Capítulo 2

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Ya son las nueve y diez de la noche y sigo en casa. Y eso que he salido media hora antes del salón de belleza. Aún tengo que darme los últimos retoques del maquillaje, pero después de eso podré marcharme.

Tras un buen rato decidiendo qué ponerme, me decanto por un sencillo traje color burdeos con un top lencero negro y unos tacones del mismo color. Me miro en el espejo rápidamente y salgo jadeando del baño para coger el bolso y salir de casa pitando.

— ¡Me voy! –grito todo lo alto que puedo, ya que Sofía está en su habitación encerrada, seguramente chateando con su cita de ayer. Parece que todo fue de maravilla, ya que mi amiga llegó alrededor de las dos de la mañana y me despertó para contarme lo maravillosa que resultó ser Celia.

— ¡Espera! —responde ella justo antes de salir corriendo de la habitación—. Te ibas a dejar las llaves del coche, ¿a que sí?

Señala la mesita de la entrada, sobre la cual están las llaves que, por supuesto, había olvidado. Cómo me conoce la cabrona. Me doy un manotazo en la frente y cojo las llaves apresuradamente.

— Gracias, te debo la vida —digo rápidamente antes de darle un beso en la frente.

Tras esto, salgo de la casa y cierro de un portazo sin querer. Culpemos a los nervios. Hace mucho tiempo que no veo a mi familia y no quiero quedar mal siendo la última en llegar. Por desgracia, creo que va a ser así. Menos mal que tengo la excusa del trabajo.

Bajo casi corriendo las escaleras, como es habitual, y doy gracias de que no haya ninguna caja o vecino desagradable al final de mi trayecto. Cuando salgo del portal, busco con la mirada mi MINI plateado, al que tengo un especial cariño, y me subo todo lo rápido que puedo.

No sé cómo lo hago, pero en quince minutos he llegado al italiano. Cinco minutos tarde, pero oye, en tiempo récord. Me bajo del coche después de retocar mi pintalabios y respiro hondo al ver en la puerta a Rodri de la mano de Íngrid, su prometida. A su lado están nuestros padres, riendo de alguna bromita súper graciosa que habrá contado mi hermano. Lo bueno es que están entrando, así que llegamos más o menos al mismo tiempo.

Cuando veo que todos desaparecen en el interior del restaurante, acelero el paso para llegar antes de que se vayan a sentar. Doy gracias de saber manejarme con los tacones, algo que le debo a mi madre.

Pongo mi mejor sonrisa antes de entrar en el establecimiento y camino con toda la seguridad que soy capaz de transmitir hacia mi familia, que espera pacientemente a que un camarero les acomode en su mesa.

— Hola a todos —saludo soltando una risita nerviosa sin querer.

— Mi pequeña Silvia —dice con alegría mi padre antes de acercarse y darme un sonoro beso en la frente. Le respondo con una sonrisa sincera y me acerco a mi madre para darle dos besos en la mejilla.

— Hola, querida —responde también con tono cariñoso.

Mi hermano también se acerca a mí y me estruja entre sus brazos, haciendo que me sonroje por la mirada que me lanza Íngrid, que se ríe de la escena. Seguidamente, ella se acerca y me saluda con dos besos. Después de haber saludado a todo el mundo, al fin nos llevan a nuestra mesa y nos entregan los menús para que vayamos eligiendo lo que vamos a comer.

Este encuentro está siendo más agradable de lo que creía. Durante este rato, se me han olvidado los comentarios despectivos que me hacen mis padres cada vez que les llamo y les cuento algo del trabajo o de cualquier otro aspecto de mi vida y todas esas veces que Rodrigo ignoraba mis mensajes o llamadas por estar "demasiado ocupado".

La cena transcurre entre cotilleos del pueblo y bromas de mi hermano, que es el más gracioso de la familia. O igual es que su belleza eclipsa al resto y hace que sus comentarios resulten más divertidos. Si bien es cierto que la parejita acapara casi todo el protagonismo, me siento bastante cómoda y no hago el ridículo comiendo los espaguetis con salsa de queso que he pedido.

El baile de la mariposaWhere stories live. Discover now