47. No Es Real

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Cuando Sondra Drysdale abandono la habitación de motel donde se refugiaba junto a Asher Vanderholl desde hacía dos días, lo hizo completamente convencida de no querer volver a pisarla jamás.

Aquel mal sueño, aquel mal recuerdo, aquella pesadilla tan vivida había hecho que toda la euforia de la noche anterior, que toda la exaltación y el ansia que sentía tras haberse alimentado sin medida no solo de una forma sino de todas las que podía hacerlo, se desinflase, desapareciese.

En su fuero interno seguía sin entender porque aquello la seguía atormentando después de tantos años alejada de la Colonia, pero el hecho es que cuando peor solía encontrarse, su cerebro solía aliarse junto con su corazón contra ella y recordarle de donde venía.

Resultaba devastador, y también desesperante.

Y sabía que aquello solo era una consecuencia más de la carencia de Elixir de Ónix al que ya no tenía acceso y que seguramente seguía eliminándose de su organismo a pasos agigantados tras años de tomarlo para contener aquellos impulsos de su naturaleza que tanto rechazaba y para olvidar lo que alguna vez fue un pasado al que estaba menos que dispuesta a regresar.

La fresca brisa de la mañana en su rostro se llevó consigo la humedad de las rojas lágrimas que había desechado hacía tan solo unos minutos atrás, y obligándose a respirar hondo, Sondra no tardó en elevar sus ojos a la lejana esfera cálida y luminosa que brillaba a lo lejos en el cielo de la mañana a tan solo hora y media después del amanecer.

Contemplar la salida del sol siempre había conseguido llamar su atención, le gustaba ver como centímetro a centímetro este parecía emerger primero muy suavemente para luego convertirse en una bola brillante en el cielo que conseguía abarcar todo con su sola presencia, con su luz.

Sabía que debía calmarse.

Había salido de aquella habitación tan dispara que ni siquiera había visto que rumbo había tomado hasta que se encontró de nuevo con aquella explanada de arboles junto al aparcamiento.

Algunos madrugadores y excursionistas cargaban algunas neveras y bicicletas sobre la parte alta de un coche mientras charlaban entre si a lo lejos.

Una madre joven tenía medio cuerpo metido dentro de un viejo sedán mientras ataba a su bebé correctamente en la sillita de viaje mientras un niño de unos ocho años sostenía un balón algo adormilado sentado en la parte de atrás del coche junto a ella.

Algunas plazas de aparcamiento permanecían vacías frente a las habitaciones que habían desocupado durante la noche y a lo lejos al menos dos caravanas nuevas habían estacionado.

Se escuchaban perritos ladrar, y el sonido de un avión alejándose por el cielo, el motor de un coche y algunos sonidos de la autopista a lo lejos.

Poco más.

Con sus propios gritos aún reverberando en sus oídos, Sondra cerró los ojos y se concentró en tomar aire por la nariz para soltarlo poco después por la boca hasta que escuchó una puerta cerrarse a lo lejos y se volvió a tiempo de ver a Asher saliendo de la habitación vestido con un par de pantalones azules y una camiseta blanca buscándola con la mirada.

Enseguida se tensó, y se sacudió todas aquellas sensaciones de encima no queriendo dar imagen alguna de encontrarse afectada pero justo cuando Asher cruzaba la acera para llegar a ella, la puerta de la habitación 306 se abrió y de ella salió Evans con expresión algo desaliñada pero mucho más despierta de la que recordaba.

Asher se detuvo nada más verle, pero el chico ni siquiera pareció percatarse y en cuanto la vio al final de la acera el rostro se le ilumino completamente encandilado y se apresuro a dirigirse a ella dibujando una ingenua sonrisa.

La Nigromante (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora