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Park Sunghoon, 21 años.

Exactamente habían pasado tres años desde que terminó la secundaría. Lamentablemente no todos sus planes habían salido como Sunghoon hubiera querido.

El primer año fue sabático en contra de lo que él verdaderamente deseaba. El segundo año tuvo que pasarlo en una facultad cerca de la casa de sus abuelos. Fue horrible, y no sólo por las personas que asistían a ese lugar, Sunghoon ya tenía una mentalidad y una forma de querer las cosas. Por esa razón odiaba ir a un lugar que no quería.

El tercer año lo estaba pasando como correspondía. Logró juntar dinero e irse del campo. No fue para nada fácil. Conseguir trabajo y un lugar digno pero no tan costoso para vivir no era para nada sencillo, aun así lo logró y con ojeras las 24 horas al día, trabajando y estudiando pudo mantenerse todo su primer año en la ciudad de Seúl.

El ruido de las llaves alertó al pequeño perro blanco, su dueño volvía a casa después de tantas horas fuera. Entre saltitos se acercó al castaño que no daba más del cansancio, sus ladridos llenaran el corazón del hombre frente suyo y no paró hasta sentir como sus huesudas y grandes manos acariciaron detrás de sus orejitas peludas.

─Hola, Gaeul...─Saludó el chico con su voz rota de sueño. El perro vio como su dueño

se dirigió hasta la cocina y tomó la bolsa que ya tanto conocía. Por eso se acerco feliz hasta su tazón verde y esperó a que le sirvieran aquella comida que le disgustaba pero igual comería porque tenía hambre.

Mientras tanto, el castaño vestido de camisa y corbata desarregladas no hizo más que sentarse en el desgastado sofá de la sala. Sus manos fueron hasta su rostro y las refregó hasta que sintió que le quemaba.

─Mírate...─Se giró hacia el canino ─No tienes idea de nada en esta vida, sólo te sientas en mi sofá y duermes todo el día hasta que este mugroso humano llega y te da de comer─ El perro, sin embargo, estaba sumiso en llenar su estómago. Ni siquiera era capaz de escuchar al pobre hombre a metros de él.─Me despidieron.

El silencio abordó el pequeño apartamento donde vivía. ¿Ahora cómo haría para pagar sus cuentas? Al menos estaba becado en la universidad... Sunghoon posiblemente se sentía en la miseria más justa de todos sus años.

Aquello sólo le pasaba por querer aspirar a ser tan grande de la nada. Claro, por más que vistiera de traje cada santo día no quitaba el hecho de que trabajaba hasta las nueve de la noche en un centro de comidas rápidas donde sus compañeros se burlaban de su forma de ser, donde los clientes lo trataban como una basura, y donde su jefe lo trataba como un perro.

─¿Qué haré con mi vida?

Y tal vez no había sido una pura coincidencia que su teléfono celular sonara y en la pantalla iluminara en letras blancas en un fondo difuminado "mamá".

Apretó sus labios entre sí y dejó escapar un largo suspiro antes de tocar la circunferencia verde en una esquina del aparato.

Es una locura. Y en serio lo era.

Sunghoon ¿Cómo estás?

─Bien, mamá...

Me alegro tanto ¿Estás estudiando? Espero no me hagas quedar mal si encuentro un nueve en lugar de un diez...─Bromeó la mujer desde la otra línea, sabiendo perfectamente que su hijo era un hombre muy inteligente con muy poca suerte en la vida.

─Mamá... Necesito tu ayuda...

Siempre, bebé... ¿Qué sucede?

─Acabo de perder mi trabajo y no sé qué hacer. Ya no puedo más y creo que me volveré loco si sigo así... es mucha responsabilidad además ahora tengo a Gaeul no puedo dejarlo solo todo el día, también estoy en mesa de exámenes finales y debo estudiar prácticamente todo lo visto en el año y son varias materias, el tiempo no me es suficiente. La casa es un asco, no siempre tengo comid-

─Bien, alto ¿Quieres venir a pasar unos días, amor? No te he visto desde que te fuiste a vivir con tus abuelos y te extraño mucho. La casa es muy grande y sólo estoy yo aquí, no creo que te acuerdes de tu habitación pero está intacta ¿Sabes?.

Sunghoon se encontró al final de la noche sonriendo en paz y teniendo un poco de esperanza luego de tanta mierda. En parte también extrañaba a su madre, no tenía muchos recuerdos de su niñez, casi nada podría decirse. El rostro de su madre era vigente únicamente por haberla estado llamando por video cuando llegó a la ciudad o por fotos que encontraba en internet.

─Te quiero tanto...

Lo sé, yo también te amo, Sunghoon.

Al día siguiente usó el poco dinero que traía para empacar y abandonar la morada. El camino no era tan largo pero él se sentía cansado de la vida y por eso el único feliz era el perrito de pelo blanco como la nieve que caminaba a su lado con su correa roja.

Claro, caminar. Pues los animales no podían subir al transporte público y el más perjudicado allí era el pobre Park Sunghoon.

SILENT BURST [JAKEHOON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora