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tenía una guitarra igual! ¡Podría ser la suya!
—Oí que Howl la compró el invierno pasado —dijo Sophie. Y volvió avanzar
hacia la señorita Angorian, intentando echarla de la esquina hacia la puerta.
—¡A Ben le ha ocurrido algo! —dijo la señorita Angorian con voz temblorosa—.
¡Nunca se separaría de su guitarra! ¿Dónde está? Sé que no puede estar muerto. ¡Mi
corazón lo sabría si así fuera!
Sophie dudó si decirle a la señorita Angorian que la bruja había capturado a su
prometido. Lanzó una mirada en dirección a la calavera. Por un momento se le
ocurrió ponérsela delante a la señorita Angorian y decirle que era la del mago
Suliman. Pero la calavera estaba dentro del fregadero, oculta tras un cubo de
helechos y azucenas, y sabía que si iba hacia allí la señorita Angorian volvería a
meterse en la habitación. Además, sería algo desagradable.
—¿Puedo llevarme la guitarra? —preguntó la señorita Angorian con voz ronca,
aferrándose a ella—. Como recuerdo de Ben.
El temblor en la voz de la señorita Angorian molestó a Sophie.
—No —dijo—. Y no hay por qué tomárselo tan a la tremenda. No tiene ninguna
prueba de que sea la suya.
Se acercó cojeando a la señorita Angorian y agarró la guitarra por el cuello. La
señorita Angorian la miró fijamente con los ojos muy abiertos llenos de angustia.
Sophie dio un tirón. La señorita Angorian resistió. La guitarra profirió un acorde
horrible y desafinado. Sophie la arrancó de los brazos de la señorita Angorian.
—No sea boba —le dijo—. Y no tiene derecho a entrar en los castillos de la gente
y llevarse sus guitarras. La le he dicho que el señor Sullivan no está aquí. Ahora
vuelva a Gales. Vamos —concluyó, y usó la guitarra para empujar a la señorita
Angorian hacia la puerta abierta.
La señorita Angorian retrocedió hacia la nada hasta que la mitad de su cuerpo
desapareció.
—Es usted muy dura —le reprochó.
—¡Pues sí, lo soy! —respondió Sophie, y le cerró la puerta en las narices.
Giró el pomo con el naranja hacia abajo para evitar que la señorita Angorian
pudiera regresar y soltó la guitarra en su rincón con un rasgueo firme.
—¡Y no se te ocurra decirle a Howl quién ha estado aquí! —le ordenó a Calcifer
de forma no del todo razonable—. Seguro que vino a ver a Howl. Lo demás era una
sarta de mentiras. El mago Suliman vivía aquí desde hace años. ¡Seguramente vino
para escapar de su horrible voz temblona!
Calcifer soltó una risita.
—¡Nunca había visto cómo echaban a alguien con tanta rapidez! —dijo.
Su comentario logró que Sophie se sintiera cruel y culpable. Después de todo,
ella también había llegado al castillo más o menos de la misma manera, y había sido
el doble de curiosa que la señorita Angorian.
—¡Bah! —dijo.
Entró enfadada en el cuarto de baño y miró su rostro marchito en los espejos.
Cogió uno de los paquetes en el que decía PIEL y lo volvió a dejar en su sitio. Incluso

cuando era joven y bonita, no creía que su rostro pudiera compararse con el de la
señorita Angorian.
—¡Batí! —refunfuñó—. ¡Buah!
Regresó cojeando rápidamente y cogió los helechos y las azucenas del fregadero.
Los llevó goteando hasta la tienda, donde los metió en un cubo con un conjuro de
nutrición.
—¡Sed narcisos! —les ordenó con voz enfadada, irritada y ronca—. ¡Sed narcisos
en junio, bichos feos!
El perro-hombre asomó la cara lanuda por la puerta del patio, pero retrocedió a
toda prisa al ver el vapor que rodeaba a Sophie. Cuando Michael entró contentísimo
con un gran pastel un minuto después, Sophie le lanzó una mirada tan furibunda,
que Michael recordó inmediatamente un conjuro que Howl le había pedido y salió
huyendo por el armario de las escobas.
—¡Bah! —rebufó Sophie a sus espaldas. Se volvió a inclinar sobre el cubo—. ¡Sed
narcisos! ¡Que seáis narcisos! —gritó enronquecida.
Aunque sabía que se estaba comportando de una forma ridícula, no por ello se
sintió mejor.

EL CASTILLO AMBULANTEWhere stories live. Discover now