Seis

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Aquel fin de semana Dolly también regresó a casa. Su presencia era como una bocanada de aire fresco porque cuando llegaba al porche, era como si toda la amargura de mi madre desapareciese durante unos días. Incluso le cambiaba el tono y me reñía en menos ocasiones. Ojalá estuviera en casa más días.

A mi hermana siempre le brillaban esos ojos verdosos que a ella le gustaba catalogar como "verde color aceite" y solo había visto llorar en una ocasión: la noche que murió mi padre. Ella tenía ocho años y yo, cuatro, así que la verdad es que casi ni me enteré.

A mi padre siempre le había gustado fumar y beber. Al principio, no era nada serio, pero, con los años, el asunto empeoró y, a pesar del empeño que ponía mi madre por que se lo dejara, él siempre la ignoraba. Igual por eso siempre me tenía en el punto de mira.

La noche que murió mi padre habían discutido, así que cogió el coche hasta la cervecería más cercana. No era la primera vez que lo hacía. De hecho, tenía su propia estrategia: esperar un par de horas hasta que se pasaran los efectos del alcohol para volver a casa seguro. Sin embargo, aquella noche ya era demasiado tarde así que no se demoró y cogió el coche a la salida del bar. Me gustaría decir que iba tan pedo que fue él quien golpeó al otro vehículo, pero, en realidad, fue todo lo contrario. Un coche se saltó un stop y lo empotró desde uno de los laterales del coche de mi padre. El cinturón salió disparado, el airbag ni se enteró y mi padre se quedó atrapado dentro del vehículo. Murió en el hospital.

Dolly llegó a casa antes de la cena. Como de costumbre, me abrazó y pude sentir sus cálidos brazos alrededor de mi cuerpo. Sentía la necesidad de hablar con ella y contarle todo lo que estaba ocurriendo en mi vida desde hacía una semana, pero no era capaz. Y menos delante de mi madre. Por eso, aproveché la hora y media que mi madre se encerró en el baño para acercarme a la habitación de Dolly. Llamé antes de entrar, pero su respuesta fue igualmente positiva:

—Pasa, Nico.

Obedecí y me adentré en la habitación. Era diminuta, con una ventana junto a la cama. Aún conservaba la litera que tenía cuando éramos pequeños. Recuerdo las noches en las que yo acudía a ella porque no podía dormir y la mejor solución era hacerlo a su lado.

—¿No puedes dormir? Aquí aún tienes una cama.

Era como si Dolly pudiera leer mis pensamientos. Me conocía demasiado. ¿Eso era porque era mi hermana o porque nos llevábamos muy bien? Prefiero decir que era porque nos llevábamos muy bien porque tenía compañeros en clase que no aguantaban a sus hermanos. Pienso que el amor fraternal debería prevalecer. Es lo más valioso que tengo.

Solté una carcajada y me senté junto a ella.

—Quería hablarte sobre algo.

La verdad era que me sentía como si volviese a tener seis años.

Dolly apoyó su espalda en la almohada y me miró, intrigada. Abrazó sus rodillas y las estrechó contra sí misma. Me incorporé y me senté sobre la colcha cruzando las piernas.

—Adelante —me alentó—, puedes contarme lo que sea.

Asentí. Podía sentir cómo el alcohol volvía a quemarme la garganta a medida que hacía el esfuerzo por recordar los sucesos del pasado viernes en la casa de Sam. Todo lo que a mi mente acudía eran imágenes borrosas y poco me proporcionaban. Con todas mis fuerzas, deseé poder descubrir la verdad. Descubrir por qué me pasaban estas cosas a mí, estas cosas que no tenían ningún sentido. No sabía cómo empezar, así que le pregunté:

—¿Cómo sabes...? —empecé a balbucear. Me costaba decir esa palabra— ¿Cómo sabes si estás enamorado?

Dolly ladeó la cabeza, sorprendida. Creo que esperaba cualquier cosa menos aquello. Se rascó la espalda, la cara, la nariz, todo su cuerpo. Y para cuando empezó a hablar, se había cruzado de brazos muy indecisa de sí misma. Era un estado en el que –que yo recuerde– nunca antes la había visto.

—No lo sé, Nico —cada vez parecía más desconcertada—. Mi vida amorosa no es una experiencia que me guste recordar.

Lo cierto era que poco sabía sobre los novios de mi hermana. Nunca me había sentido interesado.

—Ya, bueno... —intenté que no se notara—. Pero tú ¿cómo lo sabrías?

Dolly se encogió de hombros.

—Supongo que tienes eso de las mariposas en el estómago ¿no? Eso de que todo lo que dice esa persona te parece gracioso y no tiene un solo defecto, aunque en realidad, todos tenemos.

Asentí lentamente, asimilando toda la información. ¿Qué sentía yo? No sabría decirlo. Y ni si quiera sabía de quién estaba enamorado. La chica más cercana a mí era Rachel, pero ella jamás me gustaría. Y Lucy... Lucy no era mi tipo. ¿Quién, entonces? Creía que se me echaba el mundo encima. Que el corazón me palpitara por una persona anónima hacía que pensara que me estaba volviendo loco.

Entonces, llegó esa pregunta que no quería que me hicieran pero que yo me formulaba cada noche antes de cerrar los ojos hasta la mañana siguiente.

—Nico ¿quién te gusta?

Me tensé. Había empezado a decir algo entre balbuceos sin darme cuenta y Dolly advirtió que me había puesto nervioso. Me atrajo hacia sí hasta abrazarme y me dejó apoyar la cabeza en su pecho mientras me acariciaba la sien. Miré al techo de la habitación muy perdido hasta que respondí:

—No lo sé.

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Acababa de cenar cuando recibí un mensaje de Sam: Nico, en mi casa, YA. Tengo una idea para saber quién fue tu pichoncito. Pero necesito que vengas disfrazado de bohemio otra vez.

Compuse una mueca, confuso. Creo que sabía por dónde iba Sam, así que no necesité preguntárselo cuando le respondí: Si pretendes recrear tu fiesta de Halloween la llevamos clara, Sam. Ha pasado ya una semana. Mucha gente alquila los disfraces.

Y Sam se apresuró en responder: no admito un no por respuesta. Ya lo sabes.

Me tendí en la cama y resoplé. Sí, la idea de Sam era horrible, pero también creo que era la única manera de solucionar aquello. Me levanté de la cama, me cambié de ropa y salí de casa. Sin embargo, esta vez sí que avisé a mi madre.

¿Atracción o repulsión? [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora