Prólogo

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- ¡... Y la ganadora eeeees...! -gritó el presentador al microofono, creando expectación entre el público.- ¡¡Ginebra-Mano Gélida- Collins!!

La multitud estalló en vítores hacia la recién proclamada ganadora. El dinero fue rotando de manos en dirección a los ganadores de las apuestas y el olor a puros y alcohol del estadio invadió las fosas nasales de la luchadora ganadora. Ella buscó una cara en concreto entre el público pero sus hombros decaídos y el brillo ansioso de su mirada delataban que no había localizado a esa persona. Las palabras de él retumbaron en su cabeza, provocándole un retortijón en el estómago. Si vas, no me volverás a ver.- le había dicho hacía ya una hora. Ella no le había escuchado y ahora lo había perdido, tal vez para siempre. Bajó la cabeza con pesar y de un salto se apartó de las miradas curiosas de todos los espectadores. Sólo una persona entre el público había reconocido su mueca de angustia y ahora esa misma persona se dirigía al camerino de la ganadora. Ginebra traspasó el umbral de su camerino provisional y se derrumbó junto a la puerta, dejando salir todas esas lágrimas que había contenido durante el combate. Le pegó una patada a la mesa de café que allí había, haciendo temblar el espejo de la pared con el impacto producido entre el mueble y el tocador. Unos golpes suaves en la puerta llamaron su atención e interrumpierob su cuenta apresurada desde cero hasta cien. Cerró los ojos y, preparándose mentalmente para hablar con su entrenador, abrió la puerta. Su sorpresa fue mayúscula al encontrar allí a una persona que creía muerta. Las lágrimas se volvieron a acumular en sus ojos esmeralda mientras se abalanzaba hacia los brazos de su padre.

- Oh papá, ¡lo he fastidiado todo! ¡Ya no lo volveré a ver! - exclamó ella entre sus sollozos descontrolados. Todas sus barreras se habían derrumbado con la aparición repentina de su desaparecido padre. No le preguntó dónde había estado todos aquellos años, ni con quién. Él agradeció de manera silenciosa que ella no formulara preguntas.

- ¿A quién no volverás a ver, pequeña?- le preguntó dulcemente. Ella levantó la cabeza de su hombro y los miró fijamente con los ojos llorosos.

- A la mejor persona del mundo.- contestó con la sinceridad que nunca tuvo. Él la miró sorprendido, nunca la había visto hablar de manera tan apasionada y sincera. Con un suspiro de comprensión, proclamó su sentencia.

- Hija, estás enamorada.

Ella lo meditó unos segundos antes de sacudir con vehemencia la cabeza, aún sin deshacer el abrazo con su padre.

- Pero eso ya no importa. Ya no lo volveré a ver. Él mismo me lo dijo. No vale la pena que lo admita ni que me torture más con eso.- le contestó en tono abatido. Suspiró con pesar y apartó sus brazos de la cintura del hombre de 40 años que la había criado junto a su madre. Él la miró con ese cariño que solo un padre puede tener por sus hijos y negó lentamente con la cabeza.

- No puedes tirar todo por la borda sólo por un error. Somos humanos y todos cometemos errores. No te rindas y, sobretodo, no reprimas tus sentimientos. Búscalo, ve tras él, y dile lo que sientes. Intenta enmendar tu error.

Ginebra suspiró con agobio.- Papá, pero es que no es solo un error. Es uno tras otro y sigo sin aprender. No voy a ir tras alguien que no merezco. No quiero arruinarle la vida con mis errores.- dijo prácticamente en un gemido de agonía. Su padre la miró seriamente antes de negar con la cabeza.

- Entonces, si te deja, es porque no te merece y no sabe apreciar lo que tiene. Tu pasión es el boxeo, ¿es ese su problema? - Ella ni siquiera lo dudó un instante antes de asentir.- Entonces que se vaya a la mierda. No debes cambiar tus pasiones ni tu forma de ser por nada ni nadie. Salvo que con ello perjudiques a los demás o a ti misma, claro está. Pero no te preocupes por ello ahora, hija, ya tendrás tiempo. Tienes toda una vida por delante y con sólo 15 años no tendrías que tener esas preocupaciones.- le dijo sacando a relucir su instinto paternal. Él abrió sus cálidos y reconfortantes brazos de nuevo y ella se lanzó a ellos, ávida de conocer el calor de un padre de nuevo. Y ambos se quedaron allí, en medio del camerino de la campeona de boxeo más joven de la historia, abrazados. Contándose sin necesidad de palabras cuánto se habían necesitado y echado de menos el uno al otro.

Boxeadora NO busca Boxeador [Wattys2016]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora