Cuatro

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Quizá lo que hiciera que los lunes me gustaran un poco más era que a última hora tenía clase de Dibujo y eso hacía que el tiempo pasara más rápido.

—¿Cómo va vuestro trabajo final? —había preguntado nuestro profesor una vez mi clase se encontraba relativamente callada y todos estábamos sentados en nuestros sitios.

Lo cierto es que no fue de extrañar que nadie le respondiera, incluido yo. Todos seguimos con nuestro trabajo fuera lo que fuera que estuviéramos haciendo. Ese tipo de preguntas solo las hacía mi profesor como una indirecta para decirnos que nos mantuviéramos en silencio y siguiéramos con nuestra faena.

Lucy estaba justo en el centro del aula. No solía hablar mucho en clase. A mí me gustaba observarla, siempre tan concentrada en el dibujo... La admiraba. Tenía un gran don para la tranquilidad, pero me vi obligado a apartar la mirada bruscamente porque me pilló observándola. Se sobresaltó casi al mismo tiempo que yo volvía a mi trabajo.

Entonces, el profesor habló junto a mi oído y tuve la sensación de que me rompería el tímpano.

—¿Cómo va eso, Tyler?

Pinté varias líneas en mi lienzo sin saber muy bien qué estaba haciendo. Como había agachado la cabeza, la levanté para mirarle. Dejé mi dibujo al descubierto y lo contemplé. Después, miré a mi profesor.

—¿Por cuál preguntas?

—Por el de la ventana.

Sin responderle, tomé con cuidado mi dibujo y se lo enseñé.

—Es horroroso —sentencié.

Mi profesor, que se acariciaba la barba con el dedo índice, miró mi lienzo más detenidamente.

—No, Tyler. Estás muy equivocado.

Alcé una ceja y torcí la boca.

—Tu dibujo no es horroroso —siguió hablando mi profesor a la vez que cogía mi lienzo—, lo que es horroroso es lo que ves por ahí, chico. No es lo mismo la fealdad que uno tiene materialmente, que la que tiene al representarse.

—Pero es horroroso —repliqué sin comprender lo último que me había dicho.

—Sí —aseveró él, y dejó el lienzo sobre la mesa—, es horroroso.

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Estaba dispuesto a ponerme en serio con mi trabajo de atracción aquella tarde, pero lo único que hice fue filosofar sobre por qué mi nota final tenía que depender de unas líneas y rallas abstractas mientras contemplaba el lienzo en blanco. Cuando mi madre abrió la puerta de la habitación me sobresalté muchísimo.

—¡Ah! —grité. Cuando comprobé que era mi madre la que estaba en el umbral de la puerta me llevé una mano al pecho y respiré aliviado— ¡Mamá, no vuelvas a hacer eso! Podrías haberme fastidiado el dibujo.

—Sí, bueno... —mi madre le restó importancia a lo que acababa de decir al ver mi lienzo en blanco; y dudo de que me escuchara—. Tu amigo July está al teléfono.

—Te he dicho mil veces que se llama Wáter —protesté mientras me levantaba del taburete y salía de mi cuarto.

—Que tú le llames Wáter es diferente, pero su nombre es July —insistió mi madre desde el umbral de la habitación cuando yo ya había llegado al recibidor y me disponía a ir al salón a descolgar el teléfono.

—¿Wáter?

—Hola, Nico. ¿Qué hay?

—Nada, pintando... —murmuré— ¿Por qué me has llamado?

¿Atracción o repulsión? [COMPLETA]Where stories live. Discover now