Capítulo seis (primera parte)

33 6 0
                                    

Damen no está seguro de cuántas veces a lo largo de su vida se ha transformado completamente en lobo. Recuerda esa época en la que era pequeño y no sabía controlarlo -es algo bastante habitual en los niños que nacen con licantropía- y cómo su padre solía pasar junto a él todas las noches de luna llena. Theomedes siempre le leía cuentos durante esas noches tan turbulentas, le contaba historias de antes de la guerra y le prometía que con el paso del tiempo todo se solucionaría. Luego llegaba la madrugada y Damen comenzaba a convulsionar, y era su padre quién lo sostenía y le acariciaba el pelo hasta que caía rendido por el cansancio.

Sin embargo, la mejora nunca parecía llegar. Las transformaciones de Damianos cada vez eran más salvajes y más dolorosas, probablemente porque sus padres procedían de castas muy puras. Theomedes se mostraba orgulloso de ello ante el público; sabía que su hijo lo sucedería algún día como Alfa en la manada. Porque no sólo poseía las cualidades innatas de un buen alfa, sino también las de un líder. Damianos era justo, generoso, no se metía en demasiados problemas y siempre escuchaba a sus mayores. Todo el mundo lo adoraba, y su padre parecía explotar de júbilo cada vez que alguien lo halagaba. Pero entonces esas noches llegaban, aquellas en las que la luna iluminaba la ciudad y los dos se reencontraban en el sótano, y Damen notaba como la mirada de su padre se entristecía. Cómo lo apretaba con fuerza contra sí, como si quisiera ahorrarle todo el sufrimiento que un niño de cuatro años nunca tendría que haber conocido. A veces incluso le pedía perdón, aunque Damen no contestaba. Nunca sabía qué decir.

El ocho de junio del 1992 marcó un antes y un después en sus vidas. Era una cálida mañana de primavera, y su madre estaba reunida con el resto de la manada en el edificio que hacía como sede. Era grande, con multitud de puertas y despachos, y la mayoría de días había cachorros suficientes con los que jugar, aunque aquel día no. Aquel día sólo había gente mayor y uniformada hablando en susurros con su madre, y un sentimiento de tensión y expectación que embargaba a toda la vivienda. Aquel era el día -descubrió más tarde Damen- en el que su padre marchaba de incursión al distrito oeste, a invadir un supuesto nido de vampiros tras semanas y semanas de planificación. Había sido uno de los principales apoyos de Aleron en los últimos años, y Theomedes estaba convencido de que aquello sería el golpe de gracia para debilitar a los hijos de la noche y ganar finalmente la guerra.

Poco más recuerda Damianos de ese día aparte de su madre y el baño de sangre del salón. Cadáveres por doquier, gritos, sangre, y su madre escondiéndolo con prisas en un armario cualquiera. Sabe que no se atrevió a salir de allí ni cuando los gritos cesaron, y fue su padre quién lo encontró horas más tarde. Pocos licántropos aparte de él sobrevivieron a la emboscada, y Damen no acudió ni al entierro de su madre. Las semanas siguientes pasaron como una auténtica vorágine, y para cuando quiso darse cuenta su padre ya estaba firmando un tratado de paz con los vampiros; se dividirían las ciudades en distritos independientes excepto el centro, y se prohibiría la magia negra y el acónito blanco. Ambas especies se comprometieron con el cumplimiento del acuerdo, y así fue como empezó el periodo de paz en Brujas, vigente hasta la fecha.

Mas aquello, evidentemente, no le devolvió ni a su madre ni tampoco lo salvó de las pesadillas que lo visitaban todas las noches. Damianos le cogió un pánico atroz a los vampiros y a la transformación, y antes de cumplir los doce ya era todo un experto en reprimirla. Su padre ya no lo acompañaba por las noches como antes, pues se sentía culpable de la muerte de su esposa y de no haberse dado cuenta antes del señuelo de los vampiros. Simplemente omitía ese problema, como hacía con todos los relacionados con su familia, porque también se sentía culpable de aquello. Y así los años fueron pasando, su padre distanciándose y Damianos empeorando. La última vez que se transformó en lobo había sido con dieciséis años, tras una vívida pesadilla donde rememoraba la muerte de su madre. Desde entonces siempre ha sido lo mismo; ocultarse en el sótano de su casa o en el baño las noches de luna llena, sumergirse en una bañera de agua helada para mantener su temperatura corporal baja, y realizar series infinitas de respiraciones, hasta que el peligro se apacigua y su corazón se tranquiliza. Su padre en estos últimos meses ni siquiera le dirige apenas la palabra, y parece aunar todos sus esfuerzos en su hijastro Kastor, quién al menos no ha resultado un terrible fiasco para todo su alrededor.

Luna de sangre ; captive prince fanfictionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora