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coja para dar media vuelta.
¡Zas!, de vuelta en la mansión. ¡Zas!, en la plaza del mercado. ¡Zas! y allí estaba
otra vez el castillo. Le estaba cogiendo el tranquillo. ¡Zas! Y ahora estaba Upper
Folding, pero, ¿cómo se para esto? ¡Zip!
-¡Demonios! -gritó Sophie, que había llegado otra vez casi hasta los pantanos
de Folding.
Esta vez se dio la vuelta con mucho cuidado y puso el pie en el suelo con gran
precisión. ¡Zíp! Afortunadamente la bota aterrizó en una boñiga de vaca y Sophie
cayó al suelo de golpe. Michael corrió hacia ella y antes de que Sophie pudiera
moverse, le quitó la bota.
-¡Gracias! -dijo Sophie sin aliento-. ¡No podía parar!
El corazón de Sophie iba un poco acelerado mientras caminaban por el prado
hasta la casa de la señora Fairfax, pero solamente como les pasa a los corazones
cuando han hecho muchas cosas muy deprisa. Se sentía muy agradecida por lo que
habían hecho Howl y Calcifer con su corazón, fuera lo que fuese.
-Bonita casa -comentó Michael mientras escondía las botas en el seto de la
señora Fairfax.
Sophie estuvo de acuerdo. La casa era la más grande del pueblo. Tenía la
techumbre de paja y las paredes blancas entre las vigas negras y, como recordaba
Sophie de las visitas de su infancia, se llegaba hasta el porche a través de un jardín
lleno de flores y zumbidos de abejas. Sobre el porche, las madreselvas y las rosas
blancas trepadoras competían por ver cuál daba más trabajo a las abejas. Era una
mañana perfecta y calurosa de verano en Upper Folding.
La señora Fairfax abrió la puerta ella misma. Era una de esas señoras gorditas y
afables, con el pelo color mantequilla recogido en trenzas sujetas alrededor de la
cabeza, que inspiraba felicidad con solo mirarla. Sophie sintió un poquito de envidia
de su hermana. La señora Fairfax miró primero a Sophie y luego a Michael. Había
visto a Sophie el año anterior cuando era una joven de diecisiete años, y no tenía por
qué reconocerla como una anciana de noventa.
-Buenos días -dijo educadamente.
Sophie suspiró. Michael dijo:
-Esta es la tía abuela de Lettie Hatter. La he traído a ver a Lettie.
-¡Ah, ya me parecía a mí que la cara me resultaba familiar! -exclamó la señora
Fairfax-. Tiene un aire de familia. Entrad. Lettie está ocupada ahora mismo, pero
tomad unos dulces con miel mientras esperáis.
Abrió la puerta principal. Inmediatamente, un perro collie se escabulló entre las
faldas de la señora Fairfax, se abrió paso entre Sophie y Michael y corrió por el
primer seto de flores, pisoteándolas a diestro y siniestro.
-jDetenedlo! -exclamó la señora Fairfax corriendo detrás-. ¡No quiero que
salga ahora!
Durante un minuto o así hubo una persecución alocada. El perro corría de un
lado a otro, lloriqueando de forma inquietante, y la señora Fairfax y Sophie lo
perseguían saltando por encima de las flores y chocándose una con la otra, mientras

EL CASTILLO AMBULANTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora