Capítulo tres (primera parte)

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A pesar de que Damianos nunca ha reflexionado en exceso sobre la muerte, ésta siempre ha sido un tema de vital importancia en la vida de las criaturas mágicas. Después de todo ha sido musa y mecenas por excelencia de teatros, leyendas, cultos y baladas. Ha protagonizado guerras, erigido imperios y hasta cambiado el curso de la propia historia. La muerte es una de las pocas cosas que todos los seres mágicos y no mágicos del mundo tienen en común; no existe individuo ni ente que no esté condenado a entregarse a ella.

Tampoco nadie sabe lo que le espera al otro lado. Cada comunidad, por supuesto, tiene sus propias especulaciones, pero ninguna la verdad absoluta. Los vampiros por ejemplo, creen en el cielo y en el infierno -aunque no de igual forma que los cristianos-. Los licántropos y magos en la reencarnación. Y los mundanos, creen en tantas cosas que Damen perdió la cuenta hace ya mucho tiempo. Él en particular no se inclina por ninguna religión o corriente que conozca. Siempre ha pensado en ella como algo aparte. Algo agradable, que te lleva ante tus seres queridos y que te permite finalmente descansar. Algo así como las islas griegas que de pequeño solía visitar junto a su madre. Esas playas paradisíacas con arena blanca y aguas cristalinas, llenas de caracolas y cangrejos, donde nunca hace mal tiempo y donde puede construir todos los castillos de arena que quiera, bajo la atenta y cariñosa mirada de Egeria.

Así que, quizás para Damen de forma muy sintetizada, la muerte sea reencontrarse por fin con su querida madre; observarla de cerca, disfrutar de su presencia, admirar de nuevo los detalles de su rostro y fundirse por última vez en un abrazo tan compacto que el límite entre ambos se vuelva difuso.

Poco a poco comienza a ser consciente de su cuerpo, pero no de la forma en la que le hubiera gustado. Es curioso lo mucho que le duele todo para estar muerto. Es una sensación extraña, como si alguien lo hubiera lanzado desde un quinto piso -o quizás incluso desde más arriba- y al aterrizar, una apisonadora lo hubiera estado atropellando sin descanso ni compasión. ¿No se suponía que la muerte era... etérea, un remanso de paz y tranquilidad? Damianos intenta abrir los ojos, a pesar del tremendo esfuerzo que ello le conlleva. Al principio no distingue apenas nada, puesto que se halla en la oscuridad más absoluta. Damen se pregunta si se encontrará en algún tipo de antesala, ese típico sitio que tanto sale en las películas, donde algún ente decidirá si merece el infierno o el paraíso o cualquier otro sitio donde vayan las almas. Al cabo de unos minutos, se da cuenta de que no está incorporado, sino tumbado en una cama y arropado, como si alguien se hubiera tomado la molesta de hacerlo. Que lleva puesta todavía la ropa con la que murió -toda manchada de sangre y agujereada-, que también tiene el pecho cubierto de vendajes y que además, no está solo en la habitación.

Súbitamente nota cómo se pone en guardia, mientras una extraña sensación de pánico lo sacude al no haberse dado cuenta desde el principio de la presencia. De alguna forma, sabe que su corazón tendría que haber revoloteado con brío ante la visión de unos ojos azules. Sin embargo, está parado, muerto y siente frío en todos lados a pesar de las numerosas mantas que lo envuelven. No sabe si es por el hecho de que está verdaderamente muerto, o si es porque la mirada que lo observa se asemeja un poco a la de la persona que lo asesinó. No es que tengan la misma tonalidad; son un poco más pequeños, están enmarcados por unas tupidas pestañas castañas y muestran un leve brillo de pánico que los de Laurent jamás reflejarían. Pero la sonrisa sádica que los acompaña, esa que le curva todo el labio inferior y parte del superior, es idéntica a la del vampiro. La misma dosis exacta de crueldad, asco y rabia contenida.

—¿Dón... dónde... —intenta preguntar, pero la voz lo abandona incluso antes de plantear la pregunta.

Ahora que va siendo un poco más consciente de lo que le rodea, y consecuentemente de su cuerpo, advierte lo seca que tiene garganta. Tanto, que ni siquiera está seguro de haber emitido algún tipo de sonido. Le arde como cada músculo, célula y nervio de su cuerpo, pero ahora que ha pensado en ello es incapaz de ignorarlo. Se cuestiona cuánto tiempo llevará sin probar ni una gota de agua. La ansia que se abre en su pecho es tan violenta que la visión se le tiñe de rojo por momentos. Hay una botella en la mesita de noche que se encuentra a su derecha, pero está tan débil que duda de que pueda siquiera mover los dedos.

Luna de sangre ; captive prince fanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora