La oscura y dramática historia de Amada Bell

El paraíso disfrazado de infierno

Aclaración: Las partes que estén en cursiva son palabras futuras haciendo referencia al momento en que trascurre la historia.

Despierto sintiendo como si la cabeza fuera a explotarme. Todo me da vueltas y tengo que sentarme en la cama para poder enfocarme. Por un momento creo que estoy en mi habitación, pero el papel tapiz gris de las paredes me hace recordar de golpe todo lo que vivido en estos días. Una vez que los mareos pasan, mis ojos buscan a mi hermano, y me alivia verlo aún dormido en la cama de al lado. Apenas si recuerdo como llegue a esta habitación. Sé que la mujer llamada Amada nos trajo y creo que dijo algo, pero no recuerdo que era. Tengo sed, mi garganta está seca, mi cabeza no ha dejado de dolerme. ¿Acaso esto es a lo que papá llamaba resaca? Se siente horrible ¿Cómo la gente puede soportarlo? La bebida de anoche era deliciosa, pero si este es el efecto que provoca no volveré a tomarla. No importa que tan exquisita sea, la evitaré. Me quedo unos minutos sentada en la cama sin saber qué hacer, analizo el entorno dándome cuenta de que lo único que hay en la habitación son las camas. No hay ningún cuadro o adorno en las paredes. Tampoco hay un armario, o peinadora. Ni siquiera hay espejo. Me perturba de una manera inexplicable. Casi me da la sensación de estar en una celda. Mi mirada cae nuevamente en mi hermano, quien poco a poco comienza a despertar. Hace una mueca de dolor llevándose las manos a la cabeza. También debe sentirse igual que yo. Se levanta restregándose la cara con las manos.

— ¿Dormiste bien? – pregunta con la voz rasposa.

—Sí, y ¿tú? – descubro que mi voz también es rasposa. Asiente.

Pese al dolor insoportable de cabeza, me dispongo abrir la puerta, pero quedo a media acción, la puerta se abre dejando ver a la misma chica de ojos mieles de anoche... Moka creo que se llama. Nos da una sonrisa de buenos días a Vaden y a mí. Las ojeras son más visibles en su rostro sin maquillaje, se ve cansada, tal vez está enferma. Nos da unas toallas indicándonos que el baño está al final del pasillo. No le pregunto si se siente bien, por apenas termina de hablar, se aleja con rapidez. Entro primero al baño, Vaden puede esperar.

Me lavo la cara y me sorprende ver mi reflejo en el espejo ovalado, parezco un zombi. Mi cabello es un desastre, y las bolsas debajo de mis ojos me hacen lucir cansada, aunque realmente lo estoy. Hago mis necesidades, y luego de asegurarme de lucir algo más presentable, salgo del baño dejando que Vaden entre. Me quedo como una tonta esperándolo afuera, pero en mi defensa no sé qué hacer y me siento un poco más segura con mi hermano a mi lado. El pasillo tampoco está decorado, las paredes son de un tono crema suave, pero la falta de decoración lo hace ver sombrío, vacío, como si no pudiera haber nada que le diera un poco de vida a las frías paredes. No entiendo, esta parte no encaja en nada con el club. Tampoco es que debe de verse igual, pero es que abajo es exótico, y arriba es frío y simple. Vaden sale del baño y se queda parado al lado mío sin saber qué hacer. Moka nos encuentra parados como unas estatuas en el pasillo.

— ¿Qué hacen ahí? Venga, desayunen con nosotros. – dice caminado a lo que supongo es el comedor, la seguimos.

Llegamos y ella toma asiento en un lugar de la enorme mesa donde varias personas están sentadas. Las miradas caen en Vaden y en mí, me siento algo intimidada ante todos los pares de ojos que nos observan. Solo hay unos ojos que no nos ven, al contrario, parecen más interesados en la comida. La mujer de cabellos rojos ignora nuestra presencia, O al menos, los primeros segundos lo hacen, sus ojos azules se clavan en nosotros. Una pequeña sonrisa amable se dibuja en su rostro.