Capítulo 3

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Al fin domingo. Es el único día de la semana en el que tengo algo de tiempo para mí. Cuando me despierto son las nueve y media de la mañana. ¿Desde cuándo me levanto yo tan pronto en mi único día libre?

Me tiro unos minutos en la cama mirando tonterías en el móvil, a pesar de que no soy una chica demasiado metida en las redes sociales. El mundo exterior siempre me ha parecido más interesante, hay demasiadas mentiras dentro de Internet y no quiero enredarme entre ellas.

Al final termino levantándome para ir a desayunar. Cuando paso por el salón descubro que Sofía ya no está tirada en el sofá y me río internamente al imaginármela levantándose a las tantas de la mañana completamente desorientada antes de irse gateando hasta su cama.

Camino hasta la cocina y me preparo un zumo de naranja junto con un par de tostadas de aceite. Parece que me alimento de forma sana y todo. Pongo mi desayuno en una pequeña bandeja y decido que es un buen día para salir a desayunar al diminuto balcón que tenemos. A fin de cuentas, es junio y a Madrid el calor siempre llega bien pronto.

Voy mirando bien al suelo cuando recorro el salón para no tropezarme con nada. No me gustaría que el zumo que he tardado cinco minutos en exprimir se derramara por el suelo. Cuando llego al fin al balcón y logro abrir la portezuela sin tirar nada, suspiro aliviada y dejo la bandeja sobre la mesita de plástico antes de sentarme.

Es entonces cuando empiezo a escuchar una melodía que me suena mucho. Creo que proviene de alguna otra terraza cercana y me encantaría asomarme para cotillear, pero eso estaría muy feo, ¿no?

— Es Ed Sheeran —logro identificar finalmente cuando una voz masculina y profunda empieza a entonar las primeras palabras de la canción.

Casi me olvido de mi delicioso desayuno cuando cierro los ojos para escuchar cómo canta esta persona desconocida. Creo que nunca una voz me había atrapado tanto, aunque también puede ser la magia del directo. La canción termina y me doy cuenta de que tengo la piel de gallina.

— ¡Qué pasada! —exclamo para mí misma, aunque me tapo la boca enseguida muerta de vergüenza. Seguro que el chico de la voz misteriosa me ha escuchado.

Por encima de la pared que separa nuestro balcón del vecino se asoma una cabeza que no esperaba ver. Automáticamente mis mejillas se tiñen de rojo y me cruzo de brazos, eliminando todo rastro de admiración de mi rostro.

— ¿Tú? —pregunto mientras señalo al idiota de las cajas de cartón.

— ¿Me estabas espiando? —sugiere arqueando una de sus cejas, que puedo percibir que están depiladas. Cosas en las que se fija una esteticista.

— ¿Perdona? Yo sólo quería desayunar tranquilamente en mi balcón. Eres tú el que ha invadido mi tranquilidad con su música.

— No parecías muy molesta con mi música hacía tan solo unos instantes —comenta antes de poner los ojos en blanco.

Resoplo y me giro para observar mi aún intacto desayuno antes de levantarme con la bandeja entre mis manos. Observo a mi vecino borde con desdén y pongo la sonrisa más falsa que tengo en mi repertorio para dejarle bien claro que su presencia no es de mi agrado.

— Creo que me voy a comer esto dentro. Gracias por acompañarme con tu preciosa voz. Está claro que va a juego con tu amabilidad —digo irónicamente antes de desaparecer en el interior de la casa.

Un larguísimo suspiro se escapa de mis labios en cuanto cierro la puerta y me hallo de nuevo en soledad. Ese chico tiene algo que me pone de los nervios y casi siento que me he traicionado a mí misma por sentir lo que he sentido al escucharle cantar.

El baile de la mariposaWhere stories live. Discover now