Capítulo 6.

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SARAH.

Me desperté incluso antes de que el intruso hiciera crujir un trozo de gravilla bajo sus pies, porque sentí como los músculos de Somewhere se tensaban bajo el pelaje, al que yo dormía abrazada como si fuera mi osito de peluche. No gruñó ni se movió, esperando mi señal para atacar, tal y como le había enseñado. No, mentira. La disciplina de Somewhere no era en absoluto mérito mío. La perra y yo parecíamos compartir una extraña conexión: nos entendíamos a la perfección.

Controlé mi respiración, e intenté apaciguar los latidos de mi corazón, algo que requería mucha práctica en momentos de tensión, pero muy útil; si era un ángel probablemente podía oírlos.

Entreabrí los ojos mientras la figura escarbaba en mi mochila mientras yo alcanzaba la daga de mi cinturón. No veía las alas, pero si eran negras eran imposible vislumbrarlas en la oscuridad.

El hombre estaba de espaldas a mí. Debía atacarlo rápido, si lo hacía despacio, intentando hacerlo con sigilo, me oiría. Chasqueé los dedos, y eso fue lo único necesario para que Somewhere supiese que debía atacar. Se echó sobre el desconocido como si tratase de un lobo e hincó sus colmillos en el hombro.

Los pies del hombre ni siquiera se movieron del suelo; con una fuerza sobrehumana, se giró con tanta fuerza que Somewhere salió disparada y cayó unos metros más allá, soltando un aullido. A penas pude reaccionar. Estaba demasiado impresionada.

El hombre se giró, sujetando mi ballesta con tanta destreza que solo le hacía falta utilizar una mano. Tenía el hombro desgarrado, se le veía el músculo, pero no hizo ningún ademán que indicara que fuera a detener la abundante hemorragia en un futuro próximo.

Llevaba una capucha, por lo que no podía ver su rostro. Y no, no tenía alas.

Nos miramos. Yo, con las dos dagas de Akasha en cada mano, a punto de lanzarlas. Él con mi ballesta cargada al hombro, a punto de dispararla.

-¿Qué quieres?- inquirí apretando los dientes.

-Nada más. Ya tengo lo que quería-. Supuse que se refería a las flechas. Mi mano temblaba. Quería lanzar la daga, pero sabía que si contraatacaba, la flecha de él sería mucho más rápida y eficaz-. No seas estúpida. Sabes que si me lanzas esa daga, mi flecha te llegará antes y con más precisión-. Tragué saliva. Maldita sea. ¡Maldita sea! ¡Me iba a dejar sin lo mejor para pelear contra los ángeles! Él seguía mirándome, inmutable-. Suelta las dagas de Akasha.

-¿Qué? Ni de broma.

-Dispararé- me amenazó su voz ronca.

-Dispara- le desafié, porque estaba bastante cabreada y cuando me cabreaba me volvía estúpida. Antes de que pudiera evitarlo, giró sobre sus caderas, y apuntó a Somewhere, que intentaba levantarse unos metros más allá. Disparó, y sus gemidos se callaron de golpe. Mi corazón también se detuvo-. ¡No! ¿Qué has hecho?

No, no, no. Solté las dagas, que cayeron al suelo con un repiqueteo metálico. Me daba igual. Que se llevara lo que quisiera. Podía conseguir más.

Pero a Somewhere no, por favor. No, no, no. Me embargó un miedo intenso mientras me arrodillaba al lado del animal, intentando detener la hemorragia. No podía pensar con claridad por culpa del terror. No podía perderla. Me quedaría totalmente sola, y ella era la mejor compañía que había tenido en todo este tiempo.

Me sentía incapaz de afrontar otros cinco meses totalmente sola.

ALEX.

Me alejé con las flechas en una mano y la ballesta en la otra.

Ángeles en el infierno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora