Capítulo 8

3 1 0
                                    


No vuelvo a beber en la vida. Llevo una media hora dando vueltas en la cama, con un mareo terrible e infinitas ganas de que la tierra me trague. Todavía no entiendo qué se me pasó ayer por la cabeza para darle semejante bofetada a Enzo. No tengo excusa, soy simplemente estúpida.

Dejo escapar un gemido de disgusto justo cuando oigo unos leves toques en la puerta. Seguramente sea Sofía, preguntándose qué demonios hago aquí si debería estar trabajando. Con un gruñido, le pido que pase y me hago un ovillo envolviéndome entre las sábanas.

— ¿Qué haces en la cama, pedorra? Son las once de la mañana —me recrimina mientras se sienta sobre el colchón—. Ostras, la habitación apesta a alcohol.

Frunzo el entrecejo, porque lo último que me apetece es que me echen la bronca mientras estoy agonizando como consecuencia de la noche de ayer. Me giro para poder mirarla a la cara y la agarro hasta que se queda tumbada a mi lado.

— Cállate. Tengo el día libre.

— ¿Y eso? —pregunta frunciendo también el ceño.

— Gracias a Íngrid. Es una larga historia.

— Estás resacosa perdida, ¿verdad? —dice esta vez con un tono más cariñoso, mostrándome una media sonrisa.

En lugar de responder con palabras, me abrazo a ella y vuelvo a gemir. Sé que tendrá que irse al trabajo en breves, pero no me apetece nada estar sola.

— Dame un segundito —anuncia mientras se levanta de un salto.

— Qué energía, chica —bromeo mientras la observo, porque en mi estado hago eso y me caigo de culo.

Se ríe, no sé si de mí o conmigo, y se va correteando de la habitación, dejándome abandonada. Bueno, soy un poco exagerada, solo se ha ido un momento. No pasan ni dos minutos cuando regresa con una taza que huele a rayos.

— No, el brebaje de las resacas no... —gimoteo dándome la vuelta, intentando ocultarme de nuevo entre las sábanas.

Desde que empezamos a beber en el pueblo con la gente de clase, Sofía inventó una especie de "poción" que quitaba cualquier malestar que pudiera aparecer la mañana siguiente debido al alcohol. Nunca ha querido decirme qué pone en ese líquido del demonio, pero está asqueroso a más no poder. Eso sí, cumple con su función, puesto que elimina la resaca. No sé si será su contenido o que es una especie de placebo, pero siempre hemos estado mejor después de tomarlo.

— Merece la pena tomarlo y lo sabes —comenta con un tono de voz autoritario, aunque sé que solo bromea con esa actitud de madre—. Abre esa boquita, niña.

Bufo, volviendo a girar para poder ver a mi amiga, que espera dando toques con su pie en el suelo. Tiene que irse a trabajar y sé que está esperando a dejarme bien para poder marchar tranquila, así que decido portarme bien. Me incorporo poco a poco, porque el mareo que tengo es importante, antes de coger la humeante taza y darle un trago bien largo. Es mejor hacerlo directamente, sin pararme a pensar.

Sofía sonríe conforme y me da un corto beso en la frente antes de salir de la habitación para coger el bolso. Antes de irse, vuelve para comprobar que he tomado más de la supuesta poción y cuando le enseño la taza casi vacía vuelve a sonreír.

— Luego me cuentas qué pasó ayer —me dice señalándome con el dedo.

— Lo mismo digo, nena —respondo antes de guiñarle un ojo.

Cuando finalmente se va de casa, me quedo un ratito más sentada en la cama, hasta que finalmente parece que el brebaje de mi amiga hace efecto. No pienso comer nada hasta dentro de unas horas, porque tampoco me apetece tentar a la suerte, así que simplemente me limito a darme una ducha calentita, mimarme un poco echándome cremas y productos para el pelo y arreglarme las uñas, que me hacía falta.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 08, 2021 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El baile de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora