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 Shim Jae Yoon, 16 años.
                                      
Desempacar fue más tedioso que empacar. La mayoría de las cosas que traía consigo no sabía dónde meterlas. Era fan de la prolijidad y el orden, demasiadas cosas en el escritorio le daría dolor de cabeza. Un armario que explotara tampoco se le hacía muy lindo que digamos. Optó al final dejar la mayoría de sus pertenencias debajo de su cama, perfectamente ordenadas. Sin molestar a nadie.

Cuando al fin se sintió cómodo, decidió cambiarse de ropa a una más pulcra que la que traía. Una remera blanca mangas cortas y una bermuda de jean claro. No siempre vestía elegante pero si al menos no lo hacía entonces era un deber estar decente. Bien peinado, su piel brillando, y su ropa tan limpia como era posible. Tampoco le gustaban los colores oscuros que eran asociados en su mente con la suciedad.

Caminó por el pasillo rosa, esperando que al final del camino se encontrara a la bonita mujer de cabellos azabaches perfectamente peinados, con algunos bucles en las puntas y un lado oculto detrás de su oreja donde colgaba un largo pendiente de pequeñas piedras preciosas.

Sin embargo no esperó encontrarsela acompañada por un chico alto, con cabello castaño ocultando todo su rostro. Vestido también de rosa como ella, con sus manos entrelazadas sobre sus piernas y su completa atención en la mujer que leía demasiado alto para su gusto un libro.

Al parecer no se habían percatado de su presencia en el living, por eso se ocultó detrás de una columna, escuchando la historia de un tal Colin que le gustaba realizar anagramas con una tal Dana que hacía mamadas¹.

¿Por qué leía tan alto? ¿El chico a su lado no notaba lo aturdidor que podía llegar a ser eso? Sunghoon no conocía a su madre del todo, casi nada, pero si ella acostumbraba a ser tan escandalosa entonces sería un problema.

─Hasta aquí el capítulo de hoy ¿Te gustó?─ escuchó que ella decía.─Me alegro mucho ¿Quieres quedarte hasta la merienda? Puedo ayudarte con tus tareas si quieres...
─Sunghoon jamás escuchó que el castaño respondiera a las preguntas de su madre. Pero suponía que estaban acostumbrados a relacionarse por sutiles movimientos.

De todas formas ¿Quién era el castaño que ocupaba un lugar en ese sillón enorme en la sala junto a su madre? Al menos le hubiera gustado estar presentable para no causar malas reacciones en los invitados.

Tomó el aire suficiente y salió de su escondite. La primera en notarlo fue la pelinegra que le regaló una cálida sonrisa y le preguntó si deseaba comer algo. Sunghoon asintió y miró al chico que mantenía su cabeza baja.

─Hey, soy Sunghoon ¿Y tú?

Nada.

Sunghoon no era de soportar que la gente lo ignorara, sus abuelos le habían dicho que ya de pequeño era un caprichoso de cuarta y por eso era común castigarlo. Con el tiempo las personas dirían que el chico había recapacitado pero ni de chiste la atinaban.

─Hey, chico, estoy hablándote...─ Su voz perdió volumen cuando notó un comportamiento extraño en aquel castaño. Como el vaivén de su cuerpo hacia atrás y adelante, o lo que parecía ser un tic nervioso en el movimiento de sus manos.

─Wow ¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?

Quiso acercarse pero una mano sobre su hombro se lo impidió. Miró detrás suyo a su madre que negaba con una sonrisa y luego le pidió que se fuera a la cocina de una amable manera.

Obvio fingió obedecer y se escondió nuevamente. Pero esta vez no alcanzaba a escuchar, sólo a ver. Y todo fue bastante confuso cuando el chico levantó la mirada del piso y la observó a ella como si nada existiera a su alrededor.

Como si ella fuera única, espléndida. Nada había después de la mujer. Sunghoon dejó que las reacciones de su cuerpo tomarán el control al ver como el castaño abrazaba a su madre luego se despidieron en silencio y el extraño salió de la casa. 

Sunghoon no podía estar más confundido que antes.














¹referencia a "El teorema de Katherine", de John Verde

SILENT BURST [JAKEHOON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora