«⟨𝟬𝟮⟩»

173 95 20
                                    

El escenario estaba dominado por barreras de seguridad de cemento, militares y multitudes ansiosas. Todos anhelaban salir de allí para refugiarse en el campamento que el gobierno de los Estados Unidos había prometido. La escena recordaba a un antiguo peaje, con pequeños puestos diseñados para recibir a dos personas. Carteles con advertencias como "Uno a la vez" y "Prohibido el ingreso de animales" decoraban el lugar, aunque nadie prestaba atención a esas señales.

Entre el caos, un militar intentaba detener a una mujer antes de que cruzara el límite.

–¡Señora, señora! –insistía el militar– Debemos realizarle una revisión.

–¡Tengo que pasar! ¡Mi hijo de cuatro años ya pasó! ¡Por favor! –la mujer suplicaba con desesperación.

–¡Señora, necesitamos verificar si sus signos vitales son normales! ¿Ha recibido la vacuna? –preguntaba el militar con empatía, mostrando un sincero deseo de ayudar.

–Sí... –respondía ella con temor.

–Lo siento de verdad, de corazón –se disculpaba el militar con pesar, y la señora intuía que algo no estaba bien.

–¿Qué? ¿Qué qui... –no lograba terminar la frase cuando el militar gritó "¡código rojo!"

Rápidamente, más militares llegaron armados, redujeron a la señora y se la llevaron, mientras ella gritaba desesperadamente por reunirse con su hijo.

El caos se apoderaba de la multitud; todos querían avanzar de una vez. La desesperación se extendía por el lugar.

En medio de todo esto, Jade observaba la escena, asustada, buscando desesperadamente con la mirada a su padre, pero no lograba ubicarlo. Lo había perdido de vista.

La gente se empujaba sin contemplaciones, sin importar si eran niños, ancianos o cualquier otra persona. Cada individuo se preocupaba solo por sí mismo.

La pequeña Jade continuó avanzando con la mirada cristalizada por la angustia.

–Hola, pequeña. ¿Estás perdida? –preguntó un señor, notando la desorientación en los ojos de la niña.

La niña solo lo miró y se alejó de él. El miedo se apoderaba cada vez más de su cuerpo, y empezó a temblar, agarrando con fuerza su mochila. No permitiría que se la arrebataran; si no encontraba a su padre, su amigo peludo, que llevaba en la mochila, sería el único que estaría con ella. Su madre ya no estaba, tampoco su padre ni sus amigos. Nadie, solo Chester.

Avanzó no porque quisiera, sino porque la multitud se amontonaba, y no quería terminar aplastada por toda esa gente.

Las cosas empeoraron cuando comenzó a llover. La menor apresuró el paso hasta llegar a otro puesto de control después de pasar el control de salud.

–¡Siguiente! —gritó otro militar desde el puesto.

–Hola... —expresó la niña con mucho miedo.

–Hola, ¿hay alguien que te acompañe? —cuestionó indiferente el militar.

Jade se limitó a negar con la cabeza. ¿Qué más iba a hacer? 

Después de todo, solo era una pequeña niña de ocho años, llena de miedo y sola.

–¿Tienes algo en la mochila? —indagó el soldado.

–Comida —enunció con voz temblorosa.

–Pasa. ¡Siguiente! —gritó el militar.

La pequeña pasó temerosamente por un detector de metales y siguió a la gente que ya había pasado antes que ella.

How to survive a Zombie Apocalypse ©Where stories live. Discover now