Capítulo 4

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— ¿Sofía?

— Silvia, ¿qué pasa? —pregunta con preocupación mi amiga. Sabe que no le llamaría por una nimiedad sabiendo que ha salido con unas amigas.

Le explico de la forma más resumida posible lo acontecido hasta este momento. Estoy en el hospital, abrazándome a mí misma por los nervios y, bueno, porque sigo en pijama a pesar de que un enfermero majísimo me ha dejado una chaqueta.

En cuanto llegamos a urgencias y el personal vio la situación en la que se encontraba Daniel, se lo llevaron inmediatamente. No había sido consciente de la gravedad del asunto hasta que perdió la consciencia durante unos segundos mientras yo conducía. En ese momento casi me echo a llorar de pura impotencia.

Ahora Daniel está en una de las habitaciones del hospital, siendo atendido por unos profesionales buenísimos, pero yo no puedo evitar sentirme tremendamente inquieta. Hacía tiempo que no sentía tanta ansiedad y hay algo en todo este asunto que me da mala espina.

— Así que —comienza hablando mi amiga después de escuchar la historia— estás en urgencias, en pijama, esperando que nuestro vecino el famoso se recupere de lo que parecía una herida muy fea.

Pongo los ojos en blanco y me siento de golpe en una de las sillas del pasillo en el que estoy. Tengo muchas ganas de morderme las uñas, pero sé que no debo, así que me abrazo con más fuerza con la mano que no está sujetando el teléfono. Justo cuando voy a responderle que sí, que eso es justo lo que acabo de relatarle, veo al médico que estaba atendiendo a Daniel saliendo de la sala en la que está metido y me despido rápidamente de Sofía antes de colgar.

— Silvia, ¿verdad? —pregunta el hombre mientras se aproxima hacia mí con paso tranquilo.

Yo me levanto de golpe del asiento y me pongo ligeramente colorada al observar cómo me mira con gesto extrañado. Vale que ver a alguien en pijama en un hospital no es lo más normal del mundo, pero joder, esto era una urgencia.

— Sí, soy yo. ¿Cómo está Daniel?

— Está estable, no hay de qué preocuparse. —Nada más escuchar esas palabras, un suspiro lleno de alivio se escapa de entre mis labios—. Sin embargo, me gustaría hablar contigo sobre algo. Eres su novia, ¿verdad?

Sé que debería decir que no, porque para nada soy su novia, ni jamás lo seré, pero mi instinto me dice que lo que voy a escuchar a continuación es importante y seguramente me quede sin saber de qué se trata si le digo lo contrario.

— Su novia, sí.

El médico se frota las manos con cierta inquietud, gesto que no me pasa desapercibido, así que me vuelvo a poner nerviosa.

— Podríamos ir a hablar a un sitio algo más privado —sugiere el hombre intentando sonreír de forma tranquilizadora.

— Por supuesto, lo que usted diga.

Soy una mentirosa de cuidado. No soy su novia. Por Dios, si ni siquiera soy su amiga. ¡Daniel solo es mi vecino desde hace dos días! Creo que me estoy metiendo en un lío bastante importante. Pero bueno, lo hecho, hecho está. Ahora solo me queda hacer bien mi papel de novia preocupada —lo que tampoco es muy difícil, ya que realmente lo estoy— y descubrir qué narices pasa con mi vecino borde.

El médico camina hasta lo que parece un despacho y me hace pasar antes de cerrar la puerta y sentarse tras el escritorio. Yo tomo asiento frente a él y me rodeo de nuevo con los brazos, ya que así me siento algo más protegida.

— Silvia, ¿últimamente has notado raro a Daniel?

Mierda. No le conozco de nada, no sabría decir si esos aires de grandeza que se trae son los habituales en él o no. Sin embargo, no puedo dudar demasiado, tengo que seguir con la farsa.

El baile de la mariposaWhere stories live. Discover now