4 | Bienvenido a mi lista negra

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Elisabeth

Me quejé cuando la alarma resonó por todo el dormitorio. ¿Por qué tenía que pararme tan temprano?

Rodé entre las sabanas y extendí el brazo para ver el reloj en la mesa de noche. «6:30 de la mañana».

Somnolienta, me despegué de la cama unos minutos después, y logré tomar el neceser con mis productos de aseo personal y mi bata de baño con un aplique de una conejita rosa. Pero me devolví a sentarme y me quedé allí unos minutos mirando a la nada, sin darme cuenta. Parpadeé, volviendo en sí, me puse unas sandalias y salí del cuarto.

Al regresar, me tomé mi tiempo alistándome. Cronometraba el reloj para despertarme a una hora en la que me daría oportunidad de poder realizar todo con calma y sin apuros. De esta manera podría darme cuenta de cada detalle.

Con solo el sonido de la canción que se estaba reproduciendo, pensé en lo raro que era no tener una compañera de cuarto. Marie y yo, usualmente charlábamos en las mañanas mientras ambas nos preparábamos para el día.

Revisé que tuviese lo necesario para el día de hoy dentro del bolso y me lo colgué en un hombro, saliendo por la puerta. Cerré con la tarjeta de llave y bajé la mirada para ver la hora en mi IPhone. «Hoy iba más temprano de lo habitual».

Detuve mi andar al ver una figura familiar en la entrada. Delphine caminaba en círculos mientras veía su celular. Parecía angustiada de algo.

Me acerqué. —Hey.

—Elisabeth —Sus cejas se elevaron—, hola.

—¿Está todo bien? —pregunté, viendo como guardaba el aparato en su bolso.

—Sólo mamá preguntando como iba todo —Despidió con la mano.

No ahondé más en el tema. —¿Vamos juntas?

Tomé su sonrisa como un sí y salimos hacia el camino de piedrecilla que conducía al puente por donde ya varios chicos y chicas, iban caminando. La vista encima del puente era maravillosa. Se podía ver en miniatura gran parte del internado, desde la construcción principal y sus alrededores, hasta las canchas de tenis y rugby, la hípica, y el campo de fútbol americano con pista de atletismo. Las residencias yacían prácticamente detrás de todas las instalaciones; rodeadas y con un jardín en medio de ambas que conectaba con todo lo demás.

—¿Cuánto tiempo llevas estudiando aquí?

—Mmmh —hice cálculos rápidamente—, este sería mi cuarto año —Le eché un vistazo. Llevaba un cárdigan con un broche dorado en forma de mariposa monarca—, ¿y tú? ¿Por qué entraste aquí?

—Bueno... papá va a estar por negocios un tiempo en Dinamarca, así que mamá y yo tuvimos que venir a hacerle compañía.

—Debió ser duro. El cambio y todo eso... —cambié de tema—. ¿Dónde compraste tu cárdigan? Me gusta.

—Es de la colección de mi madre. Fue un regalo que me hice yo misma —reveló tímidamente.

El resto del trayecto hablamos de temas triviales como lo último del momento. «Delphine podía ser una compañía agradable».

Nos encontramos a Liam en la cafetería, y vi de primera mano como un leve rubor cubría las mejillas de Delphine, cuando saludó a mi mejor amigo. «Interesante».

—Díganme algo más estresante que tener clase de física a esta hora —planteé en voz alta, mientras los tres devolvíamos las bandejas de desayuno.

—Tener educación física a última hora, sin duda —dijo Delphine.

—¿Qué está mal contigo? —Liam rodeó mi cuello con su brazo—. Es la última clase del día. Literalmente puedes sudar y luego irte a bañar.

LimerenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora