19/6

104 16 1
                                    

correr y esconderse detrás del árbol más cercano. La hierba murió en un gran arco a


su espalda mientras corría.


-¡Malditos seáis todos! -gritó Sophie-. ¡Estoy harta de vosotros! -soltó la


lata en el medio del camino y avanzó entre los hierbajos hasta el arco de piedra-.


¡Demasiado tarde! -iba murmurando-. ¡Qué idiotez! ¡Howl no solo es un


desalmado, sino que es imposible! Además -añadió-, soy una anciana.


Pero no podía negar que algo le pasaba desde que el castillo viajero se trasladó, o


incluso antes. Y parecía estar relacionado con el hecho de que Sophie parecía


misteriosamente incapaz de verse cara a cara con sus hermanas.


-¡Y todo lo que dije al Rey era verdad! -siguió.


Iba a recorrer siete leguas con sus propios pies y no regresaría jamás. ¡Para que se


enterasen! ¡A quién le importaba que la señora Pentstemmon hubiera confiado en


Sophie para evitar que Howl se inclinara hacia el mal! Había sido un fracaso. Eso le


pasaba por ser la mayor. Y de todas formas la señora Pentstemmon la había tomado


por la anciana madre de Howl, ¿verdad? ¿O tal vez no? Sophie tuvo que admitir con


inquietud que si su experta mirada le había permitido detectar un conjuro cosido en


un traje, con toda seguridad habría podido ver la magia más poderosa de un conjuro


de la bruja.


-¡Maldito sea el traje gris y escarlata! -dijo Sophie-. ¡Me niego a creer que fue


a mí a quien hechizó! -el problema era que el traje azul y plateado parecía haber


funcionado exactamente igual. Avanzó unos pasos más-. Además -dijo con gran


alivio-, ¡a Howl no le caigo bien!


Aquel pensamiento tranquilizador hubiera bastado para mantenerla en marcha


toda la noche, si no se hubiera apoderado de ella una gran inquietud. Sus oídos


habían percibido un golpeteo familiar. Miró con atención hacia el sol poniente y allí,


en el camino que torcía bajo el arco de piedra, vio una figura distante con los brazos


extendidos, saltando sin cesar.


Sophie se sujetó la falda, dio media vuelta y echó a correr por donde había


venido. A su alrededor se levantaron nubes de polvo y gravilla. Percival estaba


parado en el camino con expresión triste, junto al cubo y la lata. Sophie lo agarró y lo


arrastró tras los árboles más cercanos.


-¿Pasa algo? -preguntó.


-¡Silencio! Es ese maldito espantapájaros otra vez -susurró Sophie sin aliento.


Cerró los ojos-. No estamos aquí. No nos puedes encontrar. Vete. ¡Márchate rápido,


rápido, rápido!


-Pero, ¿por qué...? -preguntó Percival.


-¡Cállate! ¡No estamos aquí, aquí no, aquí no! -dijo Sophie con desesperación.


Abrió un ojo. El espantapájaros, casi entre las dos columnas del arco, estaba quieto,


balanceándose indeciso-. Muy bien. No estamos aquí. Vete rápido. El doble de


rápido, el triple de rápido, diez veces más rápido. ¡Márchate!


Y el espantapájaros, vacilante, giró sobre su pata de palo y se puso a andar a


saltitos por el camino. Al cabo de momento, los saltos se hicieron gigantescos, cada


vez más rápido, como le habían ordenado. Sophie casi no respiraba y no soltó la

EL CASTILLO AMBULANTEWhere stories live. Discover now