Capítulo Uno

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Habían sido un par de años muy largos y agotadores. Harry sentía que sus pies se arrastraban mientras subía los escalones del Número Doce de Grimmauld Place, con los ojos doloridos, observando la misma vieja puerta que ahora le parecía extraña, fuera de lugar.

Tocó la numeración de latón atornillada a la madera, el frío del metal en el aire vespertino de otoño. No llevaba más equipaje además de la bolsa sin fondo que el Ministerio le había dado antes de enviarlo a recorrer los lugares más recónditos del mundo, y la cuál ahora hacía girar detrás de sí mientras giraba lentamente su llave y volvía a entrar al oscuro edificio al que, por muchos años, había llamado hogar.

¿Cuántos meses hacía desde que había estado en ese lugar? ¿Desde que alguien había estado ahí? Había intentado contarlos en su largo viaje en barco desde Perú, pero algunas fechas se le torcieron y se dio cuenta de que pudieron haber sido entre veintiocho y treinta y dos. Dos años y medio.

Sabía que era su culpa. Nadie había sido obligado a cazar a la AIM, pero, con toda su experiencia pasada, él era el más indicado para la tarea y fue uno de los primeros en poner su nombre en la lista.

Los últimos partidarios de Voldemort; la llamada Asociación Internacional de Mortífagos. Harry había estado preparado para pasar algunos meses en el campo, fue por lo que aceptó empacar su vida y desaparecer de la noche a la mañana, pero en realidad, había sido un tonto. A medida que los meses se alargaban, había olvidado cómo era hablar con la gente como si fueran amigos, de tener un lugar al que llamar hogar, incluso de mirarse al espejo y reconocer su reflejo.

Se quedó de pie ahí, a la luz tenue del vestíbulo, y miró fijamente al espejo alto con el que, finalmente, había podido reemplazar al espantoso retrato de la vieja señora Black. Había pasado por tantos glamour en el transcurso de su misión, que se tomó un momento solo para apreciar qué era exactamente lo que le estaba devolviendo la mirada. Una mandíbula fuerte, piel más oscura, una cicatriz familiar que se asomaba detrás de un pelo largo y despeinado, el cual se le enroscaba alrededor del cuello y orejas. Se pasó los dedos por la cara, de arriba abajo, sintiendo su composición y tratando de encontrar tranquilidad en ella.

Sin embargo, era difícil no parecer un extraño en su propia piel, y entonces se dio la vuelta, sintiéndose vacío.

El lugar estaba tal y como lo había dejado, habiendo pasado tiempo desde que colocó varios amuletos de mantenimiento antes de su partida. No había polvo, las plantas estaban bien regadas y habían crecido, pese a que quizá lucían un poco grises por la falta de contacto. En las paredes, las fotos de sus amigos le saludaban con entusiasmo mientras iba de habitación en habitación, abriendo las ventanas para dejar entrar algo de aire fresco y encendiendo las lámparas para hacer que el lugar se sintiera más vivo.

Supuso que la falta de sentimiento era natural después de tanto tiempo alejado de su vida normal. Luego de la guerra, a principios de sus veinte, se había tomado el tiempo para labrarse una pequeña y feliz rutina, solo para tener que dejarlo todo y volver, ahora a finales de sus veinte, y preguntarse cómo había hecho que todo funcionara antes.

Había estado tan enfocado en sobrevivir mientras se movía de un objetivo a otro que ya no estaba seguro de saber cómo vivir. Se había prometido a sí mismo una y otra vez en las innumerables noches solitarias que la primera cosa que haría una vez que regresara a Londres sería ir a ver a Ron y a Hermione, conocer a la hija que estaban esperando cuándo él se fue, y escuchar todo lo que les había pasado en su ausencia, por muy mundano que fuera. Sin embargo, simplemente había vuelto a casa. Nadie sabía que seguía vivo, además de Kingsley, a quién le había informado directamente.

Todo en lo que podía pensar era en acurrucarse en su cama, su propia y verdadera cama, y no moverse hasta que se viera obligado a hacerlo. No quería tener que hablar o dar explicaciones, quería retroceder en el tiempo y entonces darse cuenta de qué tan gravemente podría desmoronar su vida el asumir esa tarea. ¿A qué tenía que volver exactamente? La gente habría seguido adelante, incluso podrían estar enfadados con él por irse sin dar explicaciones. Nadie podía saber nada acerca de su misión hasta que todo terminara, así que era altamente probable que lo hubieran dado por muerto, y la idea hizo que se le encogiera el estómago.

Letters Through Time (Traducción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora