a alguien para que se haga cargo de su hogar.
 
»Traía una bebé en brazos, creo que fue la niña más hermosa que conocí en mi vida, la ligera capa de cabello en su cabeza y el océano intenso de sus ojos me había hipnotizado.
 
»No recuerdo cómo se dieron las cosas, pero terminé en su casa, cuidando a una niña hermosa que tiempo después comenzó a llamarme nana. Le enseñé mi idioma, mi cultura, y ella me permitió ser parte de su vida. Había conseguido a mi familia, tenía un hogar, personas que me apreciaban, no solo como su empleada, si no como un integrante más.
 
—¿Te arrepientes de haber abandonado así tu país, a tus padres, a todos allí?
 
—Nunca. —Una sonrisa se instala en su rostro—. Puede que me haya equivocado varias veces, pero mis errores me trajeron hasta aquí, y no cambiaría mi vida por nada.
 
Nos quedamos hablando un par de horas más, a decir verdad fue muy grato poder tener una conversación con Lorenza, es el tipo de personas que tienen un sin fin de anécdotas para contarte.
 
Me habló también de Madison, travesuras que hizo de niña, y su historia con el baile. Pero nada acerca del accidente. Noté que se tensó cuando llegó al momento del romance entre Cristina y William, evitó el tema inmediatamente.
 
—Tengo que irme, Lorenza, mis padres me matarán. —Me levanto del taburete con lo que usé con la intención de lavarlo.
 
—Deja ahí, yo limpiaré todo. —Me da un leve manotazo para que suelte la esponja—. Fue muy agradable hablar contigo, Alexander. Tendrás que pasar por aquí más seguido para enseñarme esa famosa sopa tuya.
 
—Es un trato. Muchas gracias por el desayuno —beso su mejilla—, tus hotcakes son deliciosos.
 
—Adiós, tesoro. —En la puerta principal me da la bendición, no sé por qué, pero me sentí bien cuando lo hizo—. Lei l'ha trovata, sei tu, ne sono sicuro.
 
—¿Qué significa?
 
—Más adelante lo sabrás. Ve a casa, Alexander.
 
Salgo algo confundido, no sé que me habrá dicho, pero tenía las comisuras elevadas, así que supongo que fue algo positivo.
 
«Tal vez te echó una maldición»
 
Ya te estabas tardando mucho en aparecer tú.
 
Una vez en casa —como era de esperarse— me echaron la bronca de mi vida. Se calmaron cuando les dije que fui a casa de un amigo para poder hablarlo, que en cierto punto es verdad ya que lo hice sin la intención, y claramente les oculté la parte en la que bebí hasta el casi coma etílico.
 
Me habían estado intentando llamar toda la mañana, pero nunca les contesté y, al poco tiempo, mi celular dio como apagado. El problema es que no tengo ni idea de dónde está. Por suerte no me castigaron, solo me dieron el típico sermón de no escapar de casa a la madrugada.
 
—¿Enana? —Toco la puerta de su habitación—. ¿Puedo pasar? —Abro cuando escucho que me da el permiso del otro lado.
 
—Así que mi hermano es el mismísimo Houdini.
 
—No es gracioso. —Me siento en la cama—. ¿Sabes si dejé mi teléfono por aquí?
 
—Nop, supongo que te lo llevaste a casa de tu amigo.
 
«Lo sabe, sabe que no fui a casa de un amigo»
 
¿Y qué hago ahora?
 
«Actúa natural»
 
—Puede ser, luego le preguntaré si lo olvidé allí. Quería preguntarte algo...
 
—Dispara.
 
—Hace unos meses... Cuando tuviste ESE problema, el que no quisiste hablar con nadie ¿Qué fue lo que paso?
 
—Alex...
 
—No espera. Mira, puede ser que... puede que haya estado siendo muy prejuicioso con alguien por algo que escuché ese día y por cosas que me contaron. Prometo que no le diré nada a mamá o papá, solo dime qué fue lo que en verdad pasó. No protejas a nadie, por favor.
 
—Solo si me dices a quién estás prejuiciando tú.
 
—Yo pregunté primero. Además las leyes internacionales de la convivencia entre hermanos funcionan aquí.
 
—Eso no es... —arqueo una ceja—, bien, pero luego me lo dices. Si no le diré a mamá y papá que no estuviste en la casa de un amigo. —Me señala con un dedo y toma una bocanada antes de comenzar—. Cuando en la escuela se enteraron que había sido aceptada en la Academia de Natalie, obtuve cierta popularidad, que hasta un punto me agradó. Pero luego la noticia llegó a personas más grandes y... alguien, una chica comenzó a molestarme.
 
¿Ahí se supone que entra Madison? No lo creo, ella ya sabía que Allie asistía al mismo lugar que ella.
 
—¿Quién?
 
—Déjame terminar. Esta chica me hacía bromas pesadas, me decía cosas y... se metió con el aspecto de mi cuerpo. —Baja la cabeza—. Cada que me veía comer algo... me decía que parecía cerda, que no creía que Nat aceptara a personas gordas y... —su voz se corta. Limpia rápidamente una lágrima que deja un camino húmedo en su mejilla— y que debería coserme la boca. Creo que comencé a pensar de verdad todas esas cosas. Estuve faltando por semanas a mis clases de baile y... dejé de comer.
 
—Allison. —La tomo del brazo para que se levante de la silla y se siente a mi lado. Paso mis brazos sobre sus hombros—. ¿Por qué no dijiste nada?
 
—Sentía vergüenza... hicieron tanto por mí y yo me estaba rindiendo.
 
Beso su cabello repetidas veces hasta que se calme para seguir hablando.
 
—Al poco tiempo Madison me encontró llorando en el estacionamiento por una de las tantas bromas que me hicieron.
 
«Espera ¿Madison?»
 
—Ella... yo... le conté todo y — siento como sonríe levemente—, todavía no sé qué fue lo que hizo, pero no volví a recibir una humillación.
 
—¿Madison fue quien te ayudó? Pero... en el estacionamiento...
 
Se separa de mí con una cara entre molesta y confusa.
 
—¿Es a Madi a la que estuviste prejuiciando? —asiento despacio—, pero si desde el día uno te dije que ella fue muy buena y agradable conmigo. Hasta mamá lo piensa.
 
—Creo que me dejé llevar por lo que otros me contaron de ella. —Viviana me debe una conversación—. Pero ese día, oí lo último que te dijo y...
 
—¿Sonó algo dura? Lo sé, me lo advirtió. Creo que fue su forma de obligarme a enfrentar mis problemas. Se parece mucho a Natalie en eso.
 
Me quedo pensando, en silencio, y solo puedo llegar a una conclusión: Soy un idiota.
 
El primer día que nos conocimos, ella me incluyó a su grupo sin ningún problema, no hizo nada para hacerme sentir mal, hasta me llevó el desayuno maldición. Me cuidó cuando estaba ebrio, no solo una, sino dos veces.
 
«Somos tontos»
 
Suspiro antes de levantarme. —Gracias por contarme, Allie, de verdad gracias. —Estoy por salir, pero recuerdo algo—. ¿Quién era la que te molestaba?
 
—No voy a decirte eso, no tiene caso. Creo que Madi hizo un gran trabajo. Pero si reaparece prometo que serás el primero en enterarte.
 
—Bien. Te quiero, enana.
 
—Y yo.
 
Me dirijo a mi habitación. Lo único que quiero hacer ahora es dormir un buen rato, ese insistente dolor sigue en mi cabeza, amenazando con hacerla estallar en mil pedazos.
 
Entre sueños, los recuerdos comienzan a llegar poco a poco. Al principio son algo confusos, pero voy acomodando cada pieza en su lugar, hasta que más o menos entiendo algo, aunque todavía tengo sectores en blanco.
 
Me despierto cuando el timbre resuena por toda la casa. No creo que sea muy necesario levantarme a abrir ya que mis padres... Oh, al parecer si tendré que salir de mi hermosa cama.
A mi lado, sobre la mesita de luz, hay una nota firmada por mamá, dice que salieron a una reunión por unas horas. Prácticamente me obliga a quedarme en casa, a menos que quiera morir.
 
«Siempre muy tierna por suerte»
 
Es una de sus cualidades más destacadas.
 
Vuelven a tocar, por lo que quejándome me despojo de mis preciosas sábanas. Solo tengo puesto un pantalón corto, por lo que me coloco una camiseta que encontré sobre la silla del escritorio.
 
Bajo arrastrando los pies hasta la entrada principal, pero me encuentro con Ricardo en el camino.
 
—¿Cómo estás, Ricardo? ¿Sabes quién está afuera?
 
—Sí —sonríe leve—, me dijo que le diera esto. —Del bolsillo de su saco negro saca mi celular—. Me pidió que dijera que era la hija favorita de mami y papi. —Hay curiosidad y un toque de diversión en su voz.
 
«Madison»
 
Vuelvo a mi habitación para darme una larga y relajante ducha luego de despedirme del chofer. Esta mañana preferí no usar el baño de la casa Miller Fox, suficientes vergüenzas pasé como para darme el lujo de bañarme allí.
 
Cuando entro me encuentro con Pirata recostado sobre la almohada de mi cama, no la que uso yo, sino la otra.
 
—¿Cómo estás, bola de pelos? —Maúlla en respuesta—. Ya veo, disfrutando de la buena vida.
 
Está algo alejado, creo que sigo teniendo el olor a Venus en mi cuerpo, por eso el rechazo.
 
—No seas celoso, sabes que te prefiero a ti. —Literalmente me ignora volteando la cabeza—. Como quieras, gato feo.
 
«Pareces loco»

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